CINE: Crítica de «Elisa y Marcela»

Por Marcelo Cafferata

Netflix produce “cine Arte” (?)

Tras el enorme suceso que ha logrado la plataforma de streaming con la producción del último film de Alfonso Cuarón, “ROMA”, que ha llegado en su exitosa carrera a alzarse incluso con el Oscar a la Mejor Película Extranjera, Netflix parece estar interesada en demostrar que no todo en su catálogo son películas pasatistas y es así como en la última Berlinale ha presentado “ELISA Y MARCELA” de la renombrada directora española Isabel Coixet.

En este caso, es altamente probable que esta nueva producción no divida las aguas tanto de la crítica especializada como del público en general -y de los cinéfilos en particular- como logró hacerlo la película de Cuarón, que sembró rápidamente admiradores y detractores casi por partes iguales, generando acaloradas discusiones en cuanto sitio cinéfilo se haya visitado.

En “ELISA Y MARCELA”, Coixet toma la historia verídica de las primeras mujeres que se han casado en España, más precisamente en la Coruña en 1901, y estructura esta historia de amor completamente particular y fuertemente prohibida para su época, con un esquema tradicional y poco innovador.

A pesar de que en una primera parte la película remite a “Roma” por su radiante blanco y negro y una muy cuidada fotografía, a medida que avanza la historia, nos tendremos que enfrentar a un guion al que le falta fuerza y que comienza a mostrar un cierto desapasionamiento, aun cuando sabe que tiene en sus manos una historia sumamente rica y apasionante.

Mujer contra mujer

Elisa y Marcela se conocen de adolescentes en una escuela de la Coruña, como estudiantes de magisterio y se sabe que fue una atracción inmediata, a primera vista.

Resignadas a un amor completamente clandestino y prohibido, intentaron sobreponerse de diversas formas a los intentos incesantes del padre de Marcela por tratar de separarlas.

Pero, a pesar de sus esfuerzos por esconderse, pronto son descubiertas. Resistiéndose a vivir separadas, intentarán tejer un plan que les permita permanecer juntas, bajo una apariencia de cierta normalidad. Para eso, una de ellas se hará pasar por hombre y la otra quedará embarazada tratando, en cierta forma, de evitar que el pueblo las siga señalando y hostigándolas por su elección sexual.

Coixet es una directora que ha mostrado en sus trabajos, tener una mirada absolutamente diferente a la de las directoras de su época dentro del cine español.

Bastan sus trabajos como “Mi vida sin mí” “La vida secreta de las palabras” y más precisamente con su búsqueda de una nueva estética en la puesta de “Mapa de los sonidos de Tokio”, para identificar el lugar que se supo ganar como una de las realizadoras más innovadoras de fines de los ’90 y de los primeros años de la década siguiente.

Ya con “Aprendiendo a Conducir” y “La librería” –que increíblemente tuvo gran reconocimiento en los premios Goya-, Coixet entra en un formato más clásico y al mismo tiempo más previsible, menos arriesgado y más atado a las convenciones.

Este mismo problema aparece en “ELISA Y MARCELA” una historia de amor diferente que invitaba a tomar muchos más riesgos y, generar un trabajo con un anclaje más comprometido y una mirada que estuviese más en sintonía con los movimientos que las diversas agrupaciones femeninas, están actualmente llevando adelante.

Coixet no es Todd Haynes

Si en algún momento, sobre todo en su primer tercio, la película coquetea con un preciosismo estético y una estilización extrema para contarnos esta historia de amor lésbico a principios del Siglo XX, rápidamente nos damos cuenta que el film de Coixet está a años luz de otras realizaciones con temas del colectivo LGTB, como por ejemplo “Carol” de Todd Haynes, sólo por citar algún ejemplo.

El descubrimiento sexual entre las protagonistas, y la libertad que comienza a respirar esa relación hace pensar en toda la primera parte del film, que Coixet levantará vuelo y volverá, en cierto modo, a su cine más vanguardista.

Lejos, muy lejos del alto voltaje de “La vida de Adéle” o la pasión que rompe todas las reglas en “Disobedience” de Sebatiàn Lelio, e incluso distante del exquisito coqueteo en la corte victoriana de “La Favorita” de Lanthimos, “ELISA Y MARCELA” promete mucho más de lo que finalmente concreta con el riquísimo material que tenía entre sus manos.

Coixet se reduce a una puesta en escena esquemática, que prioriza la forma sobre el fondo, dejando que el relato discurra de una manera superficial, limitándose a narrar los hechos acontecidos sin profundizar en el conflicto.

Si la historia gana credibilidad es gracias a los trabajos de dos muy buenas actrices: Elisa está a cargo de Natalia de Molina –ganadora del Goya a la mejor actriz por su tour de force en “Techo y Comida” y como actriz revelación en “Vivir es fácil con los ojos cerrados”- y en el rol de Marcela, se luce Greta Fernández (a quien vimos en “Amar” y “La próxima piel” de Isaki Lacuesta) en un trabajo de mayor introspección y más elaborado en los detalles.

Netflix sigue jugando al cine de autor intentando llamar la atención con “espejitos de colores”, con una fastuosa producción de época, pero totalmente carente de pasión y alma.


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