22/3/18
Por Arturo LeBranca
Lo importante antes de ingresar a la sala es saber que la función dura tres horas con un intervalo de diez minutos. No es para asustarse, mucho menos para alarmarse. Esta prevención nos ayuda a asimilar que lo que vamos a ver es una historia intensa que no deja nada por contar.
A través de cortes a negros, Todo tendría sentido si no existiera la muerta establece una estructura cinematográfica. Quizás es la justa razón de la extensión en la pieza. Todos los personajes son desarrollados, insertos en una estructura melodramática con excéntricos momentos de comedia.
Mariano Tenconi Blanco envuelve al público en una ambigüedad. Es necesario aclarar que no es porque no se construya una idea sobre lo que vemos, sino porque la línea emocional que manejan los personajes torna sus comportamientos a una rueda subjetiva donde las interpretaciones son diversas en ellos mismos. Una de las cualidades más sobresalientes es ésta, el público se ve enfrentado a una elección de lo menos pensada. Las pocas palabras son necesarias para no spoilear todo lo que sucede en estas horas. Una madre abnegada recibe la noticia que tiene una enfermedad terminal. Sus mayores preocupaciones son dejar sola a una hija de 16 años y cumplir un deseo, quizás el único que tuvo en vida o el único que tuvo la necesidad de cumplir. Su aliada es la dueña del videoclub del pueblo, una especie de hada madrina, de protectora, que la guía para alcanzar ese tan ansiado deseo: filmar una película pornográfica.
La idea de deseo es transversal en todo el relato de Tenconi Blanco. Su pluma nos lleva por personajes intensamente delineados que sufren una conmoción en su lugar de comodidad. De alguna forma, nos pregunta a nosotros mismo cuáles son nuestros deseos. Pero aún más, nos interpela para saber si cumplimos alguno de ellos.
Elige llevar a la audiencia por una variabilidad de ritmos. Situaciones que establecen una meseta o una seguidilla de momentos desorbitantes que vuelven todo una carcajada. El humor es la repuesta a todo en esta obra. Lorena Vega y Andrea Nussembaum hacen valer, de una manera exquisita, cada decisión tomada desde la dramaturgia y dirección de Tenconi Blanco. Una de las piezas fundamentales en esta triada femenina es Maruja Bustamante. Una actriz creadora de un personaje querible, omnipotente y sumamente necesario. El trio brilla incansablemente.
Todo tendría sentido… maneja un tono desmesurado. Ese es el mayor atractivo. Nos golpea con crudeza y carcajadas. La muerte es lo anunciado, lo inevitable, lo irremediable, pero acá lo que se muestra son sutilezas de la vida, que para algunos, pasan sin pena ni gloria. La pena puede volverse una gloria cuando ese deseo, ese poder, prevalece ante el resto.
Todo tendría sentido si no existiera la muerte
Viernes a domingos 20:00 | Centro Cultural San Martín
Sarmiento 1551 | CABA | Buenos Aires | Argentina
Ficha técnica:
Actúan: Maruja Bustamante – Bruno Giganti – Andrea Nussembaum – Agustín Rittano – Juana Rozas – Lorena Vega
Dramaturgia, musicalización y dirección: Mariano Tenconi Blanco
Vestuario: Cecilia Bello Godoy – Johanna Bresque
Escenografía: Oria Puppo
Iluminación: Matías Sendón
Música original: Ian Shifres
Fotografía: Sebastián Freire
Diseño gráfico: Gabriel Jofré
Meritorio de dirección: Ana Schimelman
Asesoramiento de arte En Fotografía: Mume Boskovich
Asistencia de escenografía: Florencia M. Tutusaus
Asistencia de iluminación: Sebastián Francia
Asistencia de vestuario: Elisa D´agustini
Asistencia de producción ejecutiva: Eugenia Tobal
Asistencia de dirección: Maxi Muti
Prensa: Luciana Zylberberg
Coordinación de montaje: Mariana Mitre
Coreografía: Jazmin Titunik
Producción general: Carolina Castro