TEATRO: Crítica de «TEORÍA KING KONG»

Por Sergio Héctor Misuraca

La teoría King Kong es un clásico dentro de la literatura feminista que atraviesa al lector interpelándolo sobre la sexualidad, los géneros, la discriminación, los prejuicios sociales, la pornografía, el rol de la mujer, el rol del hombre, las distintas versiones del machismo, la prostitución y la mirada impuesta por una cultura que resiste dentro de un sistema patriarcal y opresor. El texto de Virginia Despentes no es una proclama política ni mucho menos académica. Es el descargo de una mujer que da a conocer con humor, valentía e inteligencia, sus experiencias como mujer, convirtiéndose en un verdadero manifiesto que invita a las mujeres a no hacer más concesiones a la demanda machista y emprender un camino propio y libre.

La versión teatral que propone Alejandro Maci en el teatro Cervantes consiste en tres espectáculos independientes, pero que se encuentran relacionados. Andrea Bonelli, Mercedes Morán y Soledad Silveyra son las actrices elegidas para realizar un recorrido breve por el texto brillante de Despentes.
En la función del sábado 15 me tocó presenciar la “interpretación” de Mercedes Morán. Lamento, estimados lectores, no poder hablar de teatro, esta vez. No por la intervención de la actriz, que es talentosa hasta para leer, sino porque la propuesta que nos trae Maci, durante la trilogía del Cervantes, es simplemente que nos sentemos a escuchar a una actriz leyendo partes del libro.

Mercedes Morán, sin dudas, le pone fuerza e intención al texto, y logra incluso, sacarnos una sonrisa en aquellas estrofas tan bien escritas con humor, acidez e ironía. Pero no hay durante los 45 minutos de la función nada que se parezca a un hecho teatral.

El teatro leído es un formato antiguo que tiene sentido cuando se lo justifica dentro del contexto escénico.
Pero si vamos a utilizar un texto tan rico como el de Despentes, en este momento tan importante de la lucha del feminismo, sería interesante que la propuesta fuese mucho más que escuchar una buena lectura del texto. En un espacio como el Teatro Nacional Cervantes, todo parece sobrar: el sillón, el escenario, la proyección, que pasa las mismas imágenes durante toda la obra, un sombrero, que la actriz se ve obligada a usar en algún momento para justificarlo en la escena y el público, porque mejor hubiese sido un audiolibro o un podcast que estar sentado, esperando que algo suceda con los cuerpos, con el actor respecto al texto o con el personaje que nunca existió.

Podrían haber elegido generar un personaje, que pudiera interactuar con el texto, mientras lo leía, incluso desde lugares antagónicos, podrían haber dejado que el personaje se apropiara del texto, como si fuese la escritora, como si fuese una lectora a la que le pasan cosas con lo que lee, como si fuesen todas las mujeres y todos los hombres en una sola, podrían haber hecho muchas cosas, pero no quisieron. A cambio, tenemos algo que suena más a oportunismo y a pereza creativa, como si el verano y el calor, nos quitara ganas de esforzarnos por miedo a transpirar la camiseta.

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