El Mar presenta el lado B de «Tierra»

Por Tomás Cardin

Finalmente tenemos con nosotros el lado B de Tierra, segundo álbum de El Mar, editado por el sello de gestión colectiva Monqui Albino. Como mencionábamos en el artículo de los cortes de difusión del lado A, este proyecto musical que reúne a Agustín Yabra (ex Pequeña Orquesta de Trovadores y Los Niños), Leandro Vigo (ex Tierra de Naides) en batería y coros, Juan Kiss (miembro de la Alvy Singer Big Band y del proyecto de Ezequiel Borra), en bajo y coros, Eugenia Sasso en coros y Francisco Paz en percusión y accesorios, se encuentra en un momento de consolidación de la estructura de quinteto, y rumbo a la definición de un sonido muy particular. Dicha sonoridad resulta tan peculiar como notable, si analizamos puntualmente cada uno de los lados de Tierra, y también si los comparamos entre sí.

Si el lado A se sentía como la puerta de entrada a una atmosfera hipnótica, sentimental y danzante, el B es la atmosfera en sí. Esto significa, en principio, que la relación entre ambos tiene un carácter conceptual. Claro, estamos hablando del mismo disco, pero la decisión de lanzarlo en dos fases adquiere sin duda un sentido mucho mayor si pensamos tanto en los nexos como en las distancias estéticas entre uno y otro. El inicio del lado B con la canción Desbordemos, plantea de entrada este juego de continuación y desprendimiento de los primeros temas de Tierra. Musicalmente cuenta con un ritmo casi de vals electroacústico levemente distorsionado, que marca cierta diferenciación de la propuesta de la parte A. El sonido remite a los viejos hits R&B y Doo Woop de los 50, sobre todo por la forma de utilizar los coros por parte de Kiss y Sasso. Pero en lo lírico continua por la senda romántica que intenta resquebrajar los aires melosos e idealistas. Esto puede advertirse en frases como “No más palabras de amor, no hablemos de amor, mejor si nos dejamos ser”.



Tristeza, el segundo tema del disco, que además cuenta con una grabación en vivo disponible en Youtube que recomendamos enfáticamente, marca el empeño de El Mar por no caer en la repetición compositiva. Aquí las guitarras, las voces y las percusiones remiten más a bandas como The Growlers o los legendarios The Shadows. Sin embargo la continuidad con el lado A se aprecia en lo rítmico y en lo lírico. Luego viene la curiosidad (o quizás no), de este nuevo lanzamiento que es la presencia de un cover. Se trata de Gnosienne, del pianista francés Erik Satie. Para darle un toque personal a la interpretación, los músicos sacan la canción del estilo clásico, y le incorporan un sonido de guitarra que recuerda al garage rock de los 60 (The Tarantulas a la cabeza), y una magnífica ejecución de flauta traversa por parte de Andrés Nizovoy, que opera como leiv motiv melódico. La fusión entre ambos instrumentos, sumada a la contundente base rítmica provista por Kiss y Vigo, producen una sonoridad cuasi oriental que alcanza un magnetismo formidable (si algún día dirijo una película western me gustaría utilizar esta versión en la secuencia de créditos final).

Los dos temas finales de este nuevo material presentan las que probablemente sean las letras más personales e introspectivas de El Mar. Además son el ejemplo perfecto de esa coloratura nostálgica y a la vez sugerente de la propuesta de la banda. Bailarín, retoma esa rítmica sutil, que amalgamada con las notables interpretaciones de piano y voces, y por supuesto con el contenido lírico, alcanza una tonalidad de balada jazzística en principio, para luego pasar a un segundo segmento mayormente signado por la preponderancia de la guitarra. “¿Dónde vas bailarín?”, arranca la canción, como si se buscara preservar o retener una faceta esencial. Pero la letra alcanza su climax con dos frases cruciales como “Por las dudas échate a volar, así te vuelvo a encontrar” y “No me he dado cuenta que acá estabas bailarín”. De esta manera convoca al escucha a lanzarse a un tipo de autoliberación basada en salirse de sí y confiar en las ansias personales, ya que de todos modos hay algo nuestro que nunca se pierde, que siempre queda allí (en nuestra interioridad). La canción final, que lleva por título Tus cosas, tiene como invitado a Nacho Choroszczucha (ELCOLO), en violines. Su participación es crucial ya que aporta un giro aun más pasional a este tema que podríamos definir como una balada clásica. Si Bailarín es una invitación al rompimiento de las limitaciones autoimpuestas, esta canción es un refuerzo categórico de ese mensaje. Las armonizaciones entre la voz principal, los coros y las cuerdas tiñen de expresividad a la letra, que llega a su máximo esplendor en la estrofa que afirma: “Ya no quiero que me escuches, mis palabras ya no