CINE: Crítica de «If Beale Street could talk»

Por Guido Rusconi

Existe un término llamado Oscar bait, que literalmente se traduce como “carnada de Oscars”, y consiste en aquellas películas escritas y producidas con un ojo en las ceremonias de premios, más que nada en los de la Academia hollywoodense. Suelen ser historias emotivas que tocan fibras íntimas del público, en donde los personajes superan sus adversidades no sin antes tropezar varias veces. En muchos casos se tratan de biopics, historias reales sobre gente real que por alguna u otra razón su vida se hizo de conocimiento público y por lo tanto merecen que una obra sea creada alrededor de su mito. Sin embargo, las películas Oscar bait no siempre tienen éxito en sus intenciones de ser premiadas o incluso nominadas, por lo que hacer una es una movida arriesgada.

Hecha esta introducción, podría decirse que la nueva película de Barry Jenkins (autor de Moonlight) If Beale Street could talk, entra en esta categoría. En la última década, el oscarbaitismo ha virado de a poco hacia historias en donde tiene un lugar primordial el racismo y el maltrato hacia la comunidad afroamericana en Estados Unidos. Los ejemplos sobran, desde 12 years a slave, pasando por The Help y hasta la misma Moonlight (que venció a la favorita La La Land en una bochornosa definición que incluyó confusión de sobres), la Academia ya se acostumbró a premiar estas películas con tintes lacrimógenos para restaurar una relación con la comunidad que ignoraron por tanto tiempo. Ahora bien, en lo que peca If Beale Street could talk no es solo en su naturaleza de Oscar bait, sino que, a diferencia de las otras películas mencionadas, no tiene nada nuevo para decir.

Basada en el libro homónimo de James Baldwin, la nueva obra de Jenkins nos cuenta la historia de Tish y Alonzo (mejor conocido como “Fonny”), una joven pareja de afroamericanos atravesando un incipiente enamoramiento, el cual prontamente queda trunco cuando él es apresado por un crimen que -aparentemente- no cometió. A partir de ahí toda la película tratará de como la familia de Tish intenta probar la inocencia de su novio, yendo y viniendo en una narración no lineal que por momentos se torna confusa.

Barry Jenkins ya había demostrado en Moonlight su habilidad y su buen ojo para contar historias en distintas temporalidades, pero existe la posibilidad que el éxito de esta cinta le haya jugado en contra de cara a sus próximos proyectos. If Beale Street could talk es una obra mucho más grandilocuente, con más locaciones, más actores y tratando de abordar el tópico del racismo desde otro ángulo. Lo malo que tiene este nuevo ángulo es que el público no puede evitar sentirse algo manipulado por los eventos que se desatan en la pantalla. Los golpes bajos, los discursos emotivos, las escenas de violencia gratuita; todo esos elementos están en los lugares exactos para provocar una reacción empática en la audiencia, que al fin y al cabo termina por ser forzada. A su vez, el recurso de la voz en off es utilizado hasta el cansancio por parte de su protagonista, incluso entrometiéndose en la película en ciertas ocasiones que no ameritaban una exposición semejante.

Lo que es innegable, por otro lado, es que la película se ve bien. Aún teniendo un presupuesto bajo de unos 12 millones de dólares, Jenkins se las arregla junto a su director de fotografía James Laxton para ofrecer imágenes nítidas y bien definidas, que muestran en todo su esplendor el vecindario de Harlem, donde transcurre la acción. Por desgracia, esto no es suficiente para que sea un producto redondo y convincente.

No hay que olvidar tampoco que es una historia de amor, pero en este aspecto If Beale Street could talk también está plagada de clichés y lugares comunes por momentos telenovelescos. Lo inverosímil y empalagoso de la escena donde Tish y Fonny tienen relaciones sexuales por primera vez alcanza para notar la falta de profundidad de una película que pretende ser lo contrario. Cuando afirmamos que no tiene nada nuevo para decir es porque realmente no aporta nada novedoso a la representación de los movimientos por los derechos civiles en Estados Unidos en el cine. Y no hace falta ir demasiado lejos para encontrar ejemplos mucho mejores. Este mismo año Spike Lee estrenó una de sus mejores películas con Blackkklansman, donde con un gran sentido del humor expone estos mismos tópicos sin regodearse en su solemnidad.

Sin dudas es una pena que un cineasta tan prometedor como Jenkins haya elegido ir por un camino poco arriesgado, con una película que definitivamente gustará a la crítica norteamericana plagada de culpa de clase, la cual propicia un mensaje casi panfletario que deja muy poco a la libre interpretación. Si todo sale como parece estar diagramado por la coyuntura actual, veremos a esta obra en diversas listas de nominaciones y recibir más de un premio, dejando en claro que a veces un mensaje explícito prima por sobre la calidad intrínseca del cine.

4 de 10


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