The Offspring y Bad Religion en Luna Park: los inoxidables sean unidos

Crónica de Tomás Cardin
Fotografías de Lucas De Quesada

Las dos bandas, referentes del punk rock californiano, se presentaron por primera vez juntas en el Estadio Luna Park el pasado 24 de octubre. Pese a contar con un sonido por momentos inestable, el show dejó sensaciones favorables gracias al despliegue escénico apabullante de ambos grupos y a la dosis de adrenalina aportada por el público.

Cuando pienso en el punk rock advierto la presencia de dos factores claves que permiten su vigencia. El primero de ellos es su reformulación en términos políticos, o sea la continuidad del mensaje de disconformidad en las líricas pero situado en tiempo y lugar. Luego, y estimo que esta característica atraviesa tanto al punk más radicalizado como al más soft y mainstream, es la permanencia de la vitalidad y la gestualidad típicas de la adolescencia. Lejos de presentarse como un rasgo de inmadurez o estancamiento, el refuerzo de ese semblante juvenil implica la reivindicación de las dimensiones más significativas de dicha etapa de nuestras vidas: la construcción de la personalidad, la espontaneidad para comunicarse, el espíritu contestatario, y la vigorosidad/vivacidad típicas de quienes aun tienen mucho por descubrir. Todas estas cualidades permanecen más que activas tanto en Bad Religion como en The Offspring, dos bandas con trayectorias disímiles (pensemos incluso que los primeros fueron una influencia directa de los segundos), pero que comparten esos rasgos esenciales del punk rock, sumados a otros factores como por ejemplo: el pasaje por la autogestión, la llegada a la masividad, la perseverancia y la defensa acérrima de una forma de sonar.

A la búsqueda de esos ingredientes me dirigí el pasado jueves 24 de octubre. Tras las idas y vueltas típicas de la acreditación de prensa pude entrar al Estadio Luna Park a eso de las 19:15, y rápidamente me llevé mi primera sorpresa al ver la considerable cantidad de público que ya había ingresado al recinto (claramente no estaba solo en términos de ansiedad y excitación). También me percaté de que me había desacostumbrado a los recitales en espacios tan amplios (la última vez que había ido al Luna Park había sido en 2011 para la presentación de Slayer). Entre la concurrencia se encontraban probablemente tres generaciones de seguidores, desde los viejos punks luciendo sus canas hasta preadolescentes, e inclusive niños acompañados de madres, padres y me atrevería a decir que de algunos abuelos. Las remeras daban cuenta de una mayoría de adeptos al género, ya que además de las estampas de Bad Religion y The Offspring circulaban logos de bandas como Pennywise, Dag Nasty, o Descendents, entre otras. Pese a esto, también dijeron presente algunos heavys con sus remeras de Megadeth, Iron Maiden y hasta Mayhem (esto evidencia, no solo el entrecruzamiento de estilos, sino también la relevancia de las bandas anfitrionas). Después de casi una hora de espera y con las indicaciones de seguridad y evacuación en caso de emergencia ya dadas (otra instancia a la que me había deshabituado), Charlie 3, la única banda soporte del evento, dio inicio al show. El grupo local conformado por Esteban Zunzunegui en bajo y voz, Martín Dócimo en guitarra y Pablo Florio en batería, tuvo un sólido desempeño y sacó absoluto provecho de su media hora de presentación en la que interpretó ocho canciones. “Si hay un sueño del pibe cumplido es este”, afirmó Dócimo, previo a que la banda se retirara, dejara las tablas encendidas, y diera buenas señales respecto a las condiciones del sonido.

Espero no sonar aparatoso u obsecuente, pero me resulta realmente arduo salir del elogio cuando me toca hablar de Bad Religion. El show de los liderados por el cantante (y profesor universitario) Greg Graffin fue, nuevamente, una inapelable lección de hardcore punk. A las 21:00 exactas, y luego de la introducción a cargo de «If the Kids are United» de Sham 69, los californianos patearon el tablero con «21st Century Digital Boy», tema que provocó el desmadre instantáneo, y que muchos de los que estábamos observando el escenario desde atrás terminemos inmersos en ese maravilloso caos. «Fuck You» y «You Are (The Goverment)», conformaron el tridente inicial previo a las primeras palabras de Graffin, quien no solo se mostró impecable en su desempeño vocal, sino también muy conectado con el público.

