Yo no duermo la siesta

21/3/16

EL PUEBLO DE LA INFANCIA

Paula Marull convocó a un ensamble actoral prodigioso, encabezado por su hermana María, en el que sobresalen dos niñas que ofrecen interpretaciones magnéticas.

 Por Paola Jarast 

Yo no duermo la siesta se desarrolla en algún pueblo que podemos suponer norteño, en el que en una casa de provincia la servicial empleada Dorita (María Marull) cuida de dos niñas dueñas de una inventiva sin igual, y del tío enfermo de una de ellas. Dorita asiste de modo casi sacrificial a los habitantes de la casa, que parecieran necesitarla para subsistir. Y su entrega es amorosa y absoluta.  El hijo de Cacho (Ezequiel Rodríguez), enamorado de Dorita que brega por recuperarla, pondrá en riesgo el delicado equilibrio del ecosistema de estos seres, dentro del cual Dorita desempeña una función vital. 

Natalí (Micaela Vilanova) circula por la casa de Rita (Agustina Cabo) como si se tratase de su propio hogar,  mientras sus mayores intentan resguardarla de la  difícil situación que se vive en su casa debido a la frágil salud de su madre.

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La creatividad que las niñas despliegan en sus juegos es cautivadora: por momentos jugarán a ser sirenas, por otros, moluscos, y Rita hasta se cubrirá de barro para representar un río. Cuando las niñas bailan al son de la cumbia, una cuchara hará las veces de micrófono. Rita y Natalí se sirven de los elemento a su disposición y los convierten en aquello que precisen para transportarse al ambiente que desean representar- y habitar-,  poniendo de relieve una capacidad lúdica envidiable.

El cuidado por los detalles de la puesta es notorio: las medias y sábanas tendidas, las lentejas que Dorita sirve en el almuerzo, los marcadores y libros para colorear (en los que el tío pintará saliéndose de los márgenes).

María Marull presta una amplia gama de recursos expresivos y emocionales a la querible Dorita, sostén afectivo del tío Aníbal, que padece un trastorno neurológico severo (impactante composición de Marcelo Pozzi) y de la de niña de la casa.

Ezequiel Rodríguez enternece como el hijo de Cacho, un hombre rústico de buen corazón que intenta recuperar el amor de Dorita con la ingenuidad de un niño. Y las niñas Agustina Cabo (la dulce dueña de casa) y Micaela Vilanova (su avasallante invitada), hipnóticas ambas, entregan interpretaciones de excelencia.

Hay escenas de antología, como la de Natalí aconsejando al hijo de Cacho sobre cómo besar (asesoramiento que este escucha con la atención de quien se prepara para rendir un examen) y otra en la que el tema «Déjame intentar», de Carlos Mata, suena de fondo mientras transcurre un formidable momento de esta puesta en la que Paula Marull se revela como una dramaturga con una mirada lúcida y sensible sobre el alma humana.  Felizmente, ella y Yo no duermo la siesta ya han dado que hablar.

“Siempre hay un momento en la infancia en el que se abre una puerta y deja entrar al futuro.” Graham Greene 

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*Ganadora de la 4ta Edición del Premio Artei a la Producción de Teatro Independiente.
*Mención Honorífica de El Fondo Nacional de las Artes en el Concurso Obras de Teatro Inéditas 2012

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