Por Matías Vitali
Inspirada en la vida de Judy Garland nace esta obra que es biográfica, pero que bien podría ser la historia de tantas otras infancias obligadas a trabajar y/o a mantenerse en los estándares de una industria perversa.
Proyecto Garland está escrita por su protagonista Marina Munilla y por Gerardo Grillea, quien también se hace cargo de la dirección. El elenco se completa con Gastón Biagioni y Leonardo Murúa. Los domingos a las 20 h en NoAvestruz, Humboldt 1857.
La obra es un viaje etílico por esa tortuosa y desesperada travesía que va desde el nacimiento de una estrella hasta su ocaso. De manera fragmentada y desordenada, las piezas de la vida de Judy Garland van configurando un entramado de abusos, excesos, desamores y auxilios desoídos. Al principio, creeríamos estar ante un astro hollywoodense más cuya fábrica de hacer éxitos la empuja a la adicción, pero lentamente la obra nos irá revelando las máscaras que esconden a los verdaderos responsables de ese factor que arruinó su vida.
Con un ir y venir en saltos temporales, a través de voces que como fantasmas se hacen presentes en su ausencia, y con una logradísima puesta en escena, la obra nos acerca a la ansiedad, el ahogo, la multiplicidad de estímulos, y nos invita a un viaje de emociones que prioriza la experiencia sensorial por sobre la cognitiva. Razón por la cual puede ser una buena idea interiorizarse brevemente sobre la vida de Judy antes de ver el espectáculo para poder disfrutar más de esa hermosa historia presentada entre fragmentos.
El espacio, cautivante y lúdico, promete que cada uno de estos fragmentos sea contado a través de propuestas que ponen énfasis en lo pictórico y estético, que sitúan a los personajes en situaciones a veces surrealistas, a veces descarnadas. Y la promesa se cumple, pues lo que vemos es un dinámico juego entre una imagen y otra. Hay canciones, hay coreografías, arte visual y sonoro, hay silencios y hay gritos. Todo está ideado para que prime el juego corporal y físico. Todo está contado y atravesado desde por y para el cuerpo. Y eso es algo que se agradece, en un circuito teatral cuya estética predominante es la del realismo de historias sucediendo en el living de una casa.
Las interpretaciones son, sin embargo, las verdaderas protagonistas de este espectáculo. Es descomunal el trabajo de Marina Munilla como Judy. Su cuerpo, extrañado, afectado y emocionado se luce en cada una de las escenas. Sus capacidades físicas contribuyen a la verosimilitud del personaje, y la potencia y color de su voz cantada valen por sí misma la experiencia. Maneja al personaje como quiere, valiéndose de múltiples recursos, y puede ir y venir de un código a otro, como una verdadera malabarista de la actuación. El elenco masculino acompaña más que bien, aportando el contrapeso necesario para que la historia tenga un sentido y no sea un simple derroche de talento.
Es destacable el diseño de iluminación que logra climas e imágenes que perduran en la retina una vez desvanecidas. Por momentos, la luz abarca un poco de más y contribuye a cierta dispersión que desenfoca la atención, pero cada movimiento y desplazamiento está tan medido y cuidado que no logra ser un verdadero problema. De hecho, algunas imprecisiones que pudieran manifestarse, o situaciones confusas sobre los instantes finales que a lo mejor pierden cierta potencia, no entorpecen ni logran empañar el resultado integral. La obra es un todo maravilloso que invita a la indignación y posterior reflexión. Es muy difícil no empatizar con Garland y comprender la desdicha desde su inocencia. La emoción en los ojos de los espectadores así lo atestigua.
Más que recomendable propuesta donde la calidad está garantizada por todas las aristas que componen al espectáculo.