CINE: Crítica de «Delfín»

Por Marcelo Cafferata

Después de sus largometrajes “El desierto negro” y “Samurai”, Gaspar Scheuer –quien tiene una vasta carrera como sonidista para directores como Fernando Birri, Perrone, Pino Solanas o Cozarinsky, entre otros- nos presenta su tercer filme “DELFIN” que formó parte de la selección de Cannes, Écrans Juniors en 2019.

El título de la película responde al nombre de su protagonista, Delfín, un chico de 11 años que vive en un pueblo de la provincia de Buenos Aires.

La cámara va registrando lentamente su cotidiano y así es como participamos tanto de sus clases en el colegio –donde vemos que para él es más importante dibujar que prestar atención a la clase o a una evaluación- como de pescar ranas con los amigos o la pequeña “persecución” que emprende a una joven maestra del colegio (delicada Paula Reca, en un pequeño papel) por la que siente una cierta atracción e intentará espiar y escuchar algunas de sus conversaciones telefónicas.

Pero no todo es el mosaico de una niñez idílica de provincia, sino que muy por el contrario, Delfín también cotidianamente tiene que lidiar con algunas personas que preguntan insistentemente por su padre –que luego reconoceremos como cobradores de una deuda que mantiene y que aparentemente difícilmente pueda cancelar-; una economía familiar precaria –mientras su papá trabaja muchas horas como obrero en la construcción, él ayuda haciendo reparto de una panadería antes de ir al colegio-; una vida algo nómade y la pérdida tan temprana de su mamá.

Pero para Delfín no hay nada más importante que el instrumento que lo apasiona: en la escuela aprendió a tocar el corno francés y cuando se entera que existe la posibilidad de audicionar en la Orquesta Juvenil de Junín, hará todo lo posible (y lo imposible) para concurrir ese evento.

Burlando en cierto modo las burocráticas trabas del colegio para conseguir que le presten el corno e inclusive, sorteando una promesa de que su padre lo acompañe que no se podrá cumplir, no habrá ningún tipo de obstáculo que pueda interponerse entre Delfín y su deseo.

En la pequeña anécdota de ese viaje a la audición, en ese registro detallado de las vivencias y las emociones de Delfín y su recorrido en solitario, la película de Scheuer cobra una enorme fuerza y nos recuerda, en cierto modo, al cine de Carlos Sorín con sus “Historias Mínimas”, “Días de pesca” o, con un cierto aire, por la importancia de la figura del niño en el centro del relato a “Joel”.

Scheuer también encuentra emoción y sutilezas en lo simple, en una pequeña anécdota que se engrandece con los detalles.

La minuciosa construcción del vínculo padre-hijo que se cimienta en miradas, gestos, en pequeñas conversaciones y frases con las que apuradamente se arman los cruces y diálogos entre ellos, son un gran acierto del guion del propio Scheuer y que, sin sobreabundancias, y con apenas algunas pinceladas nos pintan ese lazo entrañable que pudieron construir aún cuando las circunstancias no han jugado a su favor.

DELFIN” es de esas películas que se van construyendo en base a pequeños momentos. A todos los ya comentados se suma un pequeño encuentro dentro de su viaje, completamente delicioso y disfrutable con alguien que le contará, con una voz de abuelo de cuento, justamente una preciosa historia vinculada con su nombre.

Así, una vez más, el guion refuerza la idea de construcción de una identidad. En su nombre –sobre el que aparecen situaciones diversas a lo largo de la historia-, en las pasiones, en lo que lo moviliza a ese pequeño niño de 11 años que por momentos parece un adulto en cómo maneja su vida y su deseo y en la mirada con cierta candidez de ese mundo infantil que despierta a la vida.

La música de Ezequiel Menalled, que es parte central de la trama, es sencillamente hermosa y dentro de los rubros técnicos también sobresale el trabajo de fotografía de Guillermo Saposnik.

Cristian Salguero logra un personaje creíble y sencillo en su composición del papá de Delfin, Marcelo Subiotto se destaca en un pequeño secundario como el panadero y la figura casi excluyente del relato es la de Valentino Catania como Delfín. Su naturalidad y su expresividad le ganan a algunos pequeños problemas que pueden presentarse en el decir de sus textos que en algunas situaciones suenan como repetidos de memoria, pero no es tarea fácil para Valentino cargarse la película al hombro y logra que el espectador empatice rápidamente con su historia.

DELFIN” es de esas películas con una historia pequeña, un pequeño cuento que nos vuelve a llevar por un rato al mundo de la niñez, a mirar nuestros sueños y nuestros proyectos con esa mirada de niño despojada de prejuicios.

7.5 de 10

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