Crítica: FENCES

27/2/17

Por Fer Casals

Las adaptaciones son un arma de doble filo. Si una película esta basada en un libro, historieta u obra teatral y se aleja demasiado del material original se arriesga a alienar a los devotos. Si por el contrario se apega demasiado al texto puede crear una copia en carbónico, perdiendo la personalidad que hizo atractiva al original. Este último es el problema central del tercer trabajo como director de Denzel Washington, «Fences», una adaptación de la obra ganadora del Premio Pulitzer.

«Fences» es una historia lineal sobre un tema remanido, las luchas entre padres e hijos, los mitos detrás de los vínculos aparentemente inquebrantables del matrimonio en un hombre que corteja y lucha contra la muerte, y que vive con una ira incontenible por la forma en que su vida resultó.

Más una transcripción que una adaptación, «Fences» se siente encerrada por su narrativa vertical y una oratoria explosiva que pone de manifiesto su necesidad de replicar el texto a toda costa. Es esencialmente un historia estática, quizás una de las adaptaciones más anti-cinematográficas en llegar a la pantalla grande recientemente, una pena dado el talento actoral involucrado.

La presencia de Troy (Denzel Washington) lo abarca todo, los demonios dentro de su alma que buscan justificar su enojo, el tiempo, y una educación dura que lo encuentra rutinariamente pasado por alto en su trabajo de saneamiento en favor de los hombres blancos. Los cambiantes estados de ánimo del patriarca de cabeza dura cuelgan sobre su familia como nubes oscuras e impredecibles, especialmente en su esposa Rose (Viola Davis) y su ambicioso hijo Cory (Jovan Adepo) sofocados bajo su dominio y destrato. También lo acompañan Lyons Maxson (Russell Hornsby), un hijo de un matrimonio anterior a quien también maltrata, y Gabriel (Mykelti Williamson), el hermano con problemas mentales y el arquetipo del sabio tonto del que se aprovecha (y da lugar al cliché del cuerno del Gabriel, es una escena donde literalmente el personaje toca una trompeta…) .

«Fences» tiene pasajes de energía sólo en algunas escenas claves entre Davis y Washington, pero la narrativa resulta episódica y mantiene la estructura de actos, una obra de teatro filmada.

La dramaturgia se ve obstaculizada por la dirección poco imaginativa de Washington. Su estrategia consiste en colocar la cámara delante de los actores y registrar los eventos que se desarrollan. Su lente está sólo enamorado de las palabras y las actuaciones, cualquier secuencia potencialmente atractiva termina siendo plana. Que algo quede claro: no todas las películas necesitan ser cinemáticas y hay miles de ejemplos de películas poderosas con actuaciones sobresalientes en las que la cámara no es la estrella y la película funciona igual. Lamentablemente «Fences» no es una de esas excepciones.

Viola Davis ofrece un monólogo agónico y escalofriante que muestra la realidad entera de la mujer que interpreta, cuando la escena llega ya es demasiado tarde. El subrayado obvio sobre el patriarcado, la masculinidad afro-americana, las tensiones entre padre e hijo y los resentimientos de la clase obrera son tópicos sobre los que Washington se apoya para crear un melodrama convencional en lugar de trasladarlas a otro medio con verdadera vivacidad. Confundiendo seriedad auto-impuesta con la importancia de lo grave.

5 de 10



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