CINE: Crítica de «El verdadero amor»

Por Lucas Manuel Rodríguez

A más de una década de haberse dedicado a la realización de cortos, Claire Burger debuta como directora, guionista y montajista de este largometraje titulado “C’est ça l’amour” (Esto es el amor, o “El verdadero amor”, como fue traducida en Argentina).

Ambientada en la presente Francia oriental –Forbach, específicamente, la ciudad natal de quien dirige-, acompañamos a Mario (Bouli Lanners), un funcionario público del gobierno que debe condescender ante el proceso de divorcio iniciado por su esposa Armelle, mientras mantiene a sus hijas Frida y Niki, de 14 y 17 años, respectivamente. De esta manera, se inicia el trayecto mediante el cual el protagonista aprenderá a comunicarse y convivir con ellas dos.

En paralelo, Mario se inscribe a una adaptación de la obra “Atlas”, a la cual puede acceder sin obstáculos, ya que Antonia, la directora, propone a los actores que se interpreten a sí mismos en ella. No obstante, y en principio, su participación allí es una excusa para visitar a Armelle, que se dedica a iluminar los escenarios del teatro.

La película hilvana entre estas dos narrativas manufacturadas en un género bien abordado en el cine: el “Coming-of-age”. Cuestiones en relación al desarrollo de ideologías filosóficas y políticas e identidad sexual de los protagonistas son los ingredientes cabecera en estas historias, y Burger tiene bien claro que la adultez no queda –ni debería quedar- eximida de todo esto. Por esto Mario va tomando conciencia paulatinamente sobre cuándo es pertinente intervenir en la vida de sus hijas, cuándo no, y cuándo es momento de afrontar sus dilemas diarios sin la culpa de dejar de lado a las personas que más ama.

Por todo esto, y por su condición de ser francesa, parecería inevitable la comparación con los trabajos del grupo de la Nouvelle Vague –como Chabrol, Godard o Truffaut-, pero pecaríamos un tanto de ser rimbombantes.

En su aspecto técnico, el film suda minuto a minuto para ser atrapante, claro, conciso, y de manera espontánea. Desde una perspectiva artística, no tiene la pretensión de querer asemejarse a las obras ya señaladas, aunque sí le brinda una palmadita local a la tan apreciada, y bastante reciente, 120 Latidos por minuto –de Robin Campillo, sobre la epidemia del sida en la década de 1990-, con el póster de la película en la habitación de Niki. Y siguiendo con el apartado de arte, que no falte mencionar el desenlace de la obra “Atlas” en los últimos minutos: extraordinario.

Claire Burger cuidó y supo cómo explotar sus recursos en su tarea de representar las relaciones humanas de nuestro mundo -de forma bastante universal a pesar de la distancia- lo más libre posible de dispositivos virtuales, y abrazando lo contraproducente en los vínculos de sus protagonistas.

9 de 10


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