TEATRO: Reseña de ‘EL JUEGO DE LA SILLA’

Por Matías Vitali

Sábado a las 22.30 h. en el teatro El Tinglado (Mario Bravo 948) es la cita indispensable para encontrarse con un texto maravilloso de gran recorrido en nuestra escena nacional y una puesta que hace honor a su dramaturgia. 

La historia gira en torno a la visita fugaz de Víctor, el hijo mayor que está radicado en Canadá y que volverá apenas por un día a visitar a su familia. El tiempo comienza a tensar los deseos, frustraciones y miedos de esta familia que hará presión y fuerza bruta para que todo lo que tenga que suceder suceda. Los rituales de un típico domingo de una familia de clase media deben cumplirse todos en un corto lapso de tiempo independientemente de cómo se sienta el agasajado. En este sentido, el relato irá conduciéndose lentamente hacia un inevitable estallido en esa olla a presión que no da para más.  

La bienvenida de Víctor colisiona constantemente con la despedida de éste. Ese es uno de los grandes y tantos aciertos de esta obra. La alegría del recibimiento corrompida por la nostalgia, la carencia y la partida. Esta dinámica es uno de los movimientos escénicos más importantes para descifrar la clave de esta puesta. Los personajes en su confusión de sentimientos dan riendas sueltas a su pulsión posesiva sin importar las consecuencias. Para ello, la obra requiere de una precisión por parte de los actores que está muy ajustada y amalgamada al todo como un sistema de relojería. Esta respuesta al sistema formal que necesita la obra no impide que cada actor desarrolle su personaje también en lo individual. La autora es generosa con sus criaturas y le otorga a cada uno su momento especial y de lucimiento, y sin que esto se vuelva previsible, ya que es destacable el fluir de la acción de esta pieza, y cómo se van instalando de manera inesperada los diferentes momentos y climas.

El trazado y delineado de los personajes está muy bien conducido por el director Mauro J. Pérez quien logra un cuadro pictórico de esta familia a través de su puesta en escena. Dota a cada uno de los intérpretes de recursos para que cobren vida y para que se puedan diferenciar unos de otros. El eje central que funciona como personaje conductor de la acción es el de la madre, en una impecable composición de Graciela Pafundi, quien muestra todos los matices de un rol familiar con el que uno se puede identificar muy fácilmente. Despierta risas desde sus primeras intervenciones, y lleva al espectador hacia la emoción con la misma soltura. Se mueve en la escena como pez en el agua. Su contraparte escénica, Víctor, encarnado por Miguel Sorrentino, lleva adelante con pulcritud a este hijo abrumado y desconcertado aportando comicidad desde otro registro y trabajando muy bien la acumulación de la tensión. 

El resto del elenco se compone por Ana Balduini en el rol de la hija menor, que carga con todas las expectativas que sus hermanos mayores no pudieron cumplir y que tiene un momento individual que es de los mas hilarantes de toda la pieza. La hermana del medio está a cargo de Gaby Julis, actriz que demuestra muchísimos recursos actorales para componer su personaje y para hacerlo oscilar entre la ternura y el delirio sin problemas. Su sublime escena con la guitarra es excelente. El resto del cuadro familiar lo compone el otro varón del seno familiar, quien pareciera estar escapando constantemente sin éxito de la presión y el mandato familiar. Es destacable la simpleza con la que Sebastián Tornamira construye un personaje que tiene varias aristas y cómo se halla siempre inmerso en algún tipo de juego escénico. Por otro lado, tenemos a Julieta Correa Saffi que destaca con su actuación con esa “persona que ayuda” en la casa. Su energía siempre es la exacta, su color dramático es contundente y preciso. Incluso en el absurdo con el que coquetea su personaje no pierde verosimilitud. 

Un guiño aparte merece la composición musical, creada hermosamente por Pablo Viotti, que acompaña en vivo con momentos acertados. Su intervención en la puesta es clave para terminar de redondear el concepto y el tono general. Viotti aporta una visión tierna, inocente y emotiva a la historia. La propuesta visual y la estética en general de la obra son atractivas y acompañan perfecto las ideas de espacialidad y época de la puesta en escena. 

El director hace que cada momento se vaya sucediendo con muchísima fluidez, haciendo pasar el tiempo muy rápido y deseando que la pieza no termine. Tal vez, el punto menos firme de esta obra tenga que ver con su final. Todo se conduce con precisión hacia un esperado clímax que resulta excelente a nivel interpretativo, pero la promesa y la expectativa que deja ese momento queda algo en deuda con su posterior desenlace. Algo no termina de suceder ni de acoplarse a lo que se supo acumular. No obstante, esto no logra inclinar la balanza hacia lo negativo y en general, uno está ante la presencia de un material que logra ser profundo a pesar de la aparente sencillez de su premisa, que está ejecutado con mucha claridad por parte de todo el equipo y que invita irresistiblemente a la carcajada y a la reflexión. ¡Más que recomendable!

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