Crítica: RUEDOS DE UN PAYASO


21/7/17


Por Ailín Escola


Rueda una lágrima, que no sale de otro lado que algún lugar profundo al cual solo se llega cuando el otro transmite desde el amor, el arte y la emoción.

Agustín Soler, con un lenguaje universal, nos muestra un pequeño mundo de cotidianidades, que si uno lo pensara, no encontraría cómo expresarse en ese medio. Y quizá, ser payaso se trate un poco de eso, no pensar tanto y dejar fluir, (con la sensibilidad de Soler debe ser más fácil) toda la información que ya se tiene registrada en el cuerpo y solo sentir.

Eso se hace carne en Cenizas y desde el público se ve. Sin decir una palabra y con una destreza física increíble, pasamos por varios estados de ánimo y vemos reflejadas en su cuerpo las actitudes humanas.

Así se despliega el espectáculo, con energía, con risas que brotan de todas partes del público y de todas las edades y con la música exacta. Santiago Blomberg y Manuel Katzman arman la comunión perfecta entre las acciones de Cenizas, las emociones que van surgiendo y sus instrumentos.

Ruedos De Un Payaso es un obra que con un cuerpo nos dibuja mil mundos, de grandes y niños, de alegrías y tristezas. Gracias por mostrarnos algo distinto, que nos hace sentir y «recordarnos que en ese momento, estamos vivos».


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