Por Damián Aspeleiter
Hay cuatro malas maneras de encarar esta película. La primera de ellas es compararla con su hermana o madre, Drácula. Al hacerlo, uno caería en el contraste entre el romanticismo decimonónico de la época victoriana y el gótico de la Alemania de la Revolución Industrial, así como el rococó de las películas que contaban la historia del príncipe de Valaquia.
En la película de Eggers se opta por un estilo más naturalista desde la construcción de los escenarios. La otra forma de no ver la película es compararla con las otras versiones de «Nosferatu», la original de Murnau y la de Herzog, ya que, si bien considero a la de Herzog superior, no se trata de una comparativa sino de entender la obra de Eggers como una obra independiente.
La tercera manera de no analizar esta película es dejarse llevar por el hype de cierta prensa que tiende a sobredimensionar el trabajo de los directores jóvenes, perjudicándolos, ya que crea más expectativas de las debidas.
La cuarta forma es solo apreciarla por el estilo del director. Eggers es un director con un estilo brutal que no duda en mostrar lo que quiere de forma pensada y planificada. Cada plano, cada detalle es producto del trabajo del director. Eggers es un gran técnico, pero centrarnos en su técnica nos obligaría a dejar de lado lo que importa: la historia, para mí esto es lo importante, lo que cuenta.
Eggers decide crear su propia versión de «Nosferatu», tomando la historia de Thomas Hutter, un abogado inmobiliario que es enviado a la región de Bohemia para finalizar la compra de una mansión por parte del viejo conde Orlok. Thomas es un hombre de origen humilde, recientemente casado con Ellen, quien esconde perturbaciones psicológicas que en realidad esconden que es acosada por un demonio con el que hizo un pacto que ahora quiere cobrar. Básicamente, Thomas se ve envuelto en un conflicto con dicho demonio.
El conde Orlok es un strigoi o vampiro, pero es importante aclarar que la denominación «Nosferatu» no se refiere al vampiro en sí, sino al demonio portador de la peste. Al llegar a la región, el conde Orlok lleva consigo una plaga que aterroriza al pueblo y que solo puede ser detenida por Thomas y sus aliados, a pesar de encontrarse en una lucha desigual.
La historia que nos cuenta esta película es sencilla: básicamente, se trata de la lucha entre el bien y el mal. Sin embargo, debo aclarar que esta sencillez no va en detrimento de la historia, ya que es un contraste con lo elaborado y el exceso de información visual y sonora que nos presenta la película. Como mencioné anteriormente, Eggers es un director que trabaja de manera metódica, creando cada fotograma de forma precisa, desde los vestuarios y el maquillaje hasta los escenarios y el trabajo de fotografía. Sin dudas, nos demuestra que es un verdadero artista que crea una atmósfera lúgubre y sombría. De contar con una historia más desarrollada o con más giros, terminaría simplemente confundiendo y distrayendo. A pesar de ser una historia sencilla, está bien contada.
Eggers intenta darle su impronta a la historia del conde Orlok, cambiando su diseño y con una actuación diferente a la de las anteriores versiones, el Orlok de Skargård, aparece poco en pantalla pero lo poco que se ve asemeja más a un buitre o a un cadáver que el aspecto de rata que tenía el clásico.
«Nosferatu» es una película que sobresale desde el punto de vista cinematográfico, ya que trabaja muy bien la fotografía, el sonido y la paleta de colores. Es decir, desde lo formal, es una obra que se diferencia de la mayoría de las obras actuales. Es una película con buenas actuaciones y con una historia que está bien contada. Tal vez el punto débil de la película es la frialdad con la que se cuenta, a pesar de que se utiliza el plano secuencia para lograr conectar con el espectador. Como herramienta inmersiva, no logra que el espectador se empate con los personajes. Sin embargo, si dejamos ese detalle de lado, podemos apreciar que es un gran trabajo de su director, quien logra darle su impronta a un clásico.
Excelente reseña de la película…