TEATRO: Reseña de ‘No te vayas con amor o sin él’

Por Matias Vitali

La dialéctica amo-esclavo siempre es un tema interesante de reflexión, sobre todo porque es un tema que dialoga inexorablemente con nuestro presente (No importa cuando leas esto). Pero es especialmente atractivo sumergirse en el análisis si la temática está abordada por la particular dramaturgia de Norman Briski, tan asfixiante, fragmentada, de poética abstracta por momentos y por otros de una crudeza tan concreta que duele. Es el caso de No te vayas con amor o sin él. Un homenaje a la neurosis, la contradicción y la histeria, pero enmarcado en un relato de despotismo y de lucha de poderes. 

La trama gira en torno a la señora de la casa que padece de limitaciones físicas que la obligan a depender de su Mucama. La dinámica entre ellas es clara: una orden, obediencia, y a escuchar la radio un ratito, acaso el único vínculo con el mundo exterior. Pero todo lo perverso se pone en crisis y se agrava cuando la mucama anuncia que conoció a un hombre con el cual se irá de viaje. Entonces todo se profundiza y se enloquece, tornándose cada vez más oscuro y tétrico.

La obra está muy bien planteada en general, pero destaca en dos aspectos sustanciosos de su abordaje. El primero, y fundamental, las actuaciones: Julieta Beaufays y Romina Seguí hacen una labor descollante. Ambas, poderosas, expandidas y gigantes en el escenario. Despliegan inagotables recursos corporales y vocales que llenan de matices y sorpresas justo antes de que dichos recursos se agoten. Dignas de premiación, juntas complotan escénicamente con una química poco frecuente, estallando las interpretaciones en múltiples metáforas. Acertadísima la decisión de la directora Daniela Rizzo de poner el foco en la poética del cuerpo, en procedimientos brechtianos y en la biomecánica de Meyerhold. Un gran manejo del artificio apoyado en mecánicas repeticiones, sonidos simbólicos y en la adopción animal de la forma. 

Otro aspecto verdaderamente destacable es el del diseño de luces a cargo de Miguel Solowej. La iluminación es una de las grandes responsables, junto a la exquisita música de Pablo Bronzini, de generar atmosferas densas y sugerentes a través de los distintos usos que se le da. Realmente es un deleite a los sentidos lo que ocurre visualmente. Una explotación de mínimos recursos que logra grandes resultados. 

En términos de puesta en escena está muy bien aprovechado el juego escénico con los elementos de los que se vale para construir situaciones pictóricas bellas, misteriosas y salvajes. Es una puesta muy fotogénica, en el sentido de que cada momento es una foto que permanece en la retina un buen rato. A veces da la sensación de que algunas decisiones espaciales no parecen acomodarse a las posibilidades de la sala. Como, por ejemplo, la ubicación de su gran velador, que literalmente interfiere en el campo visual de algunos espectadores. Sin embargo, el resultado general no deja de apreciarse. 

La obra es un tesoro que merece ser descubierto por la mayor cantidad de personas porque estamos ante una dramaturgia excelsa, interpretada de manera magistral por sus actrices, llena de matices, humor y que, sin caer en solemnidades, invita una vez más a repensar el callejón sin salida de la lucha de poder, la paradoja angustiante que no tiene solución. Ir al Vera Vera (Vera 108) los sábados a las 20.30 hs. es una obligación si queremos ver teatro del bueno. 

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