Especial 20° aniversario de «DESTINO FINAL»

Las cinco muertes, eso dice

Por Lucas Manuel Rodriguez

El 12 de julio de 1969 nació Jeffrey Reddick. Una fecha cósmica, en las vísperas del fin de la carrera espacial. Poco se sabe de los primeros acercamientos de Reddick en el mundo del fantástico –ya sea literatura, cómics o TV-, pero sí que a sus 15 años de edad quedó fascinado con un slasher que salvó de la quiebra al estudio New Line Cinema, el cual, para ese momento, se dedicaba a producir obras de presupuesto independiente. El adolescente se había deslumbrado con el concepto de los supernatural que aportaba la película de Wes Craven –esa, la del tipo con la cara quemada, sombrero color café y un guante con cuatro navajas, ya saben cuál-, en particular porque los protagonistas tenían su edad y sus padres no terminaban de darle relevancia a la amenaza invisible y mortal que los azotaba en los escenarios de mayor confort para todo ser humano: los sueños.

Inmediatamente, Jeffrey Reddick le envió a New Line un boceto de diez páginas sobre lo que podría ser la vida de Freddy Krueger antes de ser arrojado al infierno por los padres de las víctimas juveniles. La compañía (en pañales) descartó la posibilidad automáticamente, pero eso no detuvo al muchacho, quien se puso en contacto directo con el fundador Robert Shaye. No está confirmado qué tanto de su material se tuvo en cuenta en el transcurso de la saga ‘Pesadilla’. Sí se sabe que Reddick forjó una amistad con Shaye en ese instante y eventualmente obtuvo un trabajo full-time en la productora.

A finales de la década de 1990, la serie ‘Los Expedientes Secretos X’ tuvo su debut en la pantalla grande. El film triplicó su presupuesto en ganancias sin ser un hit hecho y derecho, lo que no quita que fuera un fenómeno imparable que pasaba de rodar cinco temporadas en Vancouver a realizar cuatro más (hasta 2002) en Los Ángeles. Un salto de la televisión a Hollywood le abría las puertas a las ambiciones de guionistas locales. Reddick no quería quedarse con las ganas y tenía muy claro que las obsesiones de las dos mentes creadoras que tanto admiraba se vieron atravesadas por datos periodísticos: Wes Craven recurría a noticias de muertes prematuras en circunstancias insólitas y Chris Carter (creador de ‘Los Expedientes…’) a todo lo que pudiera sugerir la participación de conspiraciones gubernamentales.

En un vuelo de regreso a su hogar en Kentucky, el aspirante a guionista leyó una historia (nunca se verificó la veracidad de la misma) acerca de una madre que le sugirió a su hija de tomar otro avión para vacacionar en Hawái porque tenía un muy mal presentimiento. La muchacha obedeció y el avión que hubiera tomado, si la madre no la prevenía, estalló. Reddick había encontrado la punta de su lanza y en el lugar preciso, eso lo tenía claro. Su primer pensamiento fue el de venderle un guión a Fox y que los federales Mulder y Scully tomaran el caso, pero los agentes de la productora en la que ya trabajaba lo detuvieron y le propusieron que hiciera su propia ficción.

Así, New Line Cinema le compra el libreto a su empleado y pega la vuelta al contratar a una dupla frecuente de la serie más exitosa del momento. James Wong y Glen Morgan venían de dirigir y escribir (respectivamente) uno de los episodios más aplaudidos por los seguidores de los ovnis y fenómenos paranormales, ‘Memorias de un Fumador’, ese que comenzaba a humanizar la figura del Hombre Cáncer, estrenado en el cuarto año de ‘Los Expedientes…’. Wong y Morgan aceptaron, admiraron y asumieron lo propuesto por Reddick de utilizar a la Muerte como antagonista y fuerza invisible a la que se enfrentarían los protagonistas adolescentes. Esto añadido a una meta cinematográfica muy clara para los recientes tripulantes: ‘Destino Final’ haría de los aviones y el tránsito aéreo lo mismo que ‘Tiburón’ hiciera con los tiburones y turistas playeros.

