TEATRO: Reseña de «AIRE DE MONTAÑA»

Siempre es difícil volver a casa

Por Marcelo Cafferata

La temática del regreso al pueblo es particularmente atractiva como disparador narrativo y ha sido abordada tanto desde el cine como desde la literatura o el teatro. “AIRE DE MONTAÑA”, obra ganadora del premio CTBA + Banco Ciudad, bucea en una dramaturgia diferente que pueda aportar elementos novedosos que permitan revisitar un tema ya tratado, con una nueva mirada.

Lorena vuelve a su pueblo después de treinta años de haber partido sin haber podido completar algunas despedidas: una partida sobre la que han quedado temas pendientes y nudos que desatar. Aparecerá tan repentinamente como se fue reencontrándose con una pareja de amigos, a los que nunca más volvió a ver y sobre los que flota un aire enrarecido, sin que la trama devele abiertamente lo que había sucedido en el momento del alejamiento, lo que quedó flotando en el aire sin resolver. 

Uno de los puntos más interesantes de la dramaturgia de Pilar Ruiz (“Bailan las almas en llanta” “Suyay”) es que el punto de vista narrativo no es justamente el de Lorena sino el de su hijo que oficia de relator, como si fuese una voz en off que nos va presentando a cada uno de los personajes y va enhebrando los recuerdos y su diálogo con el presente.

Este juego narrativo en donde alguien relata como observador externo lo que va ocurriendo  mientras que al mismo tiempo se desarrolla la escena, permite jugar con una ruptura temporal entre presente y evocación, entre recuerdo y realidad.  Todo es reforzado con una puesta en escena que juega con la imaginación de espectador, en donde cumple un rol fundamental la escenografía de Julieta Potenze  y Ariel Vaccaro, que permite que nos imaginemos una cabaña en una pradera y sentirnos en ese paisaje patagónico con apenas algunos pocos elementos conceptuales que permiten el artificio y evocan al “Dogville”  de Lars Von Trier o, como referencia local, la puesta de “Si me volviera a enamorar” de Guillermo Hermida con dirección de Franco Verdoia. 

El texto de Ruiz funciona en muchos momentos más efectivamente con su poética literaria y su belleza en el lenguaje que en la propia dinámica teatral. Como directora y como dramaturga, Ruiz apuesta y fortalece la obra creando una atmósfera invadida por un aire nostálgico y una sensación de emociones encontradas, de cosas no dichas y de un silencio que encierra momentos que siguen evitándose, que se refuerza a través de la música a cargo de Milagros Garcilazo. 

Indudablemente, más allá de la creatividad de la propuesta, un punto notable en “AIRE DE MONTAÑA” es la solvencia con la que los cuatro protagonistas resuelven las sensaciones y la emotividad confesional que atraviesa el texto. La pareja de amigos compuesta por Carlos Portaluppi y Clarisa Korovsky (de “Mi hijo solo camina un poco más lento”)  mantiene no sólo la espontaneidad y la fluidez que el texto necesita, sino que se mueven de forma tal que ese halo enigmático irresuelto del pasado se sostenga en tensión durante toda la obra.

María Inés Sancerni compone a una Lorena entrañable, dispuesta a degustar el texto en todos sus repliegues, frágil y valiente al mismo tiempo, enfrentando los vaivenes del presente y volviendo a reconstruir el rompecabezas de su pasado. Sancerni la dota de una enorme sensibilidad y cuenta con un oficio tal que le permite manejarse cómodamente en los diferentes matices de su personaje.

Juan Tupac Soler, es Tomás, el hijo de Lorena, quien tiene la responsabilidad de llevar el pulso narrativo de la obra, como un narrador en off pero que está presente. A través de su voz y de su mirada podemos ir entrando en la obra y justamente por su afición a la fotografía, irá captando con su cámara esos momentos que a través de las fotos, atesoramos en nuestro corazón.

La búsqueda de cada uno de los personajes con su propia identidad y su propia historia, queda encerrada en esa serie de polaroids que Tomás va capturando hasta que elija con qué imagen quedarse para siempre… y la magia del teatro hace que nosotros también guardemos cada una de esas postales.

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Martes a las 21horas. 
El Galpón de Guevara, Guevara 326, CABA.

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