TEATRO: Crítica de «Una magnifica desolación»

Por Marcelo Cafferata

Al ingresar a la sala, en pleno living de una familia de clase media, un televisor blanco y negro nos pasa algunas publicidades de la época, en donde podremos ver, entre otras curiosidades, a una jovencísima Graciela Borges promocionando un producto de fines de los ’60.
Este detalle, junto con la funcional escenografía de Daniel Feijóo, nos irá poniendo en clima para el desarrollo de la historia de “UNA MAGNIFICA DESOLACIÓN”, la última obra de Daniel Dalmaroni, dirigida por Santiago Doria.

Allí, en esa casa de barrio, típica de una familia trabajadora, un ama de casa amenaza con una enorme cuchilla a un intruso que ha invadido su hogar y discuten entre la cocina y el living.

Después de una acalorada discusión, finalmente el intruso le dice “pero Mamá, soy yo!” y ese será el primer destello de ironía y confusión, típico rasgo de la pluma de Dalmaroni, apasionado por las historias que giran alrededor del universo de los años sesenta y setenta, que fue justamente la época en donde creció y sobre la que le encanta bucear, mezclando los recuerdos de su infancia con ciertos hechos históricos junto a una exquisita recreación de la época.

La escenografía, los detalles del vestuario y por sobre todo, el exacto manejo del lenguaje que utilizan los personajes en los diálogos que propone Dalmaroni -con frases típicas de la época y una forma de decir que describe toda una clase y una realidad social de ese momento-, nos permiten entrar inmediatamente al mundo de Raquel y Norberto quienes parecen tener en su propia casa a alguien que dice ser su hijo, recién llegado de Cabo Cañaveral.

En “Cronología de las bestias” de Lautaro Perotti, o en la película “La próxima piel” de Isaki Lacuesta, se aborda el tema del regreso del hijo como un factor de desestabilidad, de incógnita, de desconocimiento: ese regreso del hijo al hogar que hace reacomodar todas las piezas, que siembra de dudas, incluso, a la propia madre que creer ver ciertas señales en ese desconocido, para poder completar su deseo.

Pero el texto de Dalmaroni, en “UNA MAGNIFICA DESOLACIÓN” se despega inmediatamente de la posibilidad de un abordaje dramático. La duda frente a esta llegada juega como un factor más que habilita la confusión y el disparate, para una pieza que trabaja en todo momento con una cuerda humorística ya sea desde la ironía, desde el humor costumbrista, desde las ocurrencias, hasta utilizar un tono de vodevil en donde los personajes parecen disfrutar de los enredos.

Corre el año 1969 y con la misión del Apolo XI, el hombre pisará la luna por primera vez. Johnny, el hijo de Raquel y Norberto es el astronauta suplente por si a alguno de los tres titulares le pasa algo. Por lo tanto, mientras ellos esperan la transmisión televisiva que se dará al día siguiente que convertirá a su hijo en un héroe, Johnny se presenta en el living de la casa de Barracas para develar un secreto que nadie sabe sobre la fallida misión.

Dalmaroni sabe utilizar a su favor, un hecho tan polémico como el de la llegada del hombre a la luna, sobre el que se han tejido infinidades de polémicas y debates, sobre el que no se tiene absolutamente ninguna certeza y que facilita, por lo tanto, plantear en este tono de comedia de equívocos con una alta cuota de delirio, las bases de lo que queda en lo profundo de estos vínculos familiares.

Los sueños y frustraciones que los padres proyectan en los hijos, la imposibilidad de enfrentar una verdad, el temor al fracaso, son algunos de los temas que va tocando el texto, el que además se nutre de muchísimas referencias de personajes de la época que hace que se genere una especial complicidad en la platea.

Así desfilan no sólo los nombres de los integrantes de la misión Apolo XI –inolvidables Armstrong y Aldrin- sino otros como Marilyn y Arthur Miller, Kennedy, Nixon y obviamente están presentes las referencias más nuestras, con el potencial regreso del peronismo y el gobierno de Onganía que le dan una riqueza y una simpatía al texto, que lo favorece notablemente.

Dirigidos por Santiago Doria (imposible citar la inmensa cantidad de trabajos que tiene como director, pero podemos recordar algunas de sus puestas más exitosas como “Venecia” “El conventillo de la Paloma” “Conversaciones con Mamá” o “Locos de Contento”), Patricia Echegoyen y Alfredo Castellani brindan dos actuaciones queribles y notables.

Castellani, a quien todos recordamos entre otros trabajos por “Todos contra Juan” en televisión o “Papeles en el viento” en cine, encuentra el tono exacto para su Norberto, arquetipo del hombre de los sesenta que él tan bien sabe pintar con la cadencia exacta con la que dice sus diálogos, cierta picardía y complicidad con su hijo y sin perder ese perfil de hombre simple de barrio que le da cuerpo a su personaje.

Patricio Paz como Johnny es la criatura menos lograda del trío, que seguramente irá asentando a medida que la obra tenga su propio recorrido y pueda encontrar un tono menos estridente y más homogéneo con sus compañeros de elenco.

La actuación de Patricia Echegoyen es realmente perfecta: tiene todos los ingrediente necesarios para que su Raquel tenga su costado querible y naïf, que al mismo tiempo sea apasionada y soñadora y se construya como una típica ama de casa de fines de los sesenta. Echegoyen tiene una especial ductilidad para disparar sus líneas de diálogo para hacer explotar la carcajada, sin perder en ningún momento esa sensibilidad a flor de piel con la que lleva su personaje.

“UNA MAGNIFICA DESOLACIÓN” no sólo es una comedia para pasar un rato divertido, sino que permite reflexionar y volver a identificarnos en estos personajes, que parecen tan distantes en el tiempo pero que, a la vez, son tan cercanos a nuestros sueños, a nuestra identidad y a nosotros mismos.


UNA MAGNIFICA DESOLACIÓN
De: Daniel DALMARONI
Dirección: Santiago DORIA
Con: Patricia Echegoyen, Alfredo Castellani y Patricio Paz.
Escenografía y Vestuario: Daniel Feijóo y Silvia Bonel
Teatro EL TINGLADO – Mario Bravo 948) – Lunes a las 20 hs

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