Crítica: DUNKERQUE


24/7/17


Por Leandro Rampoldi


¡Wow, mamita querida, la película que se mandó Christopher Nolan! Dunkerque, su más reciente trabajo, es una genialidad con una potencia estética y narrativa descomunal. Un cosmos exquisito, un desorden impetuoso que tensiona, incomoda y afecta al espectador desde el primer minuto.

Para comenzar el análisis es necesario remarcar que Nolan recrea en Dunkerque un festín visual y sensorial diferente todo lo que ya había hecho. Es la primera vez que se aleja de sus temas y tópicos más recurrente – ¿los miedos que deambulan por su psiquis? – para sumergirse en la composición de una historia basada en hechos reales.

En 1940, en pleno desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, el ejército alemán acorraló y aisló por una semana a las fuerzas militares francesas, belgas y británicas en Dunkerque, una ciudad costera situada al norte del país galo. Allí, luego de un brutal asedio, más de 400 mil soldados fueron rescatados milagrosamente por miles de embarcaciones comandadas por civiles, quienes decidieron participar temerosamente de la evacuación de las tropas aliadas.
Dunkerque no es la típica película de guerra, es otra cosa. Es un film de suspenso basado en una historia bélica, una epopeya militar que rememora la historia del bando perdedor. No es un dato menor, dado que casi nunca se suelen contar los fracasos. Sin embargo, este mito golpea personalmente a Nolan por dos motivos: por ser británico y porque su abuelo murió en combate durante la guerra. “Fue una derrota, pero que se vivió como la mejor victoria, como un milagro”, declaró el director.

La primera escena de la película comienza con una calle desolada y el frenético tic-tac de un reloj. Ese es el primer acierto de Nolan ¿por qué? porque a partir de allí el espectador se ve afectado por el elemento del tiempo. El realizador sumerge al público -excelente trabajo de cámara en mano- a vivir el horror en primera persona, lo inicia en una lucha contra el tiempo y el no saber qué es lo que pasará, el no saber quién sobrevivirá.

Pero lo mejor que hace Nolan, que machea con el concepto anterior, es la idea de tomar un momento, un pedazo de historia, unas horas dentro de un período de tiempo determinado y contarlo a través de una estructura narrativa triangular con tres escenarios diferentes. Tres mundos independientes (mar, tierra y aire) en el que cada uno tiene su propio sentido del tiempo. Nada afecta más al público que los saltos de tiempo y espacio.

Aquí entran en escena las excelentes decisiones de utilizar las cámaras IMAX, las cuales permiten mostrar en gran calidad la inmensidad de la naturaleza y la pequeñez de los seres humanos, y, además, la elección de Hans Zimmer (Inception, Interstellar, Batman: el caballero de la noche) como encargado de la banda sonora de la película. El compositor crea magistralmente una atmósfera diferente para cada escenario y momento de la historia.

Además, el impecable ritmo del suspenso Nolan no lo logra sólo con el apoyo de la música de Zimmer, sino que también aplica la táctica de lo que no está. Al igual que un film de terror, Nolan no muestra en ningún momento al “monstruo”. Durante la película no aparece nunca un nazi ni hay una personificación del enemigo. Los solados escapan de algo que acecha, pero no saben de qué. Otra incertidumbre que incomoda.

Nolan debe ser uno de los directores contemporáneos más discutidos. Y también uno de los más vapuleados por los haters que se escudan detrás del anonimato de las redes sociales y detestan o no comprenden su obra. Es cierto que es un cineasta ambicioso y que, a veces, abarca más de lo que aprieta, sin embargo, Dunkerque lo posiciona como un realizador capaz de generar cine de calidad y para un público mainstream y masivo. Su estilo elegante funciona a cualquier nivel.

10 de 10


Por Fer Casals

El pulso de ritmo perfecto del cine de Christopher Nolan, a menudo de rompecabezas astuto, se pone de relieve en Dunkerque, acompañado por el sonido de un cronómetro que permanece durante toda la partitura de Hans Zimmer. El incesante zumbido resalta el miedo predominante que enfrentan los soldados aliados atrapados en la costa norte de Francia mientras ven el tiempo escaparse a medida que los alemanes avanzan.

