TEATRO: Críticas de «Brotherhood» y «Cuantos fantasmas en un beso» – Todo queda en familia.

Por Marcelo Cafferata
Fotos: Akira Patiño y Pablo Vega


BROTHERHOOD
de Anahí Ribeiro

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Siete sillas, diferentes, con siete fragmentos de paredes blancas detrás de cada una de ellas. Cada hermano ocupará una de esas sillas y después de saludarse con más o menos afecto, con un abrazo, con un sonrisa o con un simple beso de compromiso, cada uno desde su espacio comenzará a narrar su propia historia, surgiendo el entramado familiar en ese árbol genealógico que los (re)une.

Anahí Ribeiro enhebra en su dramaturgia diferentes momentos simples, cotidianos, apostando al verosímil y sin apelar a ningún texto discursivo ni rimbombante. No hace falta: ella tiene el poder de sintetizar en cada pequeña vivencia y a través de diálogos honestos y reales, todo ese universo tan complejo como bien sabemos que son los vínculos filiales.

Siete hermanos de diferentes edades, con diferentes realidades, tendrán que enfrentar como cada uno pueda o quiera, la drástica decisión que toma la madre, de abandonar al padre después de décadas de haber soportado toda una vida en común.

Así Poli, el Gringo, la Negra, Titi, Lucho, el Polaco y Yiyi se irán presentando con sus virtudes y sus miserias, con sus conflictos, sus oscuridades, las rivalidades que los ha unido durante toda la vida, sus celos, sus cuentas pendientes, sus emociones a flor de piel, sumado a un secreto familiar que se irá develando a medida que se vaya desarrollando la historia.

Allí está cada uno con toda su historia a cuestas, sus frustraciones, sus desencuentros, el conocimiento profundo con sólo mirarse a los ojos. Allí están con sus errores, su necesidad de ocupar un lugar en esa constelación familiar, de ser aceptados, de pertenecer… y a pesar de cualquier diferencia, el alma familiar presente y unida, de la manera en que se pueda, para un momento tan duro de resolver como es el deterioro de nuestros propios padres, ese momento crucial de enfrentarnos a la orfandad y a las pérdidas.

Ribeiro apela inteligentemente al humor para desdramatizar el dolor, para procesar todo aquello tan difícil de aceptar, nos pone un espejo gigante en donde vernos reflejados en cada detalle, en cada situación, en cada línea de diálogo. Acierta tanto en el tono como en la forma: sencilla y directa, contundente y precisa y no solamente es un gran acierto la manera en que va construyendo su dramaturgia sino que además la puesta en escena que propone es absolutamente novedosa y se enriquece cuando deconstruye el propio texto en diversas formas.

No aparece el típico monólogo sino que articula diferentes formatos, prueba, toma riesgos, y gana en la utilización innovadora y creativa del mapping como forma narrativa, proyectando diferentes referencias por sobre la tela detrás de cada protagonista, en un impecable trabajo de precisión llevado a cabo por Euge Vj Choque, junto al diseño 3D y la escenografía minimalista de Demián Ledesma Becerra (sobresalientes las escenas de charlas de whatsapp entre los hermanos y la planificación de los días de visita a los padres).

En un interesante trabajo coral en donde cada uno es una pieza fundamental de la acción y donde en muchas ocasiones el texto debe decirse con una precisión y un timing que si falla, arruinaría parte de la premisa, todos tienen su momento de lucimiento aunque los trabajos más notables son los de Julia Furnari como Poli (la que intenta estar en todo, un poco como control, un poco para sentirse incluida) y Maria Forni (la negra, la preferida del Padre). Se destaca particularmente en una escena compleja donde Carlos Marsero (el hijo pródigo, el preferido de la Madre) se quiebra por completo en un recuerdo imborrable.

El resto del elenco, forma un equipo compacto de gran lucimiento, sin fisuras.

Y en el cierre, ese secreto se irá develando, ciertas heridas se van sanando, cada uno irá ocupando un nuevo espacio y como en toda buena familia: hay que barajar y dar de nuevo.


BROTHERHOOD – NÜN Teatro Bar (J. Ramirez de Velazco 419) – Miércoles 21 horas


CUANTOS FANTASMAS EN UN BESO
de Pablo Finamore

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Un texto que dialoga con dos temas de absoluta vigencia: la crisis económica (que si bien remite a otros momentos de nuestra realidad económica -2001/2002- bien podría ser acerca de nuestra absoluta actualidad) y la violencia de género.

En un entorno familiar de decadencia, algo del universo de Tennessee Williams y de Jane Austin se entrecruza con los clásicos nacionales, en donde “ubicar” a la mujer de la familia con un buen partido parece ser la única escapatoria posible, la salvación a tanta miseria.

Es así como luego de fuertes discusiones en el seno familiar, hay acuerdo y aires de entrega: el hermano –en total connivencia con la madre- le presenta un compañero de trabajo a su hermana como potencial salida no sólo al problema económico sino a la soledad de este personaje femenino oprimido, con serias dificultades de conectarse con el afuera, algo que la saque de ese entorno tóxico y endogámico en donde parece estar atrapada.

Lo que en principio parece una solución, será el inicio de un problema mayor, con el as en la manga de un secreto que el hermano esconde impiadosamente, subrayando más aún el modelo de cosificación y sometimiento que anida en este modelo patriarcal, en donde la madre aparece más como pareja de su propio hijo que como ordenadora del clan familiar.

Finamore encuentra sus mejores armas cuando muestra la disfuncionalidad familiar, la soledad de esos seres casi sin rumbo atravesados por una dudosa moral dudosa en donde aparentemente, el fin termina justificando los medios.

La puesta hace un buen uso del espacio escénico (del propio Finamore) pero cuesta establecer una empatía con los personajes cuando gritan el texto durante toda la primera mitad de la obra y confunden la violencia interna con explosiones exteriores que no suenan acordes con lo que se pretende contar.

Daniela Catz como la madre y Manu Fernandez como el hermano logran una buena química en escena, pero cuando irrumpe el personaje del candidato para la hermana, Mateo Chiarino logra marcar una gran diferencia con su elaborada composición.

Malena Finamore Catz intenta con todas sus armas darle forma a un personaje complejo pero no logra encontrar la manera de abordarlo para que pueda ser creíble y escapar del estereotipo y de lo exterior, para poder conectar y emocionar al espectador.

Luego de una extensa presentación de los personajes, la trama se precipita y pareciera que lo más importante de la historia quedó pendiente de desarrollo, quedándonos con un final sumamente abrupto entre las manos.


CUANTOS FANTASMAS EN UN BESO – Teatro PAYRO (San Martín 766) – Sábados 21.30 hs.


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