CINE: Crítica de “MARTA SHOW” La calle como bálsamo de la jocosidad.

Por Lucas Manuel Rodriguez

Después de la función privada de prensa en la sala de proyección de Directores Argentinos Cinematográficos (DAC), la co-directora Malena Moffatt nos confió que su colega, el montajista Bruno López, es quien más se ocupó en cranear el lenguaje cinematográfico de ‘Marta Show’, mientras que ella, por su parte, a pocas instancias de recibirse como Psicóloga, aportó todo lo que consideraron pertinente de su experiencia en clínicas psiquiátricas para la elaboración de este proyecto que tiene un interés muy secundario con respecto a auto catalogarse como documental.

Marta Buneta, quien se jacta de ser pionera del striptease en Buenos Aires, a sus 75 años decide desarrollar un show callejero de canto –ya sea auténticamente o con el uso de playback-, práctica de coreografías y recitación de poemas frente a las rejas de una plaza. Allí se suman progresivamente diversas figuras: desde un imitador de Sandro que se viste de Spider-Man, hasta las mismísima Moffatt, que adquiere una presencia de igual peso a la de quien le brinda título a la película. Ella toma nota de las canciones que Marta pide para reproducir en su “Marta Show”, a veces partiendo de su título específico, muchas otras decodificando sus tarareos, y así pasamos de ‘Las voces de los pájaros de Hiroshima’ (de Ginamaría Hidalgo), a escuchar el tema de los créditos finales de la primera ‘Misión Imposible’.

A todo esto, Marta asegura que sus compañías ocasionales (y otras que no tanto) son el único tipo de vínculo social que le queda, ya que se desligó completamente de su familia después de haber padecido una internación a causa de una severa crisis emocional a principios del último milenio. En ocasiones hace mención de un concepto, aparentemente propio de ella, sobre “cerebros electrónicos”: que abarca al rol de los medios masivos de comunicación y cómo programan nuestras mentes para sistematizar nuestros comportamientos, en particular cuando se trata de identificar a los demás como la otredad por el mero aspecto físico y el modo de vestir; paradójicamente, también emplea el termino de manera tal que da por entendido que es su modo de informarse sobre todos los acontecimientos que la rodean, sean buenos o malos.

La gran duda que todos nos tenemos al finalizar este largometraje es qué tanto hay de veracidad en el testimonio verbal que nos ofrece Marta. Bruno López señaló una cuestión que, de todas formas, se puede descifrar por cuenta propia con una adecuada cavilación sobre lo enseñado en el contenido, y es la siguiente: fue una decisión -inicialmente- suya, durante el rodaje y el montaje, la de eximir al relato de todo componente -audiovisual o textual- que refuerce sobre el pasado de Marta, y que sea su experiencia con el show su principal espacio constitutivo. En otras palabras, si es un mito todo, queda en el público creer en lo que más le convenza. Todo este aspecto es, por demás, nutritivo porque aún cuando hay momentos expositivos de entrevistas (encubiertas, es decir, con entrevistados que hacen caso omiso a la presencia de la cámara) o de reflexiones en voz alta por parte de Malena Moffatt, el recorrido que significa el visionado de ‘Marta Show’ es la representación de un “no-lugar” y un “no-tiempo”, con indicios muy claros, pero con la cual cada espectador tiene la libertad de decidir qué tanto –y si es que- se corresponde con la situación económica, política y social que atraviesa a nuestro país en la actualidad.

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Agradecemos en Revista Meta al DAC por el espacio de diálogo con los realizadores de la película, por la comodidad en su sala de proyección y, por supuesto, por la recepción con desayuno incluido.

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