Crítica: LA FIESTA DE LAS SALCHICHAS

25/10/16

Por Fer Casals

Es difícil imaginar una película estilo Pixar mal hablada y sexualizada, pero eso es -ni más ni menos- «La fiesta de las salchichas». Seth Rogen y Evan Goldberg – junto a los guionistas Ariel Shaffir y Kyle Hunter y los directores Greg Tiernan y Conrad Vernon – han tomado un reconocido y exitoso formato y han logrado subvertir la trama inocente con el diálogo lascivo, los estereotipos innecesarios, y un descenso a la depravación sexual que siempre es bienvenido. «La fiesta de las salchichas» es temáticamente distinto a cualquier otro film en cartelera este año.

El crédito, entonces, debe ir a Seth Rogen que aprovecha su star-power para llevar esta idea notablemente tonta y convertirla en una película con una sorprendente profundidad de conceptos, y a Anapurna Films para correr el riesgo de producir animación para adultos. Los animadores por su parte han logrado antropomorfizar la comida lo suficientemente bien como para que sean los personajes los que conduzcan una trama que enfrenta la idea de la fe contra la prueba, y cómo esta se la utiliza para darle sentido a una existencia que sin ella para muchos sería aterradora.

Las mercancías de una tienda de comestibles americana esperan con ansias la festividad del dia «rojo, blanco y azul» porque los compradores vendrán a recogerlos para la fiesta. Lo que ellos no saben, es lo que sucede fuera de la tienda, lo que han llamado «el más allá». Durante generaciones, han sido estafados con una canción/biblia que les promete que los compradores/dioses los llevarán a un lugar mejor, un «cielo», digamos. En realidad, lo que les espera, claro, es ser destrozados, cocinados y devorados.

Cuando un cliente regresa un frasco de mostaza a la tienda, el frasco cuenta los horrores de lo que vio como un veterano de guerra recién llegado. Por supuesto, nadie le cree. En el centro del conflicto estarán la salchicha Frank (la voz de Seth Rogen) y su amante pan de pancho, Brenda (Kristen Wiig).

Más astuta que inteligente, el guión pinta todo con brocha gruesa, y subraya también un comentario sobre la división entre judíos y musulmanes. Hacia el final un montaje orgiástico que sonrojaría a la escena de sexo en Team America: World Police (2004) ofrece una parábola existencial sobre el sentido de la vida y la manipulación religiosa, no es poco para una película sobre comida que habla.

8 de 10

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