Crítica: «Siempre hay que irse alguna vez de alguna parte»


22/8/17


Por Guadalupe Farina


El tiempo como una fuerza arrasadora que todo (o casi todo) lo destruye. El pasado como una parte constitutiva del presente al que siempre queremos volver, pero que nunca encontraremos como lo atesoramos en nuestra memoria. El recuerdo de lo que ya no es, aunque todavía persista de alguna forma en nosotros. Todas esas ideas cuajan en Siempre hay que irse alguna vez de alguna parte, la exquisita pieza teatral con dramaturgia y dirección de Gabriela Izcovich, quien también actúa junto a Marcelo Bucossi, Roberto Castro y Mercedes Fraile.

Contrariamente a lo que el lector pueda imaginarse al leer esta introducción, la obra dista de cualquier pretensión academicista o filosófica. El humor y la cotidianidad que afloran en todas las escenas, aun en las más dramáticas, son los recursos utilizados por la autora para abordar la temática del tiempo, sin restarle profundidad al asunto.

Dos amigos que rondan los sesenta años vuelven a su pueblo natal, donde vivieron su infancia y del que se fueron de adolescentes para estudiar en la gran Ciudad. El objetivo del regreso es filmar un documental, pero al llegar se dan cuenta de que nada de lo que recordaban sigue en pie: ni la escuela, ni el cementerio, ni el banco de la plaza, ni sus casas. El poblado parece ser un páramo desolado, cubierto por yuyos. Un pueblo fantasma. Acompañados por sus respectivas mujeres deciden igual filmar esa nada y, por una falla del auto, quedan varados allí en medio de la noche.
Lo interesante de la puesta de Izcovich es que tensa constantemente los lugares comunes del lenguaje teatral. Si lo esperable por tradición es que el conflicto se desate entre los personajes entre sí o, en su defecto, entre cada uno de los personajes consigo mismo, aquí lo que se da es el conflicto con el entorno. Pero no el entorno entendido como naturaleza. El entorno, en este caso, es el tiempo.

Por otra parte, oponiéndose a los resabios que quedan en la escena nacional del teatro realista, la directora opta por un espacio absolutamente vacío, como metáfora de esa nada con la que los amigos se encuentran. No hay escenografía alguna. La utilería es sólo la necesaria: la cámara y algún que otro elemento más cuando los sucesos avanzan. Por lo tanto, los actores a partir de sus palabras y sus acciones son los que construyen los lugares a los que hacen referencia. Tarea más que difícil para un actor, para la que se requiere un enorme oficio y, sin embargo, todos salen más que airosos. Sus cuerpos y voces alcanzan y sobran para construir espacios, verdad y para conmover.
La iluminación está a tono con lo despojado de la puesta. Se hace más presente con los apagones que separan distintas situaciones y cuando en algunos monólogos los intérpretes están solo iluminados con la luz de la cámara.
Una mención aparte merece el monólogo que el personaje de Bucossi mantiene entre el público, poniéndose como observador de sus compañeros dormidos en escena, y contando parte del pasado de su vida y de su relación con su amigo y su esposa. Es gigante el clima de intimidad que se crea con los espectadores, que se convierten en ese momento en sus interlocutores. Y, por supuesto, es imposible no hacer referencia al inesperado final (sin ánimo de spoilear), que también juega con la tradición del código teatral.

En resumen, Siempre hay que irse alguna vez de alguna parte es una de esas joyas que se encuentran en el teatro independiente, que reafirman la premisa de que el mejor arte teatral se encuentra en las pequeñas salas de Buenos Aires. Con muchas características experimentales, texto, actuaciones y dirección construyen un combo perfecto que da como resultado un espectáculo excelente, imprescindible y absolutamente recomendable.


Siempre hay que irse alguna vez de alguna parte se presenta los sábados a las 22:30 en NoAvestruz (Humboldt 1857 – CABA)

Ficha técnica:
Dramaturgia y dirección: Gabriela Izcovich
Actúan: Marcelo Bucossi, Roberto Castro, Mercedes Fraile y Gabriela Izcovich
Iluminación: Ricardo Sica
Música original: Lucas Fridman
Asistencia de dirección y producción ejecutiva: Marco Riccobene


 

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