Horacio Quiroga: La sombra de la muerte

Por Valeria Massimino

Siempre la vida de una persona queda marcada por una muerte y si hay más de una muerte cercana, tal vez más marcas. Si además es uno quién llama a la Parca, todo puede cambiar… Y si todo eso le sucede a un escritor seguro tenderá a escribir de otra manera y bajo la influencia del dolor, sumado a una mayor dosis de la amada locura que siempre debe existir.

Desde temprana edad una serie de nefastas vicisitudes comenzaron a “marcarle” el destino al escritor, mientras él escribía, paralelamente estaba escribiéndose el guión de su vida, donde la pluma no siempre escribía lo que él deseaba.

Un fugaz repaso: Horacio Quiroga nació en Salto, Uruguay, en 1878, para más tarde, luego de sus estudios, viajar e instalarse en Argentina. Por parte de su padre descendía del caudillo riojano Facundo Quiroga.

El padre de Horacio Quiroga murió en un accidente mientras cazaba, también dicen que estaba en un bote en ese momento cuando se le escapó una bala de su escopeta, y Horacio era tan solo un bebé quién estaba presente en ese instante… Su primer esposa se suicidó y por accidente él mató a su mejor amigo, Federico Ferrando (mientras inspeccionaba un arma, se le escapó un tiro que impactó en la boca de Federico, matándolo instantáneamente). También sufrió  la pérdida de dos hermanos, Pastora y Prudencio, quienes murieron de fiebre tifoidea en la provincia de Chaco. Sumado al suicidio de su padrastro, Ascencio Barcos, quién  en 1896 tuvo un derrame cerebral que le impedía hablar y se suicidó disparándose con una pistola. También su hija Eglé terminó con su vida un año después de la muerte de su padre en 1937 y su hermano Darío Quiroga, se suicidó en 1952.

Todo un historial de desgracia y suicidios, la Parca estaba siempre a su lado, casi tocándolo con el filo de la guadaña, por mucho tiempo le mostró de lo que era capaz, era una sombra que lo seguía muy de cerca. Pero los protagonistas le quitaron la guadaña a la Muerte, antes que esta lo hiciera, siendo ellos mismos la propia Parca.

Desde pequeño Horacio fue buen deportista y amante de la mecánica y la construcción, pero a los veintidós años comenzó sus primeros pasos poéticos cuando descubrió la obra de Leopoldo Lugones y Edgar Allan Poe, que marcaron su escritura junto a Rudyard Kipling y Guy de Maupassant.

Cuando vino a Buenos Aires, ya conocían su historia y logros y fue designado profesor de castellano en el Colegio Británico de Buenos Aires en marzo de 1903. En junio de 1903 Quiroga se unió como fotógrafo (otra profesión que le interesaba), a Leopoldo Lugones en una expedición a Misiones, financiada por el Ministerio de Educación, en la que planeaba investigar unas ruinas de las misiones jesuíticas.

En 1904 publicó El crimen de otro, fuertemente influido por el estilo de Edgar Allan Poe. Sus primeros cuentos fueron publicados en la revista argentina Caras y Caretas. Y su primer libro de poesía fue Los arrecifes de Coral, publicado en 1901.  Sus personajes nos irán hablando suavemente al oído, ellos nos contarán algunos secretos y obsesiones.

“Escribo siempre que puedo, con náuseas al comenzar”. Horacio Quiroga

Al poco tiempo se enamoró de una de sus alumnas, Ana María Cirés, con quién se casó y viajó a la selva misionera, en donde construyó una casa y nacieron sus dos hijos, y hasta consiguió convencer a sus padres de que no sólo de permitieran el matrimonio, sino que fueran a vivir a la selva con ellos, en donde la aventura era constante y un mundo de inspiración para realizar su escritura. Tuvo fascinación por el Norte y compró una chacra sobre la orilla del Alto Paraná .En 1911 nació su hija, Eglé Quiroga. Y todo parecía estar bien, los viejos fantasmas ya no lo atormentaban, o al menos no tan seguido.

En la selva se sentía bien y tranquilo. Con sus hijos Eglé y Darío Quiroga, ya desde muy pequeños, los acostumbró a esa vida silvestre, dentro de  la selva y en muchas notas que dio dijo que los exponía a ciertos riesgos, pero él estaba a su lado, para que fueran capaces de desenvolverse solos, estuvieron en la jungla y se sentaban al borde de un acantilado, mirando al vacío. Los niños no se aterrorizaban, era parte de su vida, y casi una aventura. La niña pronto aprendió a criar animales silvestres y el niño a usar la escopeta. Y esto mucho no le agradaba a la madre de los niños.

De esa vida en la selva salen los famosos Cuentos de la Selva (1918), lectura obligada en las escuelas. Y los exitosos Cuentos de amor, locura y muerte, cargados de realidades y fantasías.

“Como si todo esto no hubiera tenido otra finalidad que impulsarme al suicidio. No nos sentíamos felices, vuelvo a repetirlo, de morir. Abandonábamos la vida porque ella nos había abandonado ya, al impedirnos ser el uno del otro. En el primero, puro y último abrazo que nos dimos sobre el lecho, vestidos y calzados como al llegar, comprendí, marcada de dicha entre sus brazos, cuán grande hubiera sido mi felicidadde haber llegado a ser su novia, su esposa. A un tiempo tomamos el veneno”. Horacio Quiroga

Luego del “inesperado” suicidio de su mujer, Horacio Quiroga contrajo segundas nupcias con una joven amiga de su hija Eglé, María Elena Bravo, quién era  compañera de escuela, con quien tuvo una niña. Años más tarde ella lo abandonaría y se iría con la hija que ambos concibieron.

En 1935 publicó su último libro de cuentos, Más allá. ¿Y qué hay en el más allá?, algunas religiones dicen que si uno se quita la vida nunca lo sabremos…

A los 58 años Horacio Quiroga fue hospitalizado en Buenos Aires, en el Hospital de Clínicas en donde se le descubrió un cáncer de próstata y sin pensarlo mucho decidió tomar cianuro y terminar con su vida.

07-El almohadon de plumas

El almohadón de plumas

“Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha”.

 

04-Los buques suicidantes

 Los Buques suicidantes

«Entonces quedé solo, mirando como un idiota el mar desierto. Todos, sin saber lo que hacían, se habían arrojado al mar, envueltos en el sonambulismo moroso que flotaba en el buque. Cuando uno se tiraba al agua, los otros se volvían momentáneamente preocupados, como si recordaran algo, para olvidarse en seguida. Así habían desaparecido todos, y supongo que lo mismo los del día anterior, y los otros y los de los demás buques. Esto es todo» .

 puti

Las Rayas

“No había duda; estaban completamente locos, una terrible obsesión de rayas que con esa precipitación productiva quién sabe a dónde los iba a llevar. (…) Habían llegado a un terrible frenesí de rayar, rayar a toda costa, como si las más íntimas células de sus vidas estuvieran sacudidas por esa obsesión de rayar. Aun en el patio mojado las rayas se cruzaban vertiginosamente, apretándose de tal modo al fin, que parecía ya haber hecho explosión la locura”.

Ilustraciones: Agustín Riccardi

BLOG: Simpáticamente

FACEBOOK: Agustin Riccardi Dibujante

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