Si tenemos que evaluar esa finalidad, podríamos asegurar que se cumple con creces al establecerse el primer punto de giro en los primeros veinte minutos, cuando la visión de Alex (Devon Sawa) se vuelve real. No sin descartar toda la anticipación concerniente al vuelo, con el punto de vista perfectamente aceitado y enfocado en el protagonista. O dicho con especificidad, como espectadores vivimos las incertidumbres, los miedos y los titubeos de Alex en primera persona. Ingresamos al avión con el mismo temor que él, nos bajamos con la misma exaltación y nos sorprendemos con la misma perplejidad en el instante que el vidrio vuela en mil pedazos al certificarnos que nuestro estado de alarma no fue en vano.

La premisa siempre fue nítida, el mismo gancho con el que siempre se nos vendió la película, ya sea en los avances de cine, videoclubes o emisoras para el formato hogareño: Un grupo de estudiantes toma el Vuelo 180 a París para ir de viaje de egresados; antes de que el avión despegue, uno de los chicos tiene la premonición de que este va a explotar, se asusta, llama la atención de sus compañeros, una minoría abandona el transporte a la fuerza y la advertencia se cumple a los pocos minutos; siete personas sobreviven al elaboradísimo diseño de la Muerte, pero, al transcurrir poco más de un mes, ella volverá para satisfacer su lista, visitándolas una por una. De esta manera nos involucran en el juego de Alex siguiéndole los pasos a la más grande de todas las adversarias, en la búsqueda de descifrar signos para prevenir a sus conocidos de un destino aterrador.

Ahora sí, nos toca hablar de las cinco muertes en pantalla. “Las cinco muertes, eso dice”, como indicara Vince Vaughn en una película de Steven Spielberg al oír sobre el origen de la Isla Sorna.

El juego suele focalizarse en cómo Alex descubre las huellas plantadas por su némesis, aunque otras veces, con aires muy pícaros, en cómo los realizadores nos pusieron los indicios frente a nuestros ojos para que no los detectáramos en primeros visionados. Es decir, sí, cuando ve el reflejo del autobús que atropellará a Terry Chaney (Amanda Detmer) es una señal puesta exclusivamente para él, pero el director y sus colegas son más propensos a establecer otras que apuntan directamente a nosotros.  

Presten atención, sino, al reflejo del paisaje en la cara de Billy Hitchcock (Seann William Scott, o “Stifler”, para los amigos), frustrado en el aeropuerto por perderse el viaje, y cómo el avión atraviesa su rostro por debajo de la nariz, similar al pedazo de metal que lo decapitará en la última media hora del film. También sucede con la muerte de la profesora Val Lewton (Kristen Cloke) cuando el monitor de su computadora comienza a echar humo y detrás de ella, en la puerta principal de su casa, hay un cuchillo ilustrado en el vidrio que parecería intentar apuñalarla cada vez que se agacha para sumar objetos a sus cajas de mudanza, dando por aludido de qué forma dará la docente su último respiro. Además, en la escena final, Alex teme por su vida y no logra anticipar que la última víctima será Carter Horton (Kerr Smith), aunque al inicio de esta, con un sutil movimiento de grúa que emula al plano apertura de ‘Boogie Nights’, el director de fotografía Robert McLachlan demanda nuestra concentración hacia el cartel que anuncia el nombre del café Rue Miró localizado a la altura 81 de la calle homónima, ese mismo que arrastrará a Carter de reverso, de manera tal que la “o” se convertirá en un cero y el 81 en 18, convocando así al número 180, el favorito de la Muerte.

