CINE: Crítica de “BLANCA COMO LA NIEVE” – Porque blancas son las nieves.

Por Lucas Manuel Rodriguez

Isabelle Huppert, más elevada que nunca desde su colaboración con Paul Verhoeven, acompaña a ese nuevo talento que es Lou de Laâge en el más reciente film de Anne Fontaine: un ‘retake’ del mitologema de ‘Blancanieves’, pero que se aleja mucho de aquel al que las adaptaciones de Disney nos tienen muy acostumbrados.

Maud (Huppert) es el equivalente a la Bruja malvada y Claire (Laâge) es el de la mismísima Blancanieves. El film en sí mismo toma una postura extradiegética de comenzar con los diferentes puntos de vista de estas dos rivales simbólicas. A Maud le cuesta recuperar las viejas costumbres que tanto amaba practicar en su zona de confort, mientras que Claire -por motivos que no profundizaremos- se ve obligada a vivir alejada de estas, con tecnologías incluídas, pero a la vez con una cercanía particular para y con el mundo que la rodea.

Uno de los grandes méritos de ‘Blanca como la nieve’ es su paisajismo, de eso no hay dudas. Además las actuaciones ganan por su excentricidad al momento de que cada personaje pone un pie sobre el suelo del pueblo, o comienza a vincularse con Claire en él. Estos dos elementos son, indiscutiblemente, los mejores aportes de la película y se expresan lúcidamente en cada minuto que dominan la pantalla.

De todos modos, hay aspectos que consideramos fallidos en el discurso general de esta propuesta. Esto involucra tanto a citas literarias, como cinéfilas. Si vamos por casos, una de las escenas de ‘Vertigo’ (1958) que más deslumbró a los analistas con el correr de los años es el movimiento de cámara que nos demuestra que James Stewart desnudó a Kim Novak sin siquiera mostrarlo. En los primeros minutos de este film, Claire conoce a Pierre después de despertarse en una cama desconocida y este tiene que aclararle que tuvo que desvestirla porque estaba empapada, sin dejarnos unos breves segundos para interpretarlo. Lo mismo sucede con las claves de ‘Blancanieves’ a medida que se van materializando; sí, hay algunos puntos de giro divertidos, pero varios -como la manzana envenenada y los siete enanitos- son lo que son por efecto de adaptación amenazan con volverse alegorías poco entonadas con el ingenio que la película emplea en su compromiso con los espectadores.

Puesto en otros términos, con esta película tenemos uno de esos ejercicios en los que el embellecimiento discursivo se ve atenuado por recursos que atentan contra una libertad poética que va perdiendo su elegancia por momentos. Huppert y Laâge son extraordinarias, la simple presencia de ellas y “el juego del gato y el ratón” planteado valen absolutamente la salida, pese a sus desaciertos estéticos.

6.5 de 10


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