Por Matías Vitali
Fuimos a ver Alberdi al Teatro Regina, un musical que lleva poco tiempo en cartel y que, sin embargo, logró enraizarse rápidamente en el nicho de los amantes del género. Ese maravilloso y fiel grupo de espectadores que vive con pasión el rito teatral parecía, en esta función, estar absolutamente en sintonía con la obra: la platea colmada se emocionaba, reía en los momentos justos y disfrutaba con entusiasmo la solidez de un espectáculo bien logrado.
La propuesta se presenta con una notable optimización de recursos y una correcta coherencia estética, aunque no está exenta de algunos aspectos que invitan a pensarla más a fondo.
Lo primero que sobresale (y sin dudas el punto más alto) es la composición musical, a cargo del mismo autor, director y actor. Es excelente y sumamente pegadiza. Es de esos soundtracks que uno desearía encontrar en plataformas apenas sale del teatro, para seguir escuchando. Hacía tiempo que un musical no me dejaba tan maravillado por sus melodías.
Otro gran acierto es la coreografía, que alcanza el dinamismo justo y acompaña con inteligencia el pulso actoral cuando la escena lo requiere. El ritmo, es otro punto a favor: impecablemente marcado desde lo musical. Las actuaciones resultan muy parejas y de buen nivel general. Pablo Flores Torres sostiene el protagónico con oficio, rigor y carisma. Si bien el nivel vocal no se percibe totalmente uniforme, abundan las voces bellas y expresivas, empezando por la del propio Flores, quien además de virtuosismo técnico demuestra algo que a menudo se olvida en el musical: la capacidad de actuar con la voz cantada, de contar a través del canto.
La dramaturgia, clara en su desarrollo cronológico, podría ganar profundidad si ofreciera más matices y contradicciones en sus personajes. Tal como está, funciona como un excelente material educativo para la comunidad escolar, donde seguramente brillaría por su valor aleccionador: muchos espectadores salimos sabiendo un poco más de historia. Algunas escenas con gran potencial dramático quedan reducidas a una exposición narrativa, lo que resta tridimensionalidad o vuelo poético. Tratándose de una puesta minimalista que coloca el cuerpo del actor en el centro de la narración, quizá se echan en falta algunos climas visualesoimágenes escénicas pictóricas que amplíen la experiencia sensorial.
Más allá de estas observaciones, Alberdi ofrece más de dos horas de disfrute sostenido sobre un material que no aburre, que interesa y atrapa desde su brillante obertura (una de las mejores que he visto en el último tiempo) y que deja al público con ganas de salir cantando sus canciones.
Hacer un musical en las circunstancias actuales del país es una verdadera proeza de producción, y este espectáculo logra sobreponerse a toda adversidad con calidad, compromiso y emoción.

