CINE: Crítica de “LA DEUDA” – Vouyerismo y ludopatía.

Por Lucas Manuel Rodríguez

La productora española El Deseo, de los hermanos Pedro y Agustín Almodóvar, y la Municipalidad de Avellaneda congeniaron en el financiamiento de la nueva película dirigida y co-guionada por Gustavo Fontán. ‘La Deuda’, protagonizada por Belén Blanco y Marcelo Subiotto, fue filmada en locaciones de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y en los límites de la zona centro de Avellaneda.

Sería un tanto amnésico de nuestra parte asumir que este film es experimental. En cierto punto, todos lo son. A su vez, el acercamiento que Fontán aplica con Mónica (Blanco), su protagonista, guarda notables reminiscencias con la Marion Crane del primer tercio de ‘Psicosis’ (1960) -por su dilema económico- y el Thomas de Blow-Up (1966) -por contar con una participación casi absoluta a lo largo del metraje-.

La puesta de cámara es un elemento que acompaña poéticamente la decisión de un ritmo pausado. Esto con la labor del director de fotografía, Diego Poleri, que compone la narración mediante el uso de planos fijos, cosa que aplica en la mayoría de la duración, salvo con algunas excepciones. Una de ellas, en las escaleras mecánicas del Bingo de Avellaneda, esas que llevan a Mónica hacia las máquinas traga-monedas a través de un metafórico descenso infernal; Otras pueden percibirse en los anómalos planos subjetivos establecidos detrás del parabrisas del Ford Escort de Sergio (Subiotto).

Lo que nos lleva a subrayar un polémico establecimiento de un “no lugar” para nada utópico. Si bien a los residentes nos pueden quedar claros los trayectos que se llevan a cabo de la ciudad a zona sur y viceversa, la película elabora su geografía de manera muy dispersa con indicios -nombres de calles, señales de tránsito- que de a ratos son omitidos. Es decir, es una obra centrada en sus personajes, particularmente los que se relacionan con una, y no en su paisaje, aunque sí se entiende que este también incide en los acontecimientos que la atraviesan a ella. Lo cual puede ser apreciado como deliberado o no, tampoco lo señalamos como un defecto. Si podemos disfrutar de una lectura de Shakespeare en la que Inglaterra limita con Polonia, también podemos suspender el realismo y la verosimilitud en cualquier ficción de vez en cuando.

No es un film para todos los públicos, ninguno lo es. Opera con una apreciable operación de símbolos dentro de una historia que en apariencia está plagada de naderías y tiempos muertos. Discrepamos con quienes aseguren que es una obra vacía, aunque de hecho se presta a dicha interpretación fallida. El trabajo de Gustavo Fontán, muy lejos de ser menor, nos mantiene como observadores parcialmente pasivos, pero también nos pone de frente con esos conflictos que combatimos a diario y nos hace pasar a un rol más activo. Hay, sin embargo, elementos de contexto social, político y económico que básicamente aparecen de costado, casi como una nota al pie en la trama y no terminan por abordarse. Esto puede deberse al mero hecho de que disponemos de un solo visionado del film. Por ahora esto no parecería compaginarse narrativa y discursivamente con el rumbo de Mónica.

8 de 10


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