CINE: Crítica de “CYRANO MON AMOUR” – El ‘nolens volens’ del teatro francés.

Por Lucas Manuel Rodriguez

‘Cyrano’ es la obra más exitosa de las que nacieron en los escenarios de representación de Francia. En la película ‘Cyrano mon amour’, con el título original ‘Edmond’, tenemos a un desconocido Edmond Rostand (interpretado por Thomas Solivérès), quien hoy es recordado como el principal responsable de la primera adaptación elogiada sobre esa figura de dramaturgo, pensador, poeta y posible ascendiente de la ciencia ficción que fue Cyrano de Bergerac.

Todo comienza en las vísperas de la navidad de 1895, ciudad de Lyon, con un Rostand casado, sin esperanzas de ser reconocido por sus destrezas poéticas como autor teatral, y que se encuentra por primera vez con el cinematógrafo de los hermanos Lumière, al asistir a una de las proyecciones de ‘La salida de los obreros de la fábrica’. Surge entonces una casi inmediata elipsis que nos lleva a diciembre de 1897, momento en el que el dramaturgo es solicitado por el actor Constant Coquelin (Olivier Gourmet) para llevar a cabo un material sin precedentes en el mítico teatro Porte-Saint-Martin.

En concomitancia, y paulatinamente, la idea de tomar prestado al personaje de Cyrano invadirá la imaginación de nuestro protagonista y se convertirá en su propuesta a materializar en cuestión de días, cuando no semanas. Los obstáculos serán poco misericordiosos, aunque su inspiración estará muy lejos de atenuarse.

Así, debido a su dirección, su guion o ambos, Alexis Michalik nos presenta una ambientación de identidades nubladas por duplicidades que se ven rodeadas por un contexto cultural, histórico y social muy enriquecedor para la actualidad, ya que este largometraje se presta a claras analogías sobre cómo funciona el ‘starsystem’ en el mundo del espectáculo incluso hoy; ya sea por las clausulas impuestas por los mecenas de la obra y los mismos actores al solicitar más “culos” (mujeres) y duelos, o también por las restricciones por decretos ministeriales de la mano de funcionarios políticos. Como decía el católico liberal Lord Acton, en el mismo siglo representado en el film, “todo poder corrompe, todo poder absoluto corrompe absolutamente”.

Si hablamos de recursos en materia estilística y axiológica, ni la música, ni la fotografía, ni el montaje y ni siquiera las actuaciones desentonan en ningún punto de encuentro. Estamos prácticamente frente a una elaboración impecable. Aunque, en realidad, sí le señalaremos que hay un par de resoluciones en el último acto que rozan lo paródico al borde de debilitar los elementos dramáticos que nos venían presentando en un relato que, si bien ya era mayormente cómico, se expresaba con un tono esencialmente satírico.

9.5 de 10


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