TEATRO: Crítica de «Claudia en la montaña»

Por Marcelo Cafferata

Claudia concurre al médico para hacerse un chequeo de rutina y luego de un examen bastante poco convencional, él se da cuenta de que algo no anda bien. Pareciera que no es una enfermedad típica… sino que todo hace pensar que Claudia está “poseída”.

Si bien la obra no lo marca puntualmente, podemos, por varias señales, darnos cuenta de que estamos a fines de los sesenta en Buenos Aires. Es un momento de plena explosión del flower power, el despertar hippie y también un momento de revolución social que hacía vislumbrar nuevos horizontes. En ese contexto, donde muchas enfermedades relacionadas con la psiquis eran francamente incomprendidas (y que sin ir más lejos, terminaban en feroces tratamientos de electroshock) Claudia busca un espacio para poder exorcizarse, en medio de las sierras cordobesas y de esta forma, encontrar su curación.

Su elección es particular: se entregará y se dejará llevar por las indicaciones de una médica que justamente ha decidido dejarlo todo, abandonó la ciudad y pudo convertirse en una excéntrica chamana alejada de toda urbanidad, predicando su palabra con el entorno de las sierras y en pleno contacto con la naturaleza.

Claudia emprenderá esta “aventura”, esta nueva etapa en su vida, acompañada como es su costumbre, con su marido. El será quien permanentemente, en forma directa o indirecta, atente contra su curación, descreyendo de los métodos utilizados por esta particular chamana, más allá de que él siempre parece estar acostumbrado a ejercer una fuerte presión sobre Claudia, tal como si ella fuese su posesión, una simple pertenencia.

Justamente por eso, Claudia tiene más de un motivo para comenzar este viaje, que más allá de cualquier geografía, significa por sobre todo, un viaje al interior de sus deseos y de sus proyectos, a intentar rescatar a cierta/s faceta/s de ella misma que parece haber olvidado, para reencontrarse con su verdadera esencia y empezar a pararse frente a su vida de otra manera.

La dramaturgia de Hernán Morán dota a los personajes de cierto aire de realismo mágico que le da un tono fresco y de comedia a la propuesta. Se marcan sobre todo en los personajes de Gabino y de Diego Raimondi (el marido de Claudia) y esto es lo que le permite al autor, jugar con los límites del absurdo y de la comedia de situación con algunos tintes de humor descabellado.

Estas aristas de los personajes, en donde la comedia logra tomar una mayor locura, es precisamente lo que hace que “CLAUDIA EN LA MONTAÑA” encuentre su costado distintivo.

Quizás uno desee que la propuesta tenga muchísimo más delirio y no haga casi pie en lo real, que como autor, Morán no tenga miedo en absoluto a lanzarse por completo a la comedia disparatada. Si bien lo hace, por momentos parece no animarse a soltar todo el potencial que tiene para trazar esos personajes que bordean la incorrección y el desequilibrio.

Pero cuando se anima a soltarlo todo sin ningún tipo de receta a seguir, es donde “CLAUDIA EN LA MONTAÑA” presenta una dosis de desenfreno que es muy festejada y construye situaciones que, justamente por tomar ese riesgo y salir del corset, le sientan espontáneas tanto a la obra como a sus personajes y son el punto de inflexión y la diferencia que Morán puede hacer con su texto.

Otro punto para destacar es la escenografía de Claudia Facciolo que aprovecha inteligentemente el espacio del Abasto Social Club y crea el clima necesario para el desarrollo de la obra, transportándonos a la montaña con un diseño sumamente creativo. También es muy valioso el trabajo de iluminación de Lía Bianchi y el vestuario a cargo de Gustavo Alderete, todos completamente a tono con la propuesta.

En las actuaciones, Morán logra conducir un elenco parejo (quizás a Adriana Pregliasco como Olga, la chamana, se la nota por momentos algo más afectada) y tanto Bruno Giganti como Rocky (un ex integrante del Club del Clan que ha llegado a la montaña y a ese campamento antes que Claudia en busca de su propia curación) y Francisco Bertín como Gabino dan dos actuaciones muy queribles y con toques de humor muy aprovechados.

Mariano Kevorkian –un actor de gran trayectoria en el teatro independiente- es Diego, el marido de Claudia. La dramaturgia de “CLAUDIA EN LA MONTAÑA” le ha regalado un personaje lleno de matices que Kevorkian sabe aprovechar al máximo, sobre todo en esas escenas en donde la comedia se vuelve delirante y él sostiene un registro equilibrado que permite el doble juego de ese delirio “normalizado” y se convierte en un personaje tan central y necesario como el de Claudia.

Y finalmente, Natalia Casielles como Claudia, encuentra el tono perfecto para esa mujer en pleno proceso de descubrimiento, de búsqueda de su propia libertad, con esa timidez al enfrentarse a investigar estas nuevas experiencias y con la necesidad a flor de piel de despegar de una vida que no la hace feliz.

Aun cuando la historia se vuelca en algún momento al estereotipo, rápidamente siempre sabe buscar la salida por el costado humorístico y de la forma más creativa.

Es así como el texto de Hernán Morán nos habla de una búsqueda tan conocida y tan visitada en el cine y en el teatro, pero lo hace con una vuelta de tuerca que marca una diferencia. Sin ningún tipo de dramatismo ni frases rimbombantes sino que por el contrario, dota a sus personajes de mucho humor, los expone para que en cierto modo se rían de ellos mismos y logra una obra sensible, divertida y con un profundo sentido de la búsqueda interior.


CLAUDIA EN LA MONTAÑA

Dramaturgia y dirección: Hernán Morán
Elenco: Natalia Casielles, Francisco Bertìn, Mariano Kevorkian, Bruno Giganti, Adrian Pregliasco.
Asistencia de dirección: Juan Palacios
Diseño y realización de vestuario: Gustavo Alderete / La polilla.
Diseño y realización de escenografía: Claudia Facciolo.
Diseño de iluminación: Lía Bianchi.
Dirección musical: José Ocampo

Espacio Teatral: Abasto Social Club – Yatay 666 – Sábados 22.30 hs


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