CINE: Reseña de «Mandy»

Por Guido Rusconi

En el año 2010, Panos Cosmatos sorprendió al mundo con su ópera prima Beyond the black rainbow, donde mezclaba terror y ciencia ficción en partes iguales. Ocho años más tarde, el director canadiense nos ofrece su segunda producción titulada simplemente “Mandy”, protagonizada por Nicholas Cage.

Lo primero que puede señalarse de esta película es que tiene dos mitades cuyas diferencias son bien evidentes. La primera es mucho más atmosférica y guiada por su aspecto visual, el cual es de una ejecución magistral, deudora de los mejores esfuerzos de Dario Argento. La iluminación violácea es el eje común de la primer hora de duración, y las escenas se dilatan mucho más de lo necesario, lo cual no es una crítica negativa, sino que significa que requiere de una apreciación lenta y detenida. Aquí nos encontramos con Red y Mandy, una pareja que vive pacíficamente en su casa en medio del bosque. Su tranquilidad se ve repentinamente interrumpida cuando el líder un grupo de fanáticos religiosos se enamora a primera vista de Mandy y hace lo imposible para que ella esté a su lado.

Por momentos es difícil identificar si lo que está sucediendo en pantalla es real o parte de un sueño lisérgico de alguno de los personajes, dado el hecho de que los diálogos son pausados y algo escuetos, además de ser las escenas presentadas bajo una luz y una fotografía con claras intenciones oníricas. Este aletargamiento producido por el apartado visual y auditivo es claramente intencional. Lo que busca Cosmatos es hundir a los espectadores en un profundo sueño inducido que pronto se vuelve pesadilla.

Ya en la segunda parte nos encontramos con otro filme totalmente distinto, mucho más visceral y crudo, violento hasta puntos un tanto ridículos con imágenes que causan entre impresión y un poco de risa. Las influencias del cine exploitation de los 70 y 80 son muy claras, pero Mandy nunca pierde su originalidad. El personaje de Red se sumerge en una espiral de locura y frenesí, buscando venganza contra quienes atentaron contra él y su esposa (decir cómo sería arruinar una parte importante de la película). Es en esta segunda mitad donde agradecemos como espectadores que se le haya dado el papel protagónico a Nicholas Cage, un actor que puede no gustar y que ha hecho más de una veintena de películas de dudosa calidad, pero cuyas interpretaciones son siempre intensas y hasta exageradas, lo cual en esta ocasión es totalmente necesario. Ayudado por distintas drogas alucinógenas, Red pasa de ser un apacible leñador a ser una máquina de matar de las maneras más sanguinarias que se puedan imaginar. Muchos cuadros sencillamente podrían ser portadas de discos de heavy metal, ya sea por los seres demoníacos que andan en moto o por el baño de sangre que se desata por parte del personaje encarnado por Cage.

Con 120 minutos exactos de duración, Mandy es una obra un tanto compleja porque pide ser vista con ciertos reparos. Es una película para ver en una pantalla grande (en cierto sentido todas lo son, pero esta incluso más), ya que su atmósfera no puede apreciarse completamente en una computadora o un televisor pequeño. Por otro lado, no es apta para aquellas personas que desde el primer momento quieran saber exactamente qué sucede y exijan acción rápida e inmediata. Es mejor abstraerse de los vericuetos que pueda tener la historia porque no es lo que realmente importa (es una película de venganza, después de todo), y permitirse disfrutar el festival para los sentidos que constituye. Los fanáticos del rock progresivo de los 70 se verán entusiasmados, ya que la canción con que la película muestra sus primeros planos es “Starless” de King Crimson, que podría ser un detalle menor, pero sirve como una metáfora perfecta de lo que Mandy representa. Una obra que va construyendo su clima poco a poco, de manera paulatina, y que hacia el final explota en proporciones bíblicas, dando lugar a una experiencia diferente teñida de color carmesí.


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