Por Matias Vitali
Los viernes a las 20:30 hs el Teatro Beckett (Guardia Vieja 3556. CABA) ofrece en su programación un unipersonal grotesco que cautiva desde el inicio y que no suelta al espectador hasta su bellísimo final. Se trata de V.H.S.
Nicolas Capristo, quien también es el protagonista de esta pieza, escribió esta dramaturgia que destaca por su fluidez y su sorpresa constante. La historia nos sumerge en la vida de una persona que disfruta de consumir películas en formato vhs y de coleccionarlas. Su pasado y sus traumas dejaron heridas que el relato nos irá mostrando mientras va vinculando todo lo que le acontece con sus héroes de ficción. Como una Alicia cayendo por el agujero, la narración se hace carne y en un viaje casi lisérgico iremos descubriendo lo que hace que el personaje viva en las condiciones en las que lo hace. El texto es muy llevadero, contiene ingeniosos procedimientos y su estructura está muy bien ocultada, lo que hace que cada momento despierte la sorpresa y se transite desde el asombro.
La puesta en escena es muy bella, plagada de guiños y simbolismos, y dialoga a la perfección con toda la propuesta integral estética, siendo éste uno de los puntos fuertes del espectáculo: lo visual. El trabajo sobre la plástica de los objetos, utilería y escenografía es impecable y emociona cuando la interpretación de Capristo se encarna junto a ellos. La performance del actor es especial y cálida. Maneja muy bien los tiempos escénicos y se entrega en formas y expresiones físicas y vocales que elevan la calidad del acontecimiento teatral. Logra componer un personaje alegre y trágico, lleno de marcas dolorosas que se compra al espectador desde la ternura absoluta. Esta creación despierta en el público una empatía que es necesaria para llegar al fondo de la temática que aborda.
A pesar de que algunos momentos puedan resultar un poco largos, la dirección de Tomás Soko se las ingenia para que esto no se vea reflejado en el ritmo general de la obra, que tiene la particularidad de atrapar desde el primer artilugio escénico hasta el último. Esto lo logra empleando recursos lumínicos, sonoros, y abstractos que construyen climas verdaderamente inquietantes.
Hay que destacar una labor maravillosa que es la de la composición musical de Malena Caporaletti. Realmente impresionante ese trabajo que es la otra dramaturgia indispensable que completa la pieza.
Los prejuicios que el espectador medio pueda tener sobre los unipersonales con este espectáculo quedan anulados. Es una obra por demás divertida, tierna, emocionante, muy bien interpretada y que regala bellísimos momentos que son fotografías mentales que uno se llevará para siempre.