La abrumadora desesperanza de los acorralados aliados se palpa en la secuencia de apertura de la película, posiblemente la mejor. Casi sin diálogo, seguimos a un soldado petrificado (Fionn Whitehead), mientras intenta colarse en los grupos masivos de soldados que en la playa buscan abrirse camino en uno de los pocos barcos de rescate. La película de Nolan nos pone directamente en un conflicto que no es acerca del combate, sino de la retirada.

Emparejado con un soldado igual de asustado (Aneurin Barnard) los dos muchachos se comunican en gestos silenciosos, escudriñando constantemente su entorno para encontrar posibles vías de escape, y su autopreservación instintiva es propulsada aún más por los sonidos de pesadilla de la guerra, la estrella del film.

La acción, segmentada en episodios de un día, una semana y una hora de la batalla, se registra principalmente a través de las experiencias de estos soldados, un marinero civil (Mark Rylance) y su hijo adolescente (Tom Glynn-Carney) un soldado «perdido» (Cillian Murphy) y  un piloto de la Royal Air Force, interpretado por el otra vez enmascarado Tom Hardy.

La precisa tensión de secuencia inicial se pierde cuando Nolan amplía su mirada para tomar, en narrativas simultáneas, al piloto y al marinero civil. En lugar de simplemente cruzar la acción de estas tres figuras principales, Dunkerque emplea el tipo de gimmick que Nolan ya usó en Memento e Inception. Saltando de la noche al mediodía, pronto empezamos a ver la misma acción desde las distintas perspectivas, aunque a veces es difícil saber si es una repetición o una acción diferente por completo. La confusión del montaje de Nolan, es una característica que vienen mostrando sus películas durante los años colaborando con su editora Lee Smith (La trilogía Batman, Inception, Interstellar y The Prestige).

Los problemas de Nolan con la coherencia espacial en sus escenas de acción son más evidentes que nunca en Dunkerque, con tomas que se cortan y pegan sin transición e incluso con imágenes aparentemente vinculadas que rompen un principio básico del lenguaje cinematográfico y la continuidad: la regla de 180 grados.

Ese tipo de edición está destinada, obviamente, a aumentar la sensación de desconcierto que enfrentan los Aliados, pero al final la estructura confusa de la película genera desconcierto sólo en la audiencia.

Al dedicar tanto tiempo en la construcción de las secuencias de acción y de su tensión forzada sólo sostenida por el score de Zimmer, Dunkerque prescinde de casi todos los demás elementos del drama. Los personajes no pierden el tiempo ofreciendo peculiaridades de sus historias o muestras de su personalidad, ya que están demasiado concentrados en la inmediatez de la supervivencia.

La interacción entre la tierra, el mar y el aire produce algunas yuxtaposiciones que buscan sorprender pero terminan haciendo de la historia una ensalada de protagonistas sin nombre ni motivaciones en medio del caos y la muerte. El tiempo fluye a un ritmo diferente para cada una de las tres lineas de tiempo, que se mezclan en un ya agotado efecto narrativo. Esto sumado al apagado esquema de color de Dunkerque hace desaparecer de la historia su potencial impacto. Nolan ferviente creyente de filmar en celuloide (Dunkerque combina 65mm y formato IMAX) elige una paleta monótona y una iluminación que es más típica del digital.

Nolan nunca ha sido un buceador profundo de la psique humana, y es posible que su antipatía por los tropos de las películas de guerra habituales se basa en su desinterés en realizar un film que pueda combinar escenas de guerra inmersivas con un núcleo emocional basado en sus personajes (Salvando al Soldado Ryan, S. Spielberg. 1998)

A pesar de su aparente búsqueda realista, la película termina dejando la sensación de ser apenas una abstracción impresionista. Más que la humanidad a Nolan le importa el tiempo: cómo pasa lenta o rápidamente en diferentes circunstancias, cómo lo valoramos o lo derrochamos, y cómo intentamos encontrar maneras de romper su impulso irremediablemente perpetuo.

5 de 10


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