Por Matias Vitali
Un vodevil musical en un escenario del circuito teatral alternativo es una propuesta intrigante. Uno imagina musicales “de cámara” más pequeños, apelando a lo intimista, o jugando con el despojo. Pero es una grata sorpresa saber que los domingos a las 20 hs en El Galpón de Guevara se lleva a cabo un musical de esos que uno esperaría ver en calle corrientes. Y no tiene nada que envidiarle a esas propuestas, por el contrario, tiene mucho que enseñarles.
La dramaturgia, creación colectiva, está a cargo del mismo elenco de actores y actrices: Belén Amadio, Julieta Molina, Renato Pinto, Agustina Quaglia, Joaquín Scotta, Clara Suárez y Micaela Vargas. La misma, a través de un perfecto equilibrio entre texto y canciones, nos cuenta la historia de un consorcio integrado por infaltables personalidades variopintas que van desde la inocencia, el sometimiento hasta la corrupción y la perversión. Verónica, que intenta salir de un engaño amoroso, es acorralada por este consorcio con el fin de que desaloje rápidamente la propiedad. Para poder salir ilesa de esa situación se le ocurre la idea de asumir la identidad de su ex y engañar a todos sus vecinos. Como podremos imaginar, y bien fiel a la comedia de puertas del vodevil, todo deviene en equívocos, situaciones hilarantes y confusiones varias.
Los personajes están muy bien definidos, arquetipos que coquetean con el estereotipo pero que, por fortuna, no terminan de serlo. Las interpretaciones son excelentes. Cada uno con un juego claro, y algo a destacar con énfasis es que el pasaje entre voz hablada y cantada es perfecto, orgánico y atinado. El verosímil de lo musical está muy bien sustentado en convenciones precisas y claras. Los personajes no abandonan su composición a la hora de cantar, y lo hacen sin dejar de actuar. Lamentablemente esto no ocurre muy frecuentemente en la escena musical y pocas veces es resuelto con éxito. En esta propuesta se nota la dirección actoral de Rubén Viani, y es uno de los puntos fuertes de la pieza.
Cada vez que uno piensa que la obra irá a caer en algún lugar común del género, sorprende y da un giro con identidad propia. La misma dramaturgia y letra de las canciones de encarga de desolemnizar y de darle una vuelta de tuerca a la insistente y caprichosa historia romántica de todo musical. Aquí el romance tampoco falta, pero se instala y desarrolla de manera ingeniosa y original.
La puesta en escena es hermosa y dinámica. La iluminación acompaña muy bien cada momento. Los vestuarios están muy bien diseñados y producidos. La escenografía merece una mención aparte, porque es gran parte de la responsable de generar una gran espectacularidad sin ser excesivamente enorme. Dispositivos de puertas muy funcionales que colaboran en generar ritmo y dinamismo y un decorado que aporta mucho y enmarca la acción. La composición musical de Juan Pablo Schapira y Joaquín Scotta es excelente, muy entretenida, pegadiza y acorde a lo que ocurre escénicamente, no está alienada de la propuesta estética general como ocurre con otras producciones.
En fin, una propuesta muy recomendable para pasar un momento más que agradable, potente, por demás divertida, que despierta carcajadas, que moviliza internamente y que tiene mucho que enseñarles a otras grandes producciones del llamado “circuito comercial”.