Por Guido Rusconi
Soledad es una producción ítalo-argentina y también el debut tras la cámara de su directora Agustina Macri (la otra hija del presidente argentino). Basada en la novela Amor y anarquía de Martín Caparrós e inspirada en eventos reales, Soledad nos cuenta la historia de una joven argentina de clase media que en la década de los noventa hizo un viaje a Europa, en principio con fines turísticos, pero que luego se terminaría prolongando mucho más tiempo de lo esperado a raíz de un conflicto político que estalla en Italia. Inicialmente siendo una persona con inclinaciones políticas poco claras, Soledad (Vera Spinetta) prontamente se verá atrapada (en el buen sentido) por la ideología anarquista, la cual llega a ella por medio de un grupo de militantes de dicho movimiento, con quienes forjará un fuerte vínculo.
Pese a que gran parte de la historia trata sobre lo que la protagonista vive en Italia, esta no está contada completamente de manera cronológica, ya que a menudo se intercalan eventos de su pasado en Argentina, señalando fuertes contrastes entre estos dos momentos tan disímiles de su vida. Este ir y venir temporo-espacial es manejado con gran sutileza, de modo que los flashbacks no se extienden por más de un par de minutos, dejando en claro que son recuerdos cada vez más distantes en la memoria de Soledad. Por otro lado, la película presenta algunas escenas en las que su hermana aparece hablando a cámara sobre ella, como si se tratara de una especie de documental. Este recurso puede parecer novedoso, pero a fin de cuentas termina siendo algo confuso, dado que el resto del tiempo la historia está narrada completamente bajo un código de ficción.
Dentro de los aspectos positivos se puede mencionar la actuación de Vera Spinetta, quien sale de su zona de confort actoral e interpreta el papel de manera acertada. A lo largo de la película somos testigos de un cambio drástico en el personaje de Soledad, tanto físico como espiritual. En ciertas escenas muy puntuales puede observarse este viraje ideológico de la protagonista mediante pequeños gestos muy sutiles que Spinetta es capaz de lograr a la perfección. Sin embargo, en cuanto a lo político, la película peca de ser un poco escueta en cuanto a lo que se profundiza al respecto. Si bien somos contextualizados en un tiempo y un lugar en particular, nunca termina de quedar claro contra qué o quién luchan estas personas, más que esa figura tan borrosa que puede ser “el Estado”. Por momentos, los problemas de los anarquistas parecen radicar más en asuntos amorosos y melodramáticos que en políticos.
La música también aporta a este sentimiento telenovelesco que la película tiene en ciertos pasajes. Escenas con una carga emotiva ya construida terminan por tener un efecto contrario al buscado cuando se les agregan notas de corte melancólico o dramático. A su vez, la banda sonora otorga uno de los mejores momentos de esta obra, en un montaje musicalizado por el éxito de Los Fabulosos Cadillacs “Matador”, el cual suena en la radio en uno de los momentos más bajos de Soledad y la coloca, aunque sea por un instante, en un trance en el que toda la furia y el dolor se convierten en una euforia revolucionaria. Y aquí ya no hay vuelta atrás: esta es la verdadera versión de Soledad y no hay chances de que se traicione a sí misma.
Aunque las películas biográficas y con fuerte contenido político siempre han sido moneda corriente en el cine argentino, es en cierto modo refrescante encontrarnos con una historia no tan arraigada a nuestro suelo como estamos acostumbrados, pero que al mismo tiempo comparte las luchas y la búsqueda de un ideal que a esta altura ya es universal. Soledad es un buen debut directorial de Agustina Macri y genera altas expectativas de cara a los próximos proyectos que pueda encarar.