Por Matías Vitali
Los sábados a las 21 h. en el nuevo espacio Área 623 (Pasco 623) se da función de la obra Pampa Escarlata. Escrita y dirigida por Julián Cnochaert quien, por cierto, ganó el Premio Óperas Primas del Centro Cultural Rojas por dicha pieza. La obra resulta en un material de una potencia arrasadora, excelentemente actuada, y que atrapa desde que se enciende la luz para nunca soltar.
La historia gira en torno a los desafíos creativos de Mildred Barren, una joven artista de la campiña inglesa que ya no tiene nada nuevo que ofrecer en sus pinturas y que, interpelada por su exigente y célebre maestro Woodcock, cae en una profunda depresión. Para su salvación, su criada, una argentina llamada Isidra le ofrece un misterioso brebaje que es el secreto de su pueblo en su tierra natal.
A partir de ese episodio es que se empieza a tejer, con cierto suspenso cinematográfico, la tragedia inevitable. La pócima resulta tan efectiva que Mildred se sumerge en un febril estado creativo capaz de reflejar en el lienzo pasiones oscuras, ajenas y desconocidas que la elevan como artista. Todo continúa con el despertar de la obsesión de esta joven que es capaz de todo con tal de conseguir el secreto ancestral de ese brebaje, y por el cual comienza a desarrollar una peligrosa y extrema adicción. Entonces todo se sale de control. Es para destacar como ese descontrol no solo se da en la narrativa o en las acciones perversas de los personajes, si no que se manifiesta en los cambios del lenguaje que va adquiriendo otra forma. Uno de los tantos aciertos dramatúrgicos del autor.
La idea de civilización y barbarie comienza a desarrollarse en la mente de los espectadores. El sometimiento, la esclavitud y las humillaciones empiezan a abrir una vieja herida de nuestra historia. En este punto resulta inevitable pensar en hechos trágicos y bélicos de nuestro pasado argentino como, por ejemplo, la campaña del desierto o la guerra de la triple alianza. Es que a estas alturas de la obra todo se transforma en un provocador símbolo y metáfora que obliga a generar asociaciones y reflexión. Cómo se desarrolla la trama y su desenlace lo vamos a mantener en secreto, incluso a pedido del programa de mano del espectáculo. Pero no podríamos pensar en un mejor final que el que la obra tiene, con un guiño metafórico más que interesante y que deja pensando, sobre todo, en el conflicto de la apropiación cultural.
La puesta, a cargo del mismo autor, ordena de manera clara el relato valiéndose de una configuración del espacio sencilla pero astuta, con artilugios y efectos muy bien pensados. La escenografía y el vestuario en ese sentido son muy ilustrativos y funcionales. El director recicla teorías escénicas que lo hacen coquetear con la tesis de Brecht construyendo un extrañamiento o distanciamiento que todo el tiempo refuerza positivamente el artificio ficcional. Aquello produce una libertad sorprendente para que los intérpretes desplieguen infinidad de recursos expresivos, plásticos, físicos y vocales, para darle juego y originalidad a esos textos tan llenos de potencia literaria.
El trabajo de Lucía Adúriz como Mildred es espectacular. Capaz de doblegarse y replegarse en si misma en formas y energías que parecen imposibles, una especie de Linda Blair poseída pero de la campiña inglesa. Carolina LLargues compone una potente y vengadora Isidra a la perfección, huyendo con éxito del estereotipo al que se podría caer con su personaje. Por su parte, Pablo Bronstein genera con su actuación todo aquello que tiene que provocar su refinado y cruel maestro de arte, generando momentos de mucha comicidad y virtuosismo gestual. En ese lenguaje actoral, que tan bien supieron construir y amalgamar todos, se desarrolla el drama, que no deja de ser comedia y viceversa. La obra es un juego y entrecruce de estilos y géneros. La musicalización y la ambientación lumínica de algunos momentos terminan de pintar el cuadro de esta puesta pictórica.
La suma de una muy buena dirección, un texto tan literario como teatral, y un delicioso y equilibrado trabajo actoral de parte de todo el elenco, hace de Pampa Escarlata un espectáculo que no se resiste a la risa, ni a la reflexión, y que es absolutamente recomendable.
9 de 10