CINE: Crítica de «SHALOM TAIWAN»

Por Marcelo Cafferata


En “SHALOM TAIWAN”, Walter Tejblum imagina una historia (con un guión escrito junto a Sergio Dubcovsky y Santiago Korovsky) dentro de la comunidad judía con el eje en Aarón, un joven rabino que quiere lo mejor para su templo y su comunidad. Para iniciar una serie de reformas que le permitirán brindar un mejor servicio social a quienes integran su comunidad, se endeuda fuertemente con un prestamista para efectuar esas refacciones en su templo.

Si bien el afiche tiene como leit motiv “Un rabino que no tiene deudas, no tiene proyectos” con el devenir de la historia veremos que las deudas no van tan ligadas a la prosperidad de poder llevar un proyecto adelante, sino que están más bien emparentadas con generar(le) múltiples presiones y problemas, que la mayoría de las veces ni son tan fáciles de resolver, ni aparece la solución mágica en el momento esperado.

Lo que aparece en el film de Tejblum en un primer momento, es la pintura de la comunidad judía, lo que lo emparenta en cierta forma con el cine de Daniel Burman (del cual Dubcovsky había sido socio y productor) deteniéndose en algunos detalles, en los rituales y en ciertos íconos que convierten a sus historias en especiales.

Pero “SHALOM TAIWAN” se aleja rápidamente de ese registro y mediante diversos zigzagueos del guión nos va llevando por diferentes caminos en un recorrido que muchas veces no termina de convencer, no tanto por la historia que quiere contar sino algunas decisiones de los guionistas que no parecen tener demasiada justificación dentro del contexto.

Acuciado por el potencial embargo de la propiedad –todos sabemos en nuestro país lo difícil que se hace devolver un préstamo en moneda extranjera con todos los vaivenes financieros de nuestra economía-, el rabino tendrá que arbitrar todos los medios que sean necesarios para poder conseguir el dinero que le reclama el financista (Carlos Portaluppi, en un rol completamente signado por el cliché) y devolverlo en un plazo absolutamente perentorio.

Así comienza un viaje a la búsqueda de donaciones y apenas tiene el dato de una potencial suma de dinero disponible, se lanza a perseguirla, llegando de esta forma a lugares tan distantes y dispares como Nueva York o Taiwán.

El enfrentamiento con una cultura tan diferente como la asiática (previo paso por la hiperactiva Manhattan) hacía pensar en una reflexión similar a la que Doris Dörrie planteaba para sus personajes de “Iluminación Garantizada”, cuando el contacto con otro pueblo y otras costumbres tan diferentes, les brinda una enseñanza que modifica sus vidas.

Nada de eso pasa, al menos a primera vista en “SHALOM TAIWAN” donde las ciudades parecen más un vistoso decorado y una excusa exótica del guión para plantear un recorrido turístico por las ciudades, que una verdadera vinculación del protagonista con esas geografías.

Entonces, los hechos que se van suscitando frente a la búsqueda de ese dinero que nunca llega y las donaciones que no se hacen presentes, bien podría haber sido en una provincia de nuestro país, en cualquier país de Latinoamérica o en alguna lujosa ciudad Europea.

La Taiwán del título, si bien oficia de atractivo visual en los segmentos en los que aparece bellísima e imponente (con casi cuatro semanas de rodaje en esa ciudad) no termina de justificarse a nivel guión porque no aporta ningún elemento decisivo en la trama que sólo podría haber sucedido allí en forma excluyente.

Es por eso que la película desorienta porque parece ir probando varios bosquejos, diferentes tonos y no se decide radicalmente por ninguno.

Situación que no estaría para nada mal en una película que quiera explorar diversas texturas, pero no parece ser el caso de “SHALOM TAIWAN” que luego de estos viajes a tierras tan lejanas, cierra finalmente con un tono más cercano a la fábula o al cuento con moraleja. Ese viaje iniciático del protagonista para llegar a un punto de inflexión en su vida, definitivamente no aparece.

Un acierto de la película es el protagónico absoluto de Fabián Rosenthal que en su debut cinematográfico aporta la frescura y el toque de realismo que Aarón necesita y explota con facilidad las zonas más sensibles del personaje que hacen que su figura crezca y acompañe a esos devenires del guion, con armonía.

El “comic relief” está planteado por la pareja de Paula Grinzpan y Santiago Korosky en delicados pasos de comedia que completan ese tono costumbrista que la película acertadamente busca y cuenta además con pequeñas participaciones de Bettiana Blum, Alan Sabbagh y el coprotagónico de Mercedes Funes, en el papel de la esposa de Aarón (abandonada en un arquetipo de mujer que no tiene ninguna inflexión en el relato).

Sobre el final, las piezas se van acomodando para poder decir que muchas veces irse tan lejos emprendiendo una búsqueda no es siempre la mejor opción.

A veces, es mucho más saludable y beneficioso conectarse con uno mismo desde el interior y ver que la solución está más al alcance de la mano de lo que uno pensaba, y que muchas veces, ese lugar en el mundo tan soñado, está mucho más cerca.

6 de 10


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