Por Marcelo Cafferata
LATE EL CORAZON DE UN PERRO
de Franco Verdoia
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Mabel es una acumuladora compulsiva. Vive entre su montaña de recuerdos y miles de objetos que no tienen utilidad alguna, pero de los que le resulta completamente imposible deshacerse.
Así como se aferra a sus objetos, vive también aferrada a su propio territorio, a su espacio, esa vieja casona en la provincia de Santa Fe que ya tiene una notificación de desalojo por parte del juez porque corre peligro de derrumbe.
Hay un delicado límite entre la razón y la locura, entre lo concreto y sus fantasías, entre ese mundo interno que Mabel construye para formar parte y de lo que la realidad impone.
Pero esta notificación judicial propicia un punto límite, un cambio en ese status quo en el que Mabel parece haber quedado atrapada sin poder salir.
Su hija, Ana, deberá viajar inmediatamente a ver su madre, para tomar cartas en el asunto y ayudar, de alguna manera, a resolver este problema, debiendo para esto, hacer un alto en su trabajo como azafata.
Para Ana este viaje no tiene una única implicancia: es un viaje que no solamente la enfrenta con el vínculo con su madre, complejo y plagado de desencuentros, sino que también representa el volver a ese pueblo que dejó atrás hace ya un buen tiempo y del que, en cierta manera, ella reniega y al que pareciese no haber pertenecido nunca.
Completando el triángulo protagónico de “LATE EL CORAZON DE UN PERRO” aparece Hernán, un personaje absolutamente en las antípodas de Ana.
Hernán tiene ese orgullo de pertenecer al pueblo, su alma está fuertemente arraigada a su lugar de origen. Recuerda con lujo de detalles todo lo sucedido durante la infancia, cuando eran amigos con Ana y las tardes que han pasado juntos en esa misma casa, ahora prácticamente en ruinas.
Su trabajo de bombero voluntario lo vinculará también con Mabel –e indirectamente se producirá el reencuentro con Ana-, tratando de brindar ayuda a la delicada situación por la que están atravesando.
La mayor parte de la obra está trabajada en duetos (Mabel-Ana / Ana-Hernán / Hernán-Mabel) que le permiten a Franco Verdoia, de forma armónica y funcional, que su dramaturgia explore diferentes temas dentro de un mismo corpus teatral.
Dentro de Mabel está construido todo un mundo de recuerdos, de glorias pasadas y de tiempos mejores, esos mismo recuerdos que la ayudan a evadir un angustioso y solitario presente y que al mismo tiempo la fueron convirtiendo en el personaje de “la loca del pueblo” de la que todos hablan.
El paso del tiempo, la vejez, la acumulación de algunas frustraciones –mucho más que acumular objetos- y la impiadosa reclusión autoimpuesta van generando en Mabel un cinismo y una acidez que se dispara en las mejores líneas de la obra. Bajo una apariencia de desvarío y locura, el personaje está muy bien plantado, tiene los pies en la tierra y defiende su territorio y sus recuerdos –que son su propia vida- a capa y espada, aún en medio de la crisis y el derrumbe.
Ana partió en algún momento para alejarse de ese pueblo que la intoxicaba y la asfixiaba. En ella transita esa lucha interna de enfrentar a su madre y todas las cuentas que han quedado pendientes entre ellas y resolver, casi al mismo tiempo, las cuentas internas que Ana tiene con ese pueblo al que le duele regresar.
La tensión y la violencia del vínculo entre Mabel y Ana se contrastan con la candidez y el humor que impone Hernán cuando aparece en escena. A su manera, Hernán también vive de un tiempo pasado, de las raíces que lo atan al pueblo tanto como la casa atrapa a Mabel.
Esa cierta inmadurez de no haber podido despegar, de seguir siendo un hombre-niño en el pueblo natal y de haber quedado atrapado en ese universo tan pequeño, tan contrastante con el mundo por el que Ana vuela, atravesando continentes.
El texto de Verdoia (también director de “La vida después” en cine, con Carlos Belloso y María Onetto) va transitando por todos estos temas en forma natural, sin declamaciones y sin sentencias para con sus personajes. Transmite en cada uno de ellos sus propias contradicciones, sus búsquedas, sus miserias y sus fortalezas.
Trabaja al texto en diferentes capas, de forma tal que cada uno de los protagonistas pueda tener su momento de lucimiento personal, además de poder mostrar claramente sus conflictos que van más allá del momento particular por el que transita la obra.
El personaje de Ana está a cargo de Mónica Antonópulos quien, si bien encuentra el tono de su personaje en gran parte de la obra, logra una mayor efectividad en aquellos momentos de calma mientras que cuando su personaje explota, el texto suena demasiado gritado y muchas veces pierda la prolijidad y claridad en su dicción.
Diego Gentile compone con un tono provinciano absolutamente delicioso a un Hernán sumamente querible y al que con su enorme oficio, lo habita durante toda la obra sin perder en ningún momento la precisión en la forma, en el decir y en el sentir de su personaje. Pone la cuota de humor y de calidez necesaria, siendo el vértice de este triángulo, tan necesario para descomprimir la tensión entre madre-hija.
La llegada de Ana para él es muy representativa –mientras que para ella es absolutamente intrascendente- y Gentile logra transmitir esa sensación que mezcla el dolor de lo que pudo haber sido con la esperanza casi adolescente que le despierta el reencuentro.
Finalmente es imposible no destacar dentro de este trío a Silvina Sabater (con trabajos junto a Daniel Veronese en “Espía a una mujer que se mata” y “Mujeres Soñaron Caballos” y en “Cronología de las Bestias” en Timbre4, entre otros) quien se entrega totalmente a Mabel en un trabajo absolutamente perfecto, lleno de matices.
Sabater sabe aprovechar inteligentemente los mejores parlamentos de la obra, y atraviesa los diferentes estados de ánimo de su personaje, demostrando su talento para el drama, para el sutil manejo de la ironía y la comedia (muchos la recordarán como la desopilante Dra. Badaracco en la serie “Soy Roxy”).
Tanto la dramaturgia de Verdoia como su manejo en la dirección de actores son los puntos altos de la puesta, que se completa con un delicado diseño de vestuario de Cecilia Allassia pero por sobre todo, con una impactante escenografía de Alejandro Goldstein (funcional a la propuesta y erigiéndose como un personaje en sí mismo dentro de la obra).
LATE EL CORAZON DE UN PERRO – Espacio Callejón / Humahuaca 3759 – Domingos 20.30 hs.
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