Sin embargo, el gesto más extraordinario es el que le hace su amigo Tod Waggner (Chad E. Donella) a Alex en el avión, en señal de estrangulamiento si no lo ayuda a concretar un encuentro íntimo con sus compañeras, que en realidad nos está anticipando la forma en la que va a morir como primera víctima en pantalla, en una bañera y al mejor estilo de ‘Psicosis’. Porque sí, es evidente hay una fascinación con exhibir los nombres de directores y productores cinematográficos que pudieron o no estar vinculados a producciones de Clase B. Si Val Lewton no muere en el avión porque el profesor de apellido Murnau (Forbes Angus) ocupó su lugar, por supuesto que hay alguien detrás de cámara contando una segunda trama cifrada en figuras legendarias del cine. Y ni hablar de los nombres de los agentes del FBI.

No nos detendremos del todo en este tema, pero retomemos la muerte de Tod. Alex la adivina por el recorte de una revista pornográfica, perfecto, esa es una señal para él. Ahora, ¿qué y cómo nos lo están contando el director y los guionistas a través de la puesta en escena? En el instante que Tod percibe el reflejo de la Muerte, en simultáneo, Alex es encuentra con un artículo periodístico. En él, está la foto de Clear Rivers (Ali Larter) -su novia no declarada- durante un memorial escolar para las víctimas del vuelo. Alex estuvo en el preciso momento que esa foto fue sacada y por la distancia que lo separaba de Clear debería haber salido él también. Tenemos así una confrontación deliberada de la Muerte con aspiraciones a espejarse satisfactoriamente a través de Tod, por un lado, y de cómo Alex no logra ser captado por una cámara fotográfica, por el otro, en una dualidad establecida. Recordemos que en Drácula los espejos y la captación instantánea son signos de elementos cotidianos con los que este ser del mal no puede vincularse, y hay una intención con Alex y Tod de volverlos personajes complementarios. ¿Quién fue el director de la primera versión fílmica de Drácula, Tod Browning, no? Bien, ¿y cuál era el apellido de Alex?

Merece una mención aparte la banda sonora de Shirley Walker, siempre distinguida por ser la arregladora las notas de Danny Elfman para las Batman de Tim Burton, como así también la compositora total de la música de ‘Batman – La Serie Animada’ y ‘Batman – La Máscara del Fantasma’. El tema de ‘Destino Final’ es perfectamente distinguible y las variaciones de sus dos secuelas siguientes son notables. Walker podría haberle tapado la boca a millones de esos estudios de trivia que no logran establecer por qué la música de la mayoría de los tanques hollywoodenses no resalta como antes. Podría, repetimos, si su accidente cardiovascular no la hubiera matado en 2006.

‘Destino Final’ tomó impulso en la cuna de su mentora de Fox, con locaciones en Vancouver, Long Island y otras selectas, también propias de las primeras cinco temporadas de la serie de la “X” y los platos voladores. Con una inversión financiera relativamente menor, quintuplicó su capital y contó con cuatro secuelas. La prensa especializada, en general, le dio una paliza. Uno de las pocas figuras destacadas a favor fue la de Roger Ebert, quien especulaba que las próximas entregas serían protagonizadas por Alex y este tendría la mala fortuna de arruinarle la vida a cualquier ciudadano que compartiera un transporte público con él.

Pese a la premiación de la película y de Devon Sawa en los Saturn Awards, esto no pasó. La segunda parte llegó a los tres años, pero Alex no la protagonizó. Sí lo haría Clear, quien, a una distancia pecaminosa, nos muestra la foto del cadáver de su novio, después de que un ladrillo le partiera la cabeza. Una muerte fuera de campo, a lo ‘Alien 3’. Hay muchas hipótesis que comparan este no-regreso con el caso de Crispin Glover y las secuelas de ‘Volver al Futuro’. Por otro lado, las fuentes –digamos- oficiales aseguran que una secuela sin Alex estuvo pautado desde siempre.

*Permitida la reproducción total o parcial del contenido citando la fuente. ©RevistaMeta2020


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