Crítica: Dos propuestas nacionales en cartelera

Por Lucas Manuel Rodriguez


«LA SABIDURÍA»: El amor en los tiempos de Rosas.

Este nuevo trabajo de Eduardo Pinto puede definirse a modo de “rape and revenge” que se toma su tiempo en declararse como tal. Como lo expresa la nomenclatura del subgénero, habrá violación, seguida de una oportunidad de venganza, y no al revés. No faltará quien equipare a La Sabiduría en desventaja con las Kill Bill de Quentin Tarantino, ya que en su primera parte declara sus principios en los primeros minutos y eso es todo lo contrario a lo que se propone Pinto.
Desmerecer a esta película por motivos como el mencionado es un despropósito categórico; defenderla por su escasez de recursos es una apología innecesaria. En una reunión de prensa a la que Revista Meta asistió, el realizador declaró que su principal finalidad era la de tener algo para filmar. Una vez terminado el guión, con la disposición de un talentoso elenco y de locaciones rurales en la ciudad de Coronel Brandsen, Pinto se desenvolvió tanto en la dirección como en la fotografía y consideró adecuado poner en práctica algunas de las obsesiones –o hilos conductores- de sus referentes audiovisuales, fundamentalmente a Leonardo Favio y particularmente las de Juan Moreira y Nazareno Cruz y el lobo.
La filmografía de Favio cuenta con una forma narrativa y discursiva que básicamente es imposible de emular, pese a que su puesta en escena dispone de elementos unilaterales que difícilmente puedan ser pensados en distintos modos de reconfiguración de sentidos. Y esto tiene peso en las influencias de Eduardo Pinto, quien también señaló que una de sus principales intenciones era la de representar los vínculos matrimoniales por obligación moral practicados a lo largo de los siglos XIX y XX, mediante los cuales la violencia de género era una cotidianidad cristalizada y la única salida para las mujeres de cumplir con su rol social desprovisto de compasiones para y con sus maridos.
Esto está muy logrado en la puesta en escena de La Sabiduría, pero por una cuestión excesiva de repeticiones con las que todos los hombres son siempre una amenaza para las mujeres, la puesta pierde su elegancia inicial y se vuelve aproximación, muy en contra de su voluntad. Los hombres en este relato solo violan, o avalan la violación, ya sea mediante seriedad activa o torpeza pasiva. De todas maneras, esto no opaca la agudeza actoral masculina de Daniel Fanego, Lautaro Delgado y Diego Cremonesi, por citar unos casos.
Lo que comienza con tres amigas que van a pasar un fin de semana, completamente eximidas de dispositivos electrónicos, en la estancia que se llama como la película, descarta involuntariamente la posibilidad de ser un film feminista auténtico. Sin embargo, esa carencia de luces y sombras en las personalidades de los hombres se recupera con las de estas tres protagonistas, encarnadas por tres actrices tan perspicaces como sus colegas, con Lucía Gala, Paloma Contreras y una extraordinaria Analía Couceyro.
La deshumanización de sus personajes secundarios hace que el elemento trágico de La Sabiduría pierda consistencia a la hora de contraponer rivalidades. Su principal pecado es que todos sus antagonistas son maldad pura sin posibilidad redentora. De todas formas, esto llega a salvarse con el devenir narrativo de tres mujeres que entran a una nueva representación del corazón de las tinieblas y logran importarnos en cada instante que comparten en pantalla, ya sea en los momentos que sus vidas corren riesgo, o en la naturalidad de circunstancias de relajamiento. Logran conmover porque expresan matices compasivos, a veces perfectamente sugeridos y otras veces explicitados innecesariamente.
Un film eficaz, pero si tan solo estuvieran mejor balanceados los niveles de sofisticación moral a la hora de confrontar a las mujeres con los hombres, Eduardo Pinto hubiera ofrecido una obra más a la altura o hasta superior que la más reciente y bien referida Corralón. Por el momento, se celebra que en un contexto de producción nacional tan desdibujado, como el actual, un realizador como él se mantenga activo en su afán de rodar a como dé lugar.

7 de 10


«MALAMADRE»: Un registro testimonial, nada más, nada menos.

Amparo González Aguilar dirige, escribe y protagoniza su primera película. Malamadre es un documental que compila las voces y la presencia de distintas madres que se incorporan individualmente para poner en tela de juicio las implicancias de convivir con sus familias en relaciones de no solo maternidad, sino además de amistad, educación y mantenimiento dinámico –ya sea en la cobertura de necesidades básicas y/o de servicios culturales-.
La sucesión de testimonios representan un bálsamo pedagógico de dimensiones instructivas, con el agregado de ilustraciones estáticas que son sobrellevadas con humor y sin perder distancia con la seriedad del material propiamente tratado. Sobre lo dicho, entran en debate los dilemas sobre qué es ser madre, qué se sacrifica, cómo es parir, cómo es y porque se decide practicar la cesárea. En este aspecto, la inclusión participativa de los hijos de la realizadora opera como un gran contrapunto que no toma distancia con el material tratado, más allá de los elevados tonos de jocosidad expresados en cada intervención.
Desde lo técnico, podemos destacar el uso esencial de primerísimos primeros planos. Casi como puesta en dialogo con los que elaboró Carl Theodor Dreyer en La Pasión de Juana de Arco (1928). Sin embargo tenemos que decir que su estética formal no termina de compaginarse en un discurso propiamente cinematográfico.
Malamadre es un triunfo en el sentido más informal, es decir, por su característica inherente de informar. A su vez, para ser un film con mayor existencia en blanco y negro, la presencia de colores se siente más azarosa que operativa. Lo cual no quita que sea difamador con la figura masculina y, por efecto de péndulo, laudatorio con la femenina. Mantiene un enfoque de expresión inclusiva y, por lo tanto, feminista.
Así las cosas, dispone de un mensaje eficaz, pero en el cine, y esto incluye al formato documental, se requiere ser algo más que eso. Haremos una comparación con un ejemplo similar para que se comprenda lo que no es ese “algo más”. En el más reciente y mega elogiado trabajo de Peter Jackson, Jamás Llegarán a Viejos, se recuperan las voces registradas de sobrevivientes de la Primera Guerra Mundial; como ejercicio es interesante su valor verídico, pero en el sentido estético es azaroso ya que la sucesión acelerada de nuevas voces pueden cambiar de orden y velocidad y nada de la esencia del film cambiaría en lo absoluto, pese a su prodigio técnico con la representación realista de escenarios bélicos.
La cuestión de la carencia de ese “algo más” no se reduce a cuestiones presupuestarias, implican también un orden de decisiones que congenien en el desfase de lo que informa a lo que forma. La solución, o la única solución, tampoco es combinar los testimonios a situaciones ficticias, algo a lo que este film le huye acertadamente. Sin embargo, sus dibujos disponen de una función poética casi nula y el orden de las voces puede cambiar de lugar sin que la esencia de Malamadre cambie.
Lo difícil, sobre todo en los documentales, es que lo azaroso sea revocado totalmente. En este caso, la materia prima es lo suficientemente firme como para que el resultado sea bueno, y lo es; el problema es que se siente que solamente está servido a la espera de que el espectador se quede pensando en lo dicho, sin espacio a la duda y a los dilemas de lo que acarrea el ser una buena o una mala madre.

6 de 10

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