Por Bianca Cacia
Dirigida por Sam Taylor-Johnson y escrita por Matt Greenhalgh ofrece un retrato íntimo y explícito de la vida de la icónica cantante. Amy Winehouse, fallecida en 2011 por intoxicación alcohólica.
A través de una narrativa que inicia con sus primeros días como artista de jazz hasta el éxtasis de la fama que ella nunca buscó.
La dirección de Taylor-Johnson es hábil al capturar la esencia de Winehouse, destacando su talento innegable pero también los demonios internos que la atormentaron, visibilizando la lucha contra la adicción de cerca sus trastornos alimenticios, sin ser amarillista.
La interpretación de la actriz Marisa Abela en el papel principal es muy buena, logrando transmitir el dolor y la vulnerabilidad de la dependencia a una relación tóxica con su esposo Blake, interpretado por Jack O’Connell (Skins). Además, todas las canciones incluidas en la película fueron interpretadas por la propia actriz.
La película no escatima en mostrar los momentos oscuros de la vida de Amy Winehouse, lo cual puede resultar bastante fuerte para espectadores con un historial de consumo. Sin embargo, me parece muy importante recalcar que si bien dentro de la relación tóxica se romantiza la droga, desde la dirección/guion no sucede y se enfoca desde la perspectiva
de la rehabilitación, su importancia y el tener una red de contención adecuada.
En resumen, la biopic de esta fabulosa cantante londinense, es una mirada cruda y honesta a la vida, y nos recuerda la fragilidad y la importancia de cuidar nuestra salud mental.