Probablemente uno de los momentos más desopilantes de la noche fue verlo bailar al compás del Olé Olé Olé mientras el bajista Jay Bentley le pedía por favor que no hiciera el ridículo. Al mismo tiempo, cabe decir que la dupla Graffin- Bentley no es el único indicador en el que se percibe el carisma y la esencia de Bad Religion. La dupla de guitarristas conformada por Brian Baker y Mike Dimnkich (dos tipos que podrían interpretar tranquilamente en un film a una dupla de reos de los años 50) sin duda es un componente fundamental del sonido y el mensaje del grupo. Estos, no solo dan sobradas muestras de su capacidad para sostener el ritmo veloz e incesante en temas como «Recipe For Hate», «We’re Only Gonna Die» o «Generator», sino que además exhiben su claridad melódica y su capacidad de acoplamiento musical, incluso a la hora de repartirse los pequeños pero geniales solos. El baterista Jamie Miller también entra en esta categoría de indispensable. Su estilo es compacto, concentrado, contundente y sobre todo organizado (resulta impactante ver cómo lleva y trae su micrófono con su palillo, sin irse jamás de tiempo). Además de los clásicos mencionados, sonaron temas como «Chaos from Whitin», «Do the Paranoid Style» y «End of History», pertenecientes a su reciente álbum Age of Unreason (su decimoséptimo trabajo de estudio). «Sorrow» y «American Jesus», ambos himnos del hardcore punk, pusieron el broche de oro a la hora exacta de presentación de Graffin y sus secuaces.



Más allá de ciertas similitudes sonoras, y de la evidente inspiración que Bad Religion significa para ellos, la propuesta de The Offspring pasa por otro lado. Tanto sus composiciones como su energía sobre las tablas apuntan a la añoranza, la jovialidad y el sentimiento festivo. Desde el ingreso de Todd Morse, Greg K, Pete Parada (no puede ser lo que toca este sujeto), Noodles y finalmente Dexter Holland para el inicio con «Americana«, se respiró ese aire celebratorio en el público, que no paró de agitar y corear, y en los propios músicos quienes no solamente bromearon entre ellos sino que además nos remarcaron permanentemente a los allí presentes lo felices que se sentían de estar nuevamente en nuestro país.

Pese a que los ánimos estaban por el cielo, no solo en el primer tema sino en la seguidilla que continuó con «All I Want», «Come Out and play», «It Won´t Get Better», «Want You Bad» y la siempre genial «Original Prankster» (todos recordamos su video épico tantas veces repetido en MTV), también es cierto que el sonido por momentos se sintió saturado, sobre todo en los momentos en lo que se sumaba la guitarra de Dexter Holland. El abarrotamiento sonoro produjo por momentos que las voces de Holland, y también los coros a cargo de Noodles y Greg K, no se lleguen a apreciar debidamente. Sin embargo, cabe decir que este inconveniente duró solo algunos temas y que no despertó ninguna queja o malestar. Una de las pruebas más claras de esa felicidad circundante pudo verse en Noodles. El guitarrista lanzó un chiste tras otro, jugó constantemente con los espectadores y arengó como un desaforado durante todo el show. Él mismo fue quien se encargó de presentar los dos covers del repertorio: «Blitzkrieg Bop» de Ramones (improvisado en el momento) y «Whole Lotta Rosie» de AC/DC. «Why Don´t You Get A Job» trajo consigo una de las secuencias más geniales de la velada, ya que la banda le brindó al público unas pelotas inflables gigantes y rollos de papel higiénico para que se divirtiera al ritmo de esta canción ingeniosa, incorrecta y bailable. «Pretty Fly (For a White Guy)» y «The Kid’s Aren´t Alright», probablemente dos de los más festejados, cerraron la primera etapa previa a los bises. Luego del agradecimiento a Charlie 3 (en el que Noodles se corrigió luego de decir Charlie Three para pasar a pronunciarlo en español), y a Bad Religion, a quienes reivindicaron como sus ídolos, «You´re Gonna Go Far Kid» y «Self Esteem» dieron por concluida la rotunda actuación de los oriundos de Huntington Beach.

La presentación de Bad Religion y The Offspring en conjunto, que además contó con la concurrencia de más de siete mil almas, me despierta impresiones más que satisfactorias. La primera de ellas es la confirmación de que la impronta del punk y el hardcore son inextinguibles en ambos grupos. La constancia de sus propuestas, una quizás más explícitamente política y otra más nostálgica/festiva, no sólo es apreciable en términos de coherencia sino también de convicción. Al mismo tiempo, el público da señales de valorar esa constancia y libera su agradecimiento en las rondas ininterrumpidas de pogo, mosh y slam. Más allá de la vertiginosidad en la trayectoria de ambos grupos, de que estos se hayan afiliado en algún momento a empresas multinacionales, que la masividad del hardcore punk melódico ya no sea sobresaliente, y que existan otras contradicciones y problemáticas con las que el género debe lidiar, considero que la posibilidad de disfrute, encuentro y celebración que habilitan acontecimientos como este no es una cuestión menor. Salud por Bad Religion, por The Offspring y por la comunión de chicos y chicas quienes, como reza el clásico de Sham 69: “… unidos nunca serán divididos”.


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