CINE: Crítica de “CRÍMENES IMPOSIBLES” – En su locura no hay método.

Por Lucas Manuel Rodriguez

En ‘Crímenes Imposibles’ -su inserción en el formato cinematográfico- Federico Bal interpreta a Lorenzo, un detective esencialista que, en su afán por resolver casos mediante el sustento de argumentos lógicos, deberá lidiar con una serie situaciones -en apariencia inconexas- que pondrían en jaque a todo su conjunto de creencias a menos que imponga resistencia de la manera más profesionalmente posible. En el transcurso, Sofía del Tuffo encarna a Caterina (y/o Lucía), una compañera/testigo poco confiable que echará tantas luces como sombras en las pesquisas de Lorenzo.

Hernán Findling toma distancia con el género melodramático anteriormente abordado en su primer largometraje y busca sumergirse en el thriller. Si bien en términos tradicionales son sinónimos, el director tiene la intención de realizar un relato más próximo al terror, algo que, además de la intriga y las pinceladas del policial y criminal, asuste y estremezca. Esto se logra por momentos, pero lamentablemente tienden a ser los menos recordados y diremos por qué y cómo se ven obstaculizados.

Para empezar, hay elementos trágicos presentes en la obra y estos siempre son grandes componentes para la articulación de personajes entrañables. No obstante, el primer desvío que le echamos en falta a esta película es su interés por enterrarlos en la novedad y lo sorprendente. Esto no quiere decir que los puntos de giro sean nulos en toda historia narrada. Hay una gran disrupción entre las dos primeras escenas y la que nos presenta a Lorenzo en su oficina, con signos claros y elegantes, pero esto viene ligado a un esfuerzo por parte del relato mismo en hacer la vista gorda ante su propio alfabeto. Todo con la máxima intención de encontrarnos desprevenidos frente a un final que ya se venía cifrando diegéticamente en el transcurso del film.

Ilustraremos con más detalles y sin anticipar claves del argumento. Si en la oficina ya mencionada solo hay comunicación telefónica de línea y Lorenzo se viste con cuello de tortuga y campera de cuero al mejor estilo de Steve McQueen en ‘Bullit’ (1968) es a favor de una demanda de atención. Lo mismo ocurre si en el hall de un hospital abandonado escuchamos la misma canción reproducida en el estéreo de un Peugeot. Sin embargo, la película se ocupa básicamente de echarle arena en los ojos al espectador más atento, para que no pueda pronosticar su desenlace, o peor, para presentarlo como una gran revelación que no opera con naturalidad.

Su otro gran disfraz es el recurso más bastardeado del terror: el famoso Jumpscare. Cuidado, últimamente se lo achaca como algo cinematográficamente débil, aunque en realidad si se abre camino a la torpeza es a partir de la repetición que cae en la redundancia. Se puede aplicar un par de veces; ahora, si en más de cinco oportunidades se entra a una habitación con la sola función de darse vuelta y encontrar el susto, la esencia del film se compone en la extradiégesis, y eso se vuelve superfluo.

No hay malas actuaciones, ni malos diálogos; como tampoco hay pésimos dirección y guion. Cada cabo converge en una resolución deliberada, pero su punto de vista es ambiguo a la vez que claro, y no termina de congeniar con el devenir de su fábula propiamente dicha. No se puede tratar a este trabajo como un resultado hediondo. Sencillamente simula plantear sus problemas, simula borrarlos con el codo, y al final el único aspecto que nos queda por elogiar es el técnico.

2 de 10


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