LOLLAPALOOZA 22: Foo Fighters, por más tiempos como estos

En su nueva visita y como headliners del festival itinerante, Dave Grohl y los suyos
descargaron su arsenal de éxitos con otra enérgica actuación

Por Gonzalo Ciampa
Foto Ignacio Arnedo

Suena “Been Caught Stealing” en la voz de un elegante Perry Farrell (creador del
Lollapalooza y cantante de Jane’s Addiction) y Dave Grohl aprovecha esos minutos
para reponer energías mientras acompaña con su guitarra y se fuma un cigarrillo. Esta
joya del grupo de Farrell -que a menos de una semana del comienzo del festival
comunicó su baja por temas de Covid- es otra licencia que se toman los Foo Fighters a
la hora de pelar covers en vivo. Todavía restan algunos temas (clásicos) por delante, así
que la potencia y los gritos que parten del escenario Flow aún no alcanzaron su punto
final.

El concierto modelo 2022 que los Foo están presentando en esta séptima edición del
Lollapalooza Argentina no reviste mayores diferencias con respecto a los últimos dos
que ofrecieron en el país (La Plata 2015 y Vélez 2018), por eso sus canciones más
recientes -“No Son of Mine”, “The Sky Is a Neighborhood” y “Shame Shame”- suenan
encadenadas, aparecen como una tríada perfecta que sirve para cumplir con lo más
nuevo del repertorio y nada más. Luego, más cerca de cierre, aparecerá “Run”. Y listo.
Porque el seguro de los Foo son aquellos éxitos producidos durante sus primeros 15
años de carrera; esas gemas cargadas de riffs y estribillos pegadizos que hoy vuelven a
sonar, como “The Pretender” y “Learn to Fly”, como una estiradísima “Breakout”,
como “All My Life” y como “Best of You”, entre otras.

Ahí radica la parte más valiosa de la historia del grupo, en esa parva de canciones con
altura para estadios (o hipódromos, como en este caso) que aseguran la efectividad de
sus conciertos. Y el grupo lo sabe, por eso el vivo de los Foo no acepta riesgos, a
diferencia de lo que sucede en los discos. Si los últimos trabajos de estudio vienen
tomando distancia significativa de su época más ilustre (1997-2011), los shows están
diseñados para gusto de la mayoría. Y la mayoría quiere escuchar -y cantar- los hits,
como ocurre con toda banda consagrada. Y en vivo, entonces, Foo Fighters arrolla, te
pasa por arriba sin pedir permiso, extiende versiones, genera zapadas y provoca
diversos climas para deleite de los presentes, como volvió a ocurrir en esta nueva visita,
la cuarta en diez años casi exactos.

Porque puede arrancar con una versión in crescendo de “Time Like These” para decir
que “son tiempos como estos en los que aprendes a vivir de nuevo” (sí, en referencia a
lo vivido por el maldito Covid) para luego explotar y no detener su marcha hasta ese
fastuoso epílogo llamado “Everlong”. Y si bien los tiempos de los festivales pueden ser
tiranos, apenas un poco más de dos horas le sientan mejor a unos Foo que acostumbran
a clavar faenas de casi tres y a superar la veintena de temas.

Esta noche serán 18, y volverán a sumar el infaltable juego de las presentaciones: desde
Chris Shiflett (guitarra) y Nate Mendel (bajo), pasando por Rami Jaffee (teclados), las
coristas (Barbara Gruska, Samantha Sidley y Laura Mace) y Pat Smear (guitarra),
mientras la música le hace guiños a The Who con “My Generation”, a los Ramones con
el inoxidable “Blitzkrieg Bop” y a C+C Music Factory con su festiva frase Everybody
Dance Now, de “Gonna Make You Sweat”. Toda esa antesala por demás ensayada
(aunque intente parecer improvisada) concluye, obviamente, con la presentación de
Taylor Hawkins (batería), que otra vez juega a ser Freddie Mercury y descorcha un
satisfatorio “Somebody to Love” mientras Dave Grohl le pega a los parches como en
tiempos de Nirvana.

Hawkins es el único de los músicos al que Grohl le otorga más tiempo musical y visual
(en las pantallas) para que se luzca. El resto de los integrantes siempre está supeditado a
los tiempos que maneja el boss, que hasta se toma unos (lógicos) minutos para
agradecerle a un artista que le regaló un cuadro con su autorretrato (“Fucking Picasso”,
bromeó) y para contar -previo a la aparición de Perry Farrell- que él y un tal Kurt
Cobain presenciaron en 1991 el primer Lollapalooza para ver allí a parte de sus bandas
favoritas, como Siouxsie and the Banshees.

Los minutos finales quedan reservados para los hits old school, que llegan sin
concesiones ni falsas despedidas: del frenético “Monkey Wrench” al brillo final de
“Everlong”, con promesa de retorno incluida: “Si ustedes vuelven, nosotros volvemos”,
afirmó Grohl, y seguramente sea cierto.

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