Crítica: ¡AY, AMOR DIVINO!

18/9/16

Por Cecilia Tedesco

«¡Ay, amor divino! son pequeñas historias de mi vida, y las cuento ‘obedeciendo’ los consejos de mi amada y admirada China Zorrilla que siempre me decía, hacelo como en el living de tu casa, pero más fuerte y sin chocarte los muebles»… Mercedes Morán


Este unipersonal titulado ¡Ay, amor divino! protagonizado por Mercedes Morán, es algo así como un relato tragicómico de su propia vida donde ella va compartiendo con el público los recuerdos de su terruño natal Concarán, un pueblo chico de la Provincia de San Luis, la infancia con los primos en el río, el cementerio y la estación de trenes local, los amores de su vida, la relación con sus padres y sus hermanos mayores, y su gran amor por la actuación.

A los seis años le decían «Mechita», y tuvo su primer amor: Dios, ella sentía su protección pero temía ofenderlo con sus continuas e inocentes equivocaciones, como aquella relacionada con su hermano de 16 años, de quien creyó estar enamorada, y que la llevo a sentir vergüenza y culpa, ya que al mismo tiempo seguía amando a Dios.

También recuerda su primera comunión y el traje de Santa Lucía que le hizo su mama porque debía cumplir una promesa a la santa, pero luego admite que con el paso de los años se volvió primero atea y después agnóstica, más tarde se inclinó al budismo, mientras que ahora es devota de la Virgen de Guadalupe y realiza meditación transcendental.

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Recuerda además cuando se mudó a la capital junto a sus padres y su hermana, mientras que su hermano formó pareja y se quedó en el pueblo. Mercedes terminó asistiendo a un colegio de monjas, pero no se sentía a gusto allí, no tenía amigas y para conseguir alguna les había mentido a sus compañeras diciendo que las historias que veía en la televisión eran parte de su vida. Con el «Club del Clan» conoció a Johnny Tedesco y se enamoró de él, pero luego a los catorce años llamó su atención un chico real que resultó estar interesado en su hermana.

Con la adolescencia llegó su despertar sexual y surgió el deseo. Después vino la época de la Universidad y su actitud revolucionaria, debido a que para Mercedes «la felicidad individual es más completa si contribuimos en algo al bienestar social», en referencia a una manifestación en contra de la masacre de Trelew en la que había tomado parte en 1972.

En cuanto a su madre, era maestra y un tanto severa con ella, ya que además su hermana mayor que era la más bonita siempre fue su preferida; a su padre en cambio lo veía como un héroe, él no le hacía reproches, estaba orgulloso de ella y siempre le dió apoyo en su vida. Del mismo modo ella estuvo a su lado hasta el final, cuando falleció tenía mas de 90 años.

Mercedes habla también de ella misma como madre y del amor que siente por sus tres hijas. Las dos primeras son del primer matrimonio, había quedado embarazada a los 17 años, y la última la tuvo veinte años más tarde. Ahora tiene dos nietos y se ha vuelto a enamorar.

Un espectáculo que resulta ser un viaje a través de la vida de esta extraordinaria actríz argentina, quien la comparte con su público y disfruta hacerlo, ya que dice haber perdido el temor a hacer el ridículo, y por ello tiene que ver con el paso del tiempo, que en su caso le ha jugado a favor, ya que está en su mejor momento profesional y personal, y en esta presentación deja en claro su talento y su fuerza en escena.

¡Ay, amor divino! posee textos intensos del libro escrito por Mercedes Morán, una delicada escenografía diseñada por Gonzalo Córdoba Estévez, el diseño de iluminación y video de Tito Egurza, un sobrio vestuario de Mónica Toschi, la dirección de arte de Fidel Sclavo, actual pareja de Morán, una interesante musicalización realizada por Pablo Palavecino, la dirección técnica de Pablo Rodino, la producción artística de Lino Patalano, la asistencia de dirección y dramaturgia de Cinthia Guerra, y la dirección de Claudio Tolcachir.

Calificación: Muy Buena


«¡Ay, amor divino! es lo más parecido a una clase de actuación, de esas donde lo simple se vuelve poderoso. Un recorrido construido por historias profundamente simples y humanas, en el que el espectador siente que atraviesa junto a la protagonista distintas edades, paisajes, momentos históricos y cientos de emociones que ella dibuja con una magia transparente. Es un viaje por situaciones tan preciosas y particulares en las que uno puede sentirse reconocido y ser parte de una ceremonia de amor a la vida, concebida con muchísimo humor y una singular entrega.»…Claudio Tolcachir.

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