TEATRO: Reseña de ‘HEATHERS, el musical’

Por: Matias Vitali
Fotos: Catalina Serrano

Lo primero que percibí y me pregunté fue por qué será que hay tanto Hype alrededor de esta obra. Qué tiene este material que inspira a tantos fanáticos. Es realmente llamativo, pues el hall del Teatro Opera en la función especial de prensa, se transformó en una fiesta que reunía a fanáticos, cosplayers, y personas ansiosas de presenciar este hecho artístico.

Luego de terminada la obra, apenas comprendí las razones, pero aún más preguntas se me dispararon. Heathers, el musical es una versión libre (y acaso mejorada) de una película que no tuvo tanta resonancia en su momento, pero que marcó un antes y un después en el género cinematográfico que se ocuparía de retratar las peripecias estudiantiles de la secundaria y las relaciones entre adolescentes. Dicha cinta homónima está protagonizada por una jovencísima Winona Ryder y Christian Slater, y aborda con humor negro todas esas temáticas con las que se asocia a las adolescencias. Y lo mismo ocurre con esta versión musical: Suicido, bullying, adicciones, homicidio, divinas vs populares (dixit), relaciones toxicas, etc. Temas demasiado importantes que aparecen expuestos pero que no logran profundizarse luego.

La premisa es clásica, pero da un giro inesperado con el que el musical pasa de ser un clishé
predecible a un espectáculo que va elevando la vara a medida que avanza: La chica impopular debe sobrevivir a las desventuras del último año del secundario y sobre todo a las Heathers, una suerte de trinidad cruel de chicas hegemónicas que va por los pasillos de la escuela haciéndole la vida imposible a todos. Pero esta chica, encarnada por una genial Julia Tozzi, decide aliarse a ellas para dicha supervivencia, y en un acto desafortunado termina asesinando a la líder de aquel trio. Esto desencadenará un efecto domino que desembocará en una espiral de acción trepidante y de situaciones tanto hilarantes como tremendas. El resto es sabido, pues por alguna misteriosa razón que desconocemos, la historia de esta obra la conoce todo el mundo, a pesar de nunca antes haberla visto (Es la primera vez que se estrena en nuestro país, luego de un impresionante éxito en Londres y New York).

Las actuaciones son funcionales a la propuesta y el punto elevado de la obra. Realmente se
percibe que el casting ha sido exigente (Y federal, pues se llevó a cabo en varios rincones de
Argentina), pues es notable la calidad vocal, interpretativa y física del elenco. Las canciones
pegadizas y muy bellas con una banda en vivo deslumbrante. Las coreografías impecables y
vistosas. Ni hablar de la escenografía que es destacable por equilibrar tan bien su uso práctico y funcional con lo pictórico que apoya al relato. Por momentos, se nota un abuso de escenas despojadas sucediendo en el proscenio. Estas pierden espectacularidad, pero sin ganar tampoco por ello intimidad. El diseño de luces aprovecha al máximo la capacidad técnica del teatro y es alucinante. Sin embargo, algo del diseño olvidó a la parte superior de la platea (superpullman). En demasiadas ocasiones se hacia uso de un contra luz potente que nos enceguecía a los espectadores, y que además de causar fatiga, arruinaba momentos como el solo de Martha (un hito en el arco narrativo). Es importante que la puesta tenga en cuenta a los espectadores que no gozan del privilegio de acceder a una entrada de ubicación en la platea principal, y que funcione también para los que se ubican en las más económicas (Entrada que de por sí es demasiado costosa, aunque el musical lo valga).

De todos modos, la puesta en escena a cargo de Fer Dente es muy buena y la dirección logra articular todos los elementos para que esta historia resulte más que llevadera, entretenida, espectacular, virtuosa y emocionante. No hay momentos aburridos, no hay tedio por su duración, el ritmo jamás decae y cada cuadro mejora y sorprende en relación al anterior. Todo fluye orgánicamente. Cabe decir, no obstante, que una falencia de la dirección se hace evidente cuando en las escenas grupales, no se logra identificar a los interlocutores. Todos los personajes por supuesto usan micrófono, pero tienen una voz similar (no hay una propuesta de diferenciarlos desde lo vocal), las luces seguidoras no dan abasto, y no hay manera de dilucidar quienes son los que están llevando adelante el discurso. Esto genera confusión, un poco de desorden y desconcentración porque no se sabe quién es que está hablando ni en qué parte de ese enorme espacio se ubica. Pero todas estas singularidades que mencionamos no opacan le ejecución general.

De todo este análisis no logro resolver qué hace tan especial a esta historia. Me pregunto si
estos personajes son algo con lo que el adolescente de hoy se pueda identificar. También me hace cuestionar qué nos hace ser tan consumidores de una cultura que no nos representa. El texto actualiza la jerga “aporteñándola”, utiliza un lenguaje cercano y se aprecia un gran trabajo de adaptación. La pregunta es por qué no se adaptan esos elementos que nos son tan ajenos. ¿Cuántas escuelas secundarias tienen el típico locker y gimnasio donde transcurre la acción? ¿Cuán común es hablar sobre el “capitán del equipo” y contar con porristas en nuestros colegios? ¿Qué es lo que hace que, siento tan ajeno, Heathers atraiga tanto?

Será acaso la espectacularidad de sus escenas o el despampanante despliegue. Pero, sobre
todo, me aventuro a conjeturar que se debe a la oscuridad del libro, lo irreverente del
tratamiento de sus temáticas, el reírse de lo trascendente como la vida y la muerte, el reflejo negro de un futuro incierto. A lo mejor sea ese retrato sobre el dolor que implica crecer lo que más identifica a nuestras adolescencias. Realmente, no lo sé. Sí sé que estamos ante un fenómeno de culto, y que estará en el Teatro Opera ofreciendo varias funciones más para descubrirlo.


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