Por Matias Vitali
‘Zona de interés’ es la nueva película de Jonathan Glazer. Otra obra de este cineasta que rompe y juega experimentando en la forma audiovisual, abordando uno de los temas más traumáticos de la historia de la humanidad.
Rudolf Hoss y su familia viven en un entorno idílico. Una casa enorme, un jardín envidiable con piscina, muelle propio con salida al río, etc. Todo es hermoso excepto por el detalle de que detrás de los muros de su casa se halla el campo de concentración de Auschwitz. Es que Hoss es el mismísimo director de aquel campo de exterminio Nazi.
La película, a pesar de implantar muchas pistas y piezas a completar, no irá mucho más allá del retrato de esa familia, sus hábitos, costumbres, rutinas y estilo de vida. La narración querrá avanzar hacia otros lugares conforme pasen los dos primeros actos, pero no brillará por la presencia de una gran trama. De hecho, todo lo contrario, el guion y su magnifica puesta en escena nos quiere aburrir (quiero creer yo) a propósito. Juega a construir una tensión completamente desde otro lugar, y ese es el valor principal de este material. La originalidad con la que aborda un tema harto transitado, y su enfoque puesto en el horror de la banalidad.
Desde el mismísimo comienzo, polémico para algunos, excelente para mí, la propuesta pretende ser clara: La película romperá ciertas formas, intentará provocar la paciencia del espectador, y desesperará a cualquier costo, así tenga que renunciar a efectos dramáticos tradicionales o a estructuras narrativas más convencionales. Ese inicio de cinco minutos de pantalla negra funciona como una perfecta advertencia de lo que va a ocurrir: ¡No podremos ver! Todo este universo creado tiene que ver con lo que no podemos observar. Y allí está el alma y el corazón de este film, en el desplazar las imágenes a nuestra mente, a aquellas que pueda producir nuestra imaginación estimulada por un excelente diseño sonoro —recurso que considero como lo más logrado.
Y funciona. Es inquietante y asfixiante saber lo que está ocurriendo detrás de esos muros mientras la vida familiar sigue ocurriendo con horrífica normalidad. Un perfecto contraste entre lo que oímos y lo que vemos, que es una vida rutinaria, banal y trivial. El juego de esas banalidades es constante: escenas eternas cuyos diálogos no son más que un inventario de todas las plantas del jardín, o secuencias donde podemos ver a Hoss simplemente desplazándose por toda la casa para apagar las luces antes de dormir. La puesta en escena juega a esconder, pero a dejar en evidencia. Juega a ser banal, pero a lograr profundidad. Un baile de contrastes y claroscuros. Hay escenas en negativo, silencios prolongados, pantallas negras y rojas, todo es una provocación a nuestra mirada cómoda de espectadores. La forma en la que está filmada se asemeja mucho a las formas que consumimos de algunos realitys shows, donde todo lo que vemos es la vida de un puñado de personas en una casa y sus cotidianos sucesos.
Las actuaciones son hiper realistas, cotidianas, sublimes. Nos dejan adivinar más de lo que muestran. No hay interpretaciones descollantes, porque la película carece de escenas que lo permitan. No obstante, algunos momentos de ciertas discusiones de pareja dejan ver la maestría actoral de Sandra Huller. Está muy bien logrado el cinismo, y la condición apática de la maldad. Indignación causan esas escenas en las que se reparten la ropa de los judíos concentrados, o en la que vemos cómo utilizan las cenizas de gente calcinada para abonar la tierra del jardín.
El último acto es lo menos interesante y logrado. Un final tan polémico como su inicio, que deja gusto a poco, y a pesar de que recordaré esos últimos cinco minutos, no considero que esté a la altura de todo lo demás. Zona de interés es una película cuya búsqueda estética se agradece en tiempos de reproducción de moldes, de guiones prefabricados, y de puestas en escena demasiado explotadas. Hay todavía mucho que descubrir en el cine, y materiales como estos son prueba de ello.
Es un material que podrá ser una masturbación intelectual para aquellas personas que disfrutan de haber entendido más que otros y que obtienen placer desentrañando las intenciones del director o alimentándose de valorar lo diferente, pero que definitivamente no va a gustar a muchas personas. Es que en su aventura experimental y estética no logra un equilibrio entre las intenciones de sus formas y un elemento clave: el entretenimiento. La fragilidad de este último es, quizás, el precio que paga la película para ser tan buena.