TEATRO: Crítica de «SIGLO DE ORO TRANS»

Por Sergio Misuraca

Doña Juana, noble pero pobre, ha sido abandonada por su prometido Don Martín, quien se fue, por recomendación de su padre, a Madrid a conquistar a Doña Inés, otra noble pero rica. Para no levantar sospechas se ha puesto un nombre falso, Don Gil de Albornoz. En venganza de ello, Juana viaja a Madrid, se hace pasar por hombre, llamado también Gil, pero vestido de calzas verdes. Su misión será conquistar a Doña Inés y desarmar el plan matrimonial de su ambicioso novio.

Pero acá no termina la historia, sino más bien, comienza otra, porque Juana, mujer primero, hombre después, también se hará pasar por mujer de nuevo, bajo el nombre Elvira con el fin de convencer a Doña Inés que ha sido abandonada por un tal Miguel, que se hace pasar por Don Gil de Albornoz. En todo este embrollo, Don Gil de las calzas verdes, que es Juana y también Elvira, será el pretendiente no sólo de Doña Inés, sino también de su prima Clara.
Si todo este entuerto los marea, queridos lectores, entonces bien logrado está el cometido porque esta obra bien se trata de una comedia de enredos, saineteada.

La versión libre de Don Gil de las Calzas Verdes, de Tirso de Molina, adaptada y deconstruida por Gonzalo Demaría y dirigida por Pablo Maritano, es una obra de arte en sí misma. No sólo por la puesta altamente estética que plantea el diseño escenográfico minimalista y moderno de Mariana Tirantte en contraste y rebeldía con el diseño clásico y elegante de vestuario de María Emilia Tambutti, digno de las puestas de los grandes teatros, sino también por el resignificado que le otorgan a la obra en materia de ideología de género.

Todas las actuaciones brillan por su versatilidad, su ritmo siempre a tempo, su plasticidad en un texto por demás complejo de memorizar y como si esto fuera poco, también por su talento musical.

Cada acto nos sorprende con un coro de voces, castañuelas, y cuerdas, dignos de la lírica, liderado por Iván García, representando la Locura. En las transiciones de escenas los personajes se desvanecen como el oleo cuando se mezcla en una pintura.

Deseo destacar a sus protagonistas, la actriz Payuca del Pueblo, en su papel de Juana, Don Gil de las calzas verdes y Doña Elvira, cuya transformación nos educa, nos interpela y nos enfrenta con nuestros propios prejuicios. Doña Ana, interpretada por la talentosa Maiamar Abrodos, cuya presencia escénica, sus movimientos y su proyección, cautivan y no permiten olvidarla. Roberto Peloni, al que ya lo he visto en muchas oportunidades, nunca defrauda, ha nacido comerse para comerse el escenario y esta vez, en un personaje que está hecho a su medida, Martín o tal vez Don Gil, el más gil de todos. Monina Bonelli, en su papel de Doña Inés, se luce por su frescura, su espontaneidad y la ingenuidad de quien es utilizada como objeto deseado.
Es de las pocas obras de teatro en cartelera que muestra el talento de artistas trans sin estereotipar el género, dejando que sus protagonistas sean libres en la interpretación y en la representación de los personajes. Quien se siente mujer es mujer y esa es su naturaleza escénica, quien se siente hombre es hombre, sin necesidad de explicar nada, y quien se siente libre, pues así es, porque quién mucho pregunta, poco le importan las personas, sólo poner etiquetas.

Siglo de oro trans ha terminado su paso por el Teatro de la Ribera, despidiéndose de la Boca a sala llena, pero más pronto que tarde, volverá a ocupar nuevos espacios.

9 de 10

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