TEATRO: Crítica de «LA ENAMORADA»

Por Marcelo Cafferata


Hay pocos dramaturgos argentinos en la actualidad, que se hayan ocupado de zambullirse en el universo femenino con tanta precisión, tanto lujo de detalles y tanta sensibilidad como lo ha hecho Santiago Loza a través de sus textos.

Salvo algunas excepciones (como puede ser “El mar de noche” el unipersonal en el que brilla Luis Machín), Loza tanto en sus puestas teatrales como en sus trabajos para el cine, ha abordado un universo mayoritariamente femenino y ha podido hacerlo desde diversos puntos de vista.

Es así como encontramos personajes emergentes de textos ya emblemáticos como “Nada del amor me produce envidia” (con las brillantes versiones de María Merlino o Soledad Silveyra), el espíritu de los `70 presente en “Mau Mau” (con Gaby Ferrero y Eugenia Alonso), “La Mujer Puerca” (y un demoledor tour de forcé de Valeria Lois), el dream team de actrices en “Almas Ardientes” (con Mirta Busnelli, Maricel Álvarez, Analía Couceyro y María Onetto entre otras) y la brillante “Todas las Canciones de Amor” con un extraordinario trabajo de Marilú Marini.

Loza ama sumergirse en cada uno de los recovecos del alma femenina y es por eso que “LA ENAMORADA” representaba, una vez más, la posibilidad de explorarla, en este caso, a través de los recuerdos.

Con un formato de unipersonal a modo confidencial, aparece en el escenario la única figura de Julieta Venegas, buscando la complicidad del espectador para desarrollar su relato.

Nos ha convocado, y en cierta forma estamos ahí porque ella lo necesita y lo permite, para que pueda desnudar sus vivencias y nos hable con sus sentimientos a flor de piel, a través de una narración en donde la palabra, ya sea en forma de monólogo catártico, ya sea en forma de canciones, toma un papel absolutamente preponderante.

Se van desgranando anécdotas, recuerdos y todo lo que se pretende contar es de fundamental importancia, pero hay algo en este artificio teatral, entre el texto de Loza y el decir de Julieta Venegas, que no termina de fusionarse y la magia queda a mitad de camino.

Por un lado, para un conocedor del universo femenino como es Loza, si bien el texto es delicioso, sensible y armonioso, lo que se plasma en escena no logra liberarse de cierta superficialidad y liviandad que no lo favorece.

La dramaturgia parece anclarse en una zona de confort donde el proceso de Loza que generalmente es muy preciso en la búsqueda de la palabra exacta para transmitir las sensaciones y engalanar sus textos, parece no haber sido trabajado con la misma profundidad para esta ocasión y es muy notorio que ciertas situaciones que plantea el texto, se resuelven en forma demasiado apresurada.

Ella quiere relatarnos su propia historia, la de esa familia con 14 hermanos de la cual ella es la hermana menor, y subraya con particular amor, el vínculo con su madre y con su hermano preferido, ambos ya fallecidos y de esa evocación, simple y sentida, el texto logra junto con la puesta visual de Johanna Wilhelm, momentos de una exquisita dulzura.

Ese trabajo con retroproyecciones de Wilheim (la misma de “El hombre que perdió su sombra” en el Cervantes) obnubila y deleita en un principio y, aunque luego se vuelve algo reiterativo, va acompañando y embelleciendo a los relatos que Venegas propone e hilvana delicadamente, para establecer un diálogo con su público confidente en donde visitará temas como los vínculos familiares, el amor fraternal, lo diferente, la infancia, las despedidas y la muerte.

Cacace dirige este unipersonal con precisión y logra una puesta estéticamente equilibrada pero el empeño que pone Venegas en salir airosa del desafío, hace que se la vea encorsetada y demasiado aferrada a ciertos mohines que reitera a lo largo de la obra, así como por momentos no degusta el texto con la precisión necesaria y acelera frases en las cuales se vuelve complicado comprenderle.

Por su estilo y su presencia en escena, logra transmitir la fragilidad y el mundo algo aniñado y pueril en el que se mueve su criatura, pero no logra la fuerza y los matices, esa cadencia que hubiese enriquecido al texto.

En general la propuesta tiene más forma que fondo y fundamentalmente e trabajo de Venegas hace gala de su simpatía y su ternura pero que no se apodera profundamente del alma de su personaje ni logra internalizar el conflicto a raíz del cual plantea en su necesidad de desahogo, de hacernos cómplices de su historia.

LA ENAMORADA” es una ceremonia privada entre público e interprete con una puesta que busca la complicidad de la escucha, del relato oral, el encantamiento que produce un cuento, una canción, esa música que nos va llevando por los territorios de los recuerdos.

Loza una vez más nos presenta el universo femenino en escena aunque esta vez, no ha contado con una actriz que pueda hacerse cargo de su compleja mirada, sus tonalidades y sus matices y el resultado, aunque muy digno, no se encuentra a la altura de los trabajos del binomio que hace junto a Cacace (director de la multipremiada y exitosa “Mi hijo sólo camina un poco más lento” “Parias” y la ya mencionada “El mar de noche”).


LA ENAMORADA

★ ★ ★ ★ ★ ★ ✩ ✩ ✩ ✩

Dramaturgia. Santiago LOZA
Dirección: Guillermo CACACE
Con Julieta VENEGAS
Canciones: Julieta VENEGAS y Santiago LOZA
Diseño de Escenografía: Johanna WILHEIM
Diseño de Luces: Matías SENDON

TEATRO EL PICADERO – Pasaje Discépolo 1857 – Jueves 20.45 hs / Viernes 22.15 hs


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