Por Matías Vitali
Andrea Garrote es una actriz híper talentosa, multipremiada, de amplia trayectoria y, sobre todo, muy recordada por sus trabajos con la compañía El Patrón Vázquez que tenía a Rafael Spregelburd a la cabeza. Han trabajado juntos y por supuesto por separado, pero es evidente que cuando se juntan, esta dupla se potencia y hace dinamita teatral. No obstante, la impronta de Garrote en todo este trabajo es indiscutible. Desde su dramaturgia, la excelencia de esta apuesta, pasando por su autodirección, hasta llegar a su inmensa interpretación. Está a la vista que su magia está en cada detalle de esta creación, incluso al estar codirigida por su eterno compañero Rafael.
Pundonor es la historia de Claudia Pérez Espinosa, una profesora universitaria que después de extraños y traumáticos episodios que la mantuvieron al margen, regresa a dar clases con el objetivo de contagiar la pasión por el pensador francés Michel Foucault, en medio de miradas acusatorias, burlonas o de lástima por parte del alumnado. El sencillo argumento es tan solo la excusa para poner en marcha una maquinaria dramatúrgica que nos hará descubrir un engranaje complejo en el que la verdadera historia es la de una mujer contra las expectativas y las normas de una sociedad. Tal vez su lección impartida sea el reflejo de su propia historia, razón por la cual Claudia irá hundiéndose en el fango cada vez más, interrumpiendo constantemente su clase, hasta el punto de no poder dar marcha atrás.
Con excelente ejecución, vamos siendo testigos de esa decadencia del personaje, de ese autoenredo, de esa situación generada que disparará otras y que, como una “matrioshka” inversa, se irá haciendo más y más grande. Uno de los aciertos tiene que ver con la vulnerabilidad que la actriz sabe transmitir de su personaje. Una debilidad expuesta ante la asimetría discursiva de su constante verborragia que se inscribe en el presente y que genera una tensión en el espectador que va percibiendo que todo el tiempo el personaje está cruzando el punto de no retorno. Dan ganas de advertirle y detenerla antes de que todo empeore. Y es que la cosa va a empeorar.
Andrea resulta ser la autora de un texto que no podría ser mejor de lo perfecto que es. Pareciera creado astutamente para desplegar todos sus recursos actorales y humorísticos. El punto más firme de toda la dramaturgia es la elección del dispositivo y de un interlocutor tan bien justificado e integrado que apenas iniciada la función ya nos sumerge a los espectadores como partícipes irrenunciables de ese universo. No hay minuto a lo largo de todo el espectáculo en el que recordemos que estamos en una sala teatral, hasta el momento en el que claramente la obra se lo propone. Es tal el poder del texto que inmediatamente somos parte de él. Por supuesto que gran parte de ese efecto es logrado por una muy precisa dirección y por la calidad interpretativa de una actriz muy recursiva.
El trabajo de Garrote es completamente efectivo. Desde el segundo en el que entra en escena hasta el instante final, su energía es conducida y canalizada de manera impecable. El ritmo imparable que caracteriza a la obra está en manos de una intérprete que sabe cómo manejarlo hábilmente, jugando musicalmente con cada una de las frases. Emplea matices muy oportunos e instala pausas exactamente donde el texto las pide. Es para aplaudir su capacidad de crear momentos y de transmitir imágenes que ayudan a que el relato jamás decaiga y que uno esté siempre atento comprendiendo lo que se nos quiere decir. Otra maniobra actoral muy destacable es la de mantenerse en el eje del humor sin perder nunca el sentido de verdad. En ese camino está suelta, cómoda.
Su desarrollo del personaje es lo más llamativo de la propuesta. Al principio pareciera que solo vamos a ver a una mujer afectada por sus circunstancias actuales y, cuando creíamos que la obra sólo iba a tratarse de una persona en problemas, vamos presenciando un juego de capas, donde el personaje se va revelando poco a poco para terminar descubriendo que en realidad había un montón más detrás y que anteriormente solo estábamos viendo la punta del iceberg. Ese procedimiento por el cual se nos invita a conocer la historia de Claudia Pérez Espinosa es desarrollado con maestría, tanto desde la dramaturgia como desde la actuación: Andrea inicia el recorrido de su arco dramático haciendo hincapié en un trabajo sustentado en la actuación de estados, para luego ir adentrándose en una encarnación más vivencial, más orgánica, hasta el punto de lograr emoción y lágrima en medio de tanto recurso cómico.
Todo el montaje acompaña con pulcritud la propuesta. Por ejemplo, las luces a cargo de Santiago Badillo, que sigilosas van jugando con lo diegético y lo extradiegético para acentuar o directamente crear climas. O la escenografía, de la cual Badillo también es responsable, que no se limita a simplemente reflejar información del entorno, sino que completa activamente la dramaturgia. Lo mismo sucede con el vestuario diseñado por Lara Sol Gaudini, que tiene un rol muy importante a la hora de definir al personaje. El acompañamiento musical de Federico Marquestó es potenciador del acontecimiento teatral. Todo está muy cuidado y construye el universo que facilita la existencia de esa profesora.
El final merece un párrafo aparte. Las barreras de representación se desvanecen para entrar en planos de hermosa confusión, rebeldía y performance. Sin intenciones de revelar demasiado ni de aniquilar la necesaria sorpresa, se puede decir que invita a atar esos cabos sueltos, a sacar propias conclusiones, que justamente expone de manera sustancial las ideas de normalización de Foucault de las que habla el personaje, logrando un círculo que amalgama la pieza en un todo. Un círculo que, sin embargo, no cierra; que deja una herida y una pregunta traumática sobre el futuro de esa mujer que, en definitiva, es el futuro de muchas de las cosas que absurdamente la civilización ha creado. El sentimiento final es el de injusticia, el del amargo sabor de la impotencia, el de querer ponerle fin a algo que debió haber terminado mucho antes.
Las funciones se dan en el Metropolitan Surá (Av. Corrientes 1343, en CABA) los domingos a las 18.30 h. Las entradas pueden adquirirse a través de Plateanet. Y de más está decir que es totalmente recomendable.
9 de 10