20/3/18
Por Guadalupe Farina
Foto de Lucas Suryano
Con Dulce pájaro de juventud, el gran Tennessee Williams vuelve a la escena porteña, esta vez de la mano de Oscar Barney Finn. Escrita en 1959, siendo ya un escritor consagrado, la obra da cuenta de los prejuicios y la doble moral del sur de los Estados Unidos, tema más que recurrente en su dramaturgia.
Como no podía ser de otra manera, tratándose de Tennessee, los personajes centrales son todos perdedores. Chance Wayne (Sergio Surraco), un joven oriundo de Mississippi que se fue de su pueblo años atrás con el objetivo de triunfar en la industria del cine, regresa a su tierra natal acompañado por Alexandra del Lago (Beatriz Spelzini), una actriz a la que ya se le pasó su cuarto de hora en Hollywood y que no puede aceptar el paso del tiempo. Por supuesto que Wayne no triunfó y a lo máximo que llegó es a ser una suerte de asistente y amante de la otrora diva. Allí, en Mississippi, se encontrará con fantasmas del pasado e historias no resueltas. Al irse, abandonó a la entonces joven Heavenly (Malena Figó), hija de Finley (Carlos Kaspar), un prominente político conservador que está haciendo carrera para la gobernación y lo que menos quiere es que Chance vuelva siquiera a acercarse a su hija.
Hasta ahí, el argumento. Luego, por supuesto, distintos secretos se irán desentrañando con el correr de la trama de una puesta en escena a la que le falta vida. Spelzini se destaca interpretando a una mujer sumida en una depresión y desasosiego absoluto, al percibir que el tiempo se le escapa de las manos. Pero no se encuentra en su cuerpo ni siquiera un resabio de la estrella que supo ser. Lo mismo sucede con Surraco, de cuyo personaje sabemos que es un gigoló por lo que dice el texto, no por sus acciones ni actitud.
Justamente la acción es la gran olvidada de la puesta, que termina convirtiéndose en una monótona letanía donde lo único que parece importar es el texto. Entonces, los actores devienen en figuras parlantes que esperan prolijamente su turno de habla para tomar la palabra, inclusive en las peleas y discusiones, que son varias.
El tiempo como una fuerza arrasadora que todo lo destruye, uno de los grandes tópicos del dramaturgo estadounidense que en esta obra es uno de los ejes principales, deviene en un mero elemento discursivo. Todos se refieren a él, pero no se observa su poder sobre esos cuerpos. Sólo Alexandra del Lago pierde la compostura al ver que el tiempo se le va, no así el resto de los personajes. Y el tema del tiempo es la gran cuestión para todos.
Otro gran problema es lo referente a la construcción de la espacialidad. El mecanismo utilizado para recrear los distintos lugares en los que transcurre la historia tiene reminiscencias a escenografía de acto escolar. El recurso de entrarla y sacarla en las distintas escenas colabora con la monotonía de la puesta.
En definitiva, podría decirse que la propuesta escénica de Barney Finn quedó vetusta para lo que es hoy por hoy el teatro porteño. Sin embargo, vale la pena ver la buena actuación de Spelzini y, por supuesto, disfrutar de la calidad de un clásico de Tennessee Williams.
Dulce pájaro de juventud se presenta de jueves a domingo en el Centro Cultural 25 de Mayo (Av. Triunvirato 4444 – CABA).
Ficha artístico-técnica
Dramaturgia: Tennessee Williams
Elenco: Beatriz Spelzini, Sergio Surraco, Carlos Kaspar, Malena Figo, Victorio D’Alessandro, Pablo Mariuzzi, Maby Salerno, Pablo Flores Maini, Gastón Ares y Sebastian Dartayete.
Pianista: Pablo Viotti.
Música Original: Axel Kryeger
Letra canción original: Gonzalo Demaría
Diseño de escenografía: Daniel Feijoo
Diseño de vestuario: Mini Zuccheri
Colaboración en vestuario: Paula Molina
Diseño de iluminación: Claudio Del Bianco
Asistencia de iluminación: Facundo David
Diseño de peinados: Ricardo Fasán
Diseño de maquillaje: Elisa D’Agustini
Fotografía: Mili Morsella
Producción ejecutiva: Sol Vannelli / Verónica Dragui
Asistencia de dirección: Mauro J. Pérez / Lucía Cicchitti
Dirección y puesta en escena: Oscar Barney Finn