Por Fer Casals
Como en una pintura, «La Terquedad» fragmenta la simultaneidad de acciones como núcleo narrativo. No casualmente la obra es una de un ciclo de siete, inspiradas en el cuadro de El Bosco, «La mesa de los pecados capitales». Creada por el actor, director y dramaturgo, Rafael Spregelburg.
Ambientada en 1939, a finales de la guerra Civil Española, cuenta la historia del comisario Jaume Planc (Spregelburd) que inventa una lengua, el Katak, y un diccionario basado en una secuencia numérica con la noble idea de derrumbar las barreras del idioma y (tal vez) cambiar al mundo. El problema es que el comisario es también un fascista explícito.
La obra le demanda al espectador en principio, identificarse con este fascista humanista. Las distintas situaciones en la casa se ven desde distintos puntos de vista y literalmente gira para mostrar lo sucedido en otros ambientes. La misma linea de tiempo en el que se desarrolla cada acto sucede tres veces. Y no es lo único que la obra demanda, un texto complejo que juega desde el humor con el lenguaje y su duración (tres horas) hacen que la obra se convierta en una experiencia ineludible para cualquier amante del buen teatro, aquel que nos cuestiona. En todo caso el material es tan rico, las actuaciones tan sólidas y la producción tan ajustada que vale la pena el esfuerzo.
Spregelburd explora la comunicación en medio de un contexto de derechos humanos vulnerados y también la función del lenguaje en la sociedad, una tarea que sólo por su ambición debería ser halagada. «La Terquedad» desafía, es una obra difícil pero estimulante y cuando la cosa se pone muy seria el autor usa el humor como bálsamo.
Las ideas que articulan la obra son el sentido de incomodidad de empatizar con estos personajes nefastos pero ¿bienintencionados? y lo que subyace, la historia del mundo, el progreso y la revolución en medio de este juego escénico, temporal y lingüístico. El resultado es arduo pero brillante, un viaje que resulta tan complejo como necesario.
Su Comentario *Cuando se sortea ?