CINE: Crítica de «Pokémon: Detective Pikachu»

Por Guido Rusconi

Para casi cualquier persona nacida o criada durante la década del 90, la palabra Pokemon significa muchas cosas que retrotraen la memoria a la infancia o adolescencia. Nacido en 1996 como un videojuego, esta historia de extrañas criaturas que peleaban entre sí para nuestro entretenimiento fue evolucionando a pasos agigantados, hasta llegar a ser un verdadero fenómeno mundial. Esto en parte fue gracias al anime, el cual terminó de popularizar a Pokemon al punto de que en su máximo esplendor representó el 1% del PBI anual de Japón. El éxito del anime derivó entonces en una secuencia natural de comercialización: merchandising de todo tipo, películas, más videojuegos y un sinfín de productos con el sello de la marca y sobre todo de su mascota, Pikachu.

Fue recién en 2019, sin embargo, que Pokemon sería llevado a la pantalla grande en una película live action, en la que estos simpáticos seres compartirían espacio con actores de carne y hueso, un subgénero que en los últimos años ha adquirido gran popularidad en el cine infantil-juvenil. Con la constante evolución del CGI, ya no es raro que los personajes generados en computadora hagan el salto de la animación pura y dura a las películas con actores y actrices reales. Por otro lado, esta combinación de personajes animados con aquellos encarnados por humanos no es del todo novedosa (¿Quién engañó a Roger Rabbit? es quizás uno de los ejemplos más primitivos de esto) y a menudo tiene resultados más bien adversos, con películas de baja calidad y con un guión bastante simple que apelan a un público infantil que sí o sí debe acudir a verlas con sus padres, haciendo que con frecuencia sean éxitos de taquilla. Con la salida de Pokemon: Detective Pikachu, restaba verificar de qué lado de la balanza quedaría la empresa japonesa.

Este film, paradójicamente, comienza con una premisa mucho más oscura de lo que cualquiera creería cuando piensa en Pokemon. Aquí nos encontramos con Tim, un joven que trabaja en una compañía de seguros y que a diferencia de la mayoría de las personas, no tiene un Pokemon como acompañante. Un día Tim se entera que su padre (a quien no veía hace muchos años) murió en un accidente y debe ir a la ciudad donde él vivía para juntar sus pertenencias. Esta ciudad tiene una particularidad, que consiste en que los humanos y los pokemon viven en una suerte de armonía en la que interactúan como ciudadanos en igualdad de condiciones, por lo que en un principio veremos a varios de ellos caminando por la calle como cualquier persona y hasta trabajando en ámbitos como el control de tránsito.

Para el protagonista todo cambiará cuando una vez en el departamento de su padre se encuentre con un Pikachu que habla su idioma y que puede entenderlo a la perfección (como se sabe, los pokemon pueden comunicarse entre sí pero no con los humanos, ya que solo dicen su nombre). Este Pikachu sufre de amnesia y no recuerda nada de su vida pasada, pero a la vez sospecha que el padre de Tim realmente no murió y que su accidente no fue tal, probablemente porque estaría investigando en donde no debía.

A medida que avanza la historia, se van sumando algunos personajes secundarios que no adquieren tanto peso en la búsqueda de la verdad por parte de los dos protagonistas, por lo que a fin de cuentas, la película tiene una estructura de buddy-cop movie, género muy popular en los 80 en el que dos policías -profesionales o no- con personalidades un tanto antagónicas se unen para resolver un misterio.

Surgen varias preguntas al ver la película, y tal vez la más imponente de ellas sea cuál es el target demográfico al que pretende apuntar. Daría la sensación por momentos que Detective Pikachu fue hecha pensando más en los veinte o treintañeros víctimas del virus de la nostalgia (el cual motoriza todo Hollywood hoy en dia) que al público infantil cuyo tono transmite. El guión no da muchas vueltas afortunadamente en explicar las cuestiones básicas del mundo pokemon porque da por entendido que casi todos los espectadores van a conocerlas, y aún no siendo así, la película logra entretener. La historia retoma en cierto modo el argumento de la primera película de Pokemon en versión anime (llamada justamente Pokemon: The first movie), pero a la vez no abusa de la mitología de los videojuegos de Game Boy o de la serie, ya que su fuente original es un juego relativamente reciente que lleva el mismo nombre que el largometraje.

Es importante también mencionar que los efectos especiales son un gran componente de toda producción de este estilo, y en este aspecto Detective Pikachu es donde más se luce. Resultaba un desafío para los encargados de los diseños y la animación traer a la vida en el mundo real a estas criaturas que durante más de veinte años habían sido solamente dibujos o modelos renderizados en 3D, pero nunca con un aproximamiento realista. La convivencia entre pokemon y humanos se siente genuina, como si realmente estuvieran en el mismo lugar. El problema radica un poco en que los personajes humanos pierden importancia en este mar de seres fantásticos que se llevan todas las miradas. Se puede criticar además (solamente por ser quisquilloso) que no se vieron tantas especies de pokemon como se esperaba, considerando que hoy en día hay más de 800 para elegir.

En lo que respecta a uno de los pilares de toda película infantil-juvenil -el humor-, esta película es más irregular, aunque cuando cae bien parada tiene grandes momentos, la mayoría por parte de su protagonista oral, Ryan Reynolds. Por alguna razón, el actor que también encarna a Deadpool fue elegido para darle voz y vida a Pikachu y lo que podría haber sido un desastre tiene mucho sentido en el contexto que la trama se mueve. La ternura inevitable que provoca el roedor amarillo marida a la perfección con la actitud que Reynolds le imprime al personaje, que se muestra desafiante y perspicaz, sin dejar de lado el compañerismo que lo une a Tim.

Pokemon Detective Pikachu es entonces una película que sin dudas dista de ser perfecta. Algunas escenas abusan de la exposición argumental, explicando cosas que se pueden inferir fácilmente, y la historia por momentos se desinfla, dependiendo de los efectos especiales para mantener el barco a flote. El carisma de Ryan Reynolds y un gran trabajo de diseño digital la terminan salvando de ser un potencial fracaso. Pero eso no debería interesarle a aquellos que van (o vamos) a verla con la mente más puesta en emprender un viaje por el camino de los recuerdos que en encontrar una trama profunda y coherente donde no la hay.


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