Entrevista: LUIS AGUSTONI: “El teatro está sufriendo los embates de una vida social y económica insensata”

Entrevista: Guadalupe Farina


Cuenta que el teatro llegó a su vida como un rayo, hace 50 años, y que nunca más lo pudo soltar, tanto que dejó la carrera de Derecho a muy pocas materias de recibirse. Tenía 19 años cuando un grupo de compañeros de universidad lo invitó a participar en una versión leída de Antígona. Como de entrada lo maravilló su personaje, se propuso estudiarlo de memoria y sus colegas hicieron lo mismo. “Se juntó un público para vernos. Me encontré ahí, se hizo el silencio antes de empezar y entonces supe que era lo mío. Cayó el rayo. Sabía que lo iba a hacer y no iba a fallar. Trabajaba en un estudio jurídico, pero el teatro avanzó y se hizo irresistible, y resolví no hacer ningún otro trabajo que no fuera teatro”, relata Luis Agustoni en la intimidad de su refugio del teatro El Ojo, que fundó y dirige desde 1990. Y no decidió nada mal. Es que, ya sea como actor, dramaturgo, director o formador de actores, Agustoni es una de las figuras más destacadas de la escena nacional.

Pareciera que tu inserción profesional en el medio fue fácil. ¿Hoy cuesta más insertarse profesionalmente?

Al contrario. No estaba tan difundida la profesión entonces. Era mucho más difícil. No estaba difundida la enseñanza, el medio era más chico. Recién ahí empezaba a trabajar la generación de grandes profesores como Agustín Alezzo, Carlos Gandolfo, Augusto Fernándes, que formaron a la mía. No había castings, había pocos representantes. Era muy arduo ingresar a la profesión. Ahora no es fácil, pero es muchísimo más accesible.

Empezaste como actor. ¿Qué te llevó a volcarte a la dramaturgia y dirección?

Fueron dos cosas distintas. Lo de la dirección fue inmediato. Ensayaba como actor en los primeros grupos y veía al director en funciones y en acción, y en la piel sentía: “Yo esto lo haría bien”. Uno como director tiene una cabeza más formada en toda la tarea organizativa, más rigor para crear métodos, despierta confianza. En mis estudios como actor con Alezzo, él ya empezó a confiarme la dirección de escenas y a apadrinar mi carrera, que fue una cosa maravillosa para mí. La dramaturgia fue algo más trabajoso, que tiene que ver con ciertas oscuridades psicológicas. Si hay un don natural que yo tengo es el don de la palabra. Siempre tuve un lenguaje muy al alcance de mi mente. Siempre escribí muy bien. Desde primer grado. Tenía este don natural y al mismo tiempo una convicción absoluta de que yo era incapaz de inventar una historia. Adaptaba y traducía, pero el autor tenía que ser otro.

¿Cómo fue, entonces, que te animaste?

Tenía un gran amigo con el que desarrollaba trabajos y obras, Julio Ordano, carrera paralela como profesor y director. Teníamos un grupo y estábamos buscando una obra y no la encontrábamos. Y él empezó a insistir: “Tenés que escribirla vos”. En ese momento estaba afianzado en la profesión, ya dirigía, creo que tenía alrededor de 40 años. Un día me senté y escribí. Le encantó, ensayamos, estrenamos, y al año siguiente me llama Argentores para avisarme que había ganado el premio a la mejor obra del año por esa obra, Los ojos del día.

¿Qué te da la dramaturgia que no te da la dirección y qué es lo que te lleva a dedicarte a la formación de actores?

La dramaturgia y la dirección son para mí concomitantes, no se puede separar una de otra. De hecho, yo empecé a escribir buscando una obra para hacer como actor y director. He dirigido el 80 o 90% de lo que he escrito. Yo me permito escribir muy profusamente porque sé que el director, que soy yo, va a arreglar después todo lo que me mandé. Yo pensaba que teníamos que ser como los directores de cine que se estaban escribiendo ellos los guiones. Mis ídolos eran Ingmar Bergman, Woody Allen. Ellos escriben sus guiones, se liberan de tener que buscar una obra de otro. Esto es lo que me da la dramaturgia y no lo puedo separar del trabajo de actor y director. En cuanto a la enseñanza también fue natural. Esto fue antes de todo, antes de saber que me iba a dedicar al teatro. Yo diría que alrededor de los 10 u 11 años yo sabía que iba a enseñar. Creo que soy bastante claro explicando, me gusta muchísimo enseñar. He comprobado que todas las personas que hacen algo con mucho amor le gusta enseñarlo.

¿Tu gran maestro fue Alezzo?

Mi maestro y guía fundamental fue él y me ayudó mucho en el comienzo de la profesión. Un día le dije: “Tengo la lista de personas que más han influido en mi vida y son 20. Número 1 es mi papá. Número 2 es mi mamá y número 3 sos vos”. Mi primer maestro, Francisco Javier, fue muy inspirador. Tuve experiencias breves pero muy enriquecedoras con Gandolfo y con Augusto Fernándes, y tuve la infinita suerte de ser muy amigo de Juan Carlos Gené.

¿Te das cuenta de que hay muchos actores nóveles que se forman con vos y que en estos momentos sienten por vos lo mismo que sentiste por tus maestros?

No lo pienso, me lo dicen. Lo que uno más transmite es su pasión por lo que está enseñando. No es que uno sea bueno enseñando. La facultad principal que un maestro transmite es su amor por su materia. A veces me dicen algo que me impresiona. Me dicen: “Me cambiaste la vida”. Es el comentario más común. Y yo no quiero cambiar vidas, quiero formar actores. Y nunca les pregunto por qué, en qué. ¿Soy una especie de gurú? No entiendo muy bien eso.

Sos uno de los pocos directores que se mueve con solvencia entre dos mundos que parecen estar enfrentados: el teatro comercial y el independiente. ¿Son realmente tan antagónicos?

Cuando yo me formé había un gran antagonismo y cierta descalificación mutua, como que en el teatro independiente había una convicción de que el móvil principal del teatro comercial era mercantil y su único objetivo era el dinero, lo cual no era así ni es así. Hubo y hay estupendos artistas en el teatro comercial. Como contrapartida, el teatro comercial consideraba que los independientes eran personas idealistas, sin sentido de realidad y sin posibilidad de trascendencia por la precariedad de los recursos que manejaban, que eran aficionados. Lo cual tampoco es así porque hay gente con gran rigor artístico, con grandes aspiraciones y gran fuerza. Creo que los años de estudio de Derecho y la pertenencia a una familia de profesionales me formó con una mentalidad bastante realista y pragmática. Me acostumbré a evaluar la realidad y desde el principio vi que este juego de opuestos era falso. Yo he visto cosas muy buenas en el teatro comercial y bodrios salvajes en el teatro independiente. Voy a hacer el teatro que se me dé la gana con el mismo rigor en los dos. Esta fue mi actitud siempre.

¿Sentiste la mirada prejuiciosa de “era independiente y se pasó al teatro comercial”, y viceversa?

Por supuesto, sí.

¿Cómo lo sobrellevaste?

Tapones mentales en los oídos. Yo he tenido algunos éxitos bastante considerables y también fracasos, que uno quisiera olvidar lo antes posible. Los dos dan lugar a una reacción, que muchas veces es áspera. Cuando fracasas mucho no se te oculta la compasión y el menosprecio. Cuando triunfas mucho no se te oculta el mismo desprecio y la envidia. Entonces uno tiene que protegerse de la reacción ajena porque si no se vuelve una persona resentida y rencorosa y eso es veneno para la inspiración.

Decimos Agustoni y pensamos en Brujas. ¿Consideras a Brujas tu mayor éxito o tenés otra perspectiva al respecto?

Los espectáculos que uno hace, uno vez que los hizo, son como los hijos: pertenecen al mundo. Yo me resisto a calificar a cualquiera de mis cuatro hijos o a compararlos entre sí, y me pasa lo mismo con los espectáculos. Puedo ver claramente cuál no funcionó, preguntarme por qué y aprender de ellos. Los que son un éxito son un misterio, uno nunca sabe. Y están los que son un milagro, que hubo dos en mi vida. He visto gente obsesionada por no volver a fracasar o por volver a triunfar. Uno tiene que trabajar libre de esas cosas.

¿Cuál es tu perspectiva del teatro actual?

Pese a los momentos políticos y sociales terribles que tuvimos a lo largo de la historia, el teatro ha sabido siempre sobrevivir y salir adelante. Hoy siento que las adversidades de la vida política, los fracasos de los gobiernos, este tremendo enfrentamiento patológico que hay en la sociedad está afectando mucho al teatro, ha bajado mucho su convocatoria. Uno camina por los lugares de teatro y no ve la variedad que veía antes. Sí el teatro independiente se ha desarrollado mucho, pero también está sufriendo los embates de una vida social y económica que es insensata. No hemos perdido calidad ni creatividad, pero cierran muchísimos teatros, abandona la profesión muchísima gente.

Es difícil hacer teatro independiente…

Esto (el Teatro El Ojo) yo lo inauguré en 1990, en plena hiperinflación.

¿Cómo sobreviste tantos años y con tantos embates económicos?

Es arduo, pero también es el supremo refugio, uno lo defiende con uñas y dientes.

¿Qué proyecto tenés a futuro?

Hay obras que he escrito. Escribí una versión de Doctor Jekyll y Mister Hyde. Estoy esperando al actor que pueda transformarse de un ángel en un demonio. Estoy reescribiendo Crimen y Castigo y quiero volver a frecuentar a tres autores que han sido tan influyentes para mí como mi papá, mi mamá y Alezzo: Shakespeare, Chejov y Sófocles. Tengo adaptadas las obras, pero es muy difícil si no tenés el reparto. Ojo que tengo muy buenos actores, pero tiene que ser el encuentro del actor con el personaje. Es algo mágico. Tiene que intervenir la suerte. Este teatro, El Ojo, dediqué muchos años a instalarlo en el medio. Ahora me doy cuenta de que ya está instalado, tiene un prestigio y quiero definir una línea más clara, por eso pienso en estos grandes autores.

Actualmente llevaste al teatro comercial Claveles Rojos, que la hiciste durante 10 años en El Ojo. ¿Cómo fue ese pasaje?

Fue un trabajo profundo porque me dije: “uno no puede equivocar lo que le ofrece al público al que se dirige”. Una cosa es el público del teatro El Ojo, que es muy específico, muy acotado. Por un lado, me pregunté si esta obra, con la pegada brutal que tenía acá, podía trasladarse al público más variado del teatro comercial y pensé que sí, que es lo suficientemente universal para eso. Pero pensé que había que aggiornarla un poco porque hubo cambios sociales inmensos. El de las mujeres es el más grande. He tenido que retraducir todas mis obras adaptándome a esta nueva sociedad que ha cambiado para bien. Saqué partes, puse otras. Hubo que darle un marco menos austero porque el teatro independiente es austero. Nos pusimos más exquisitos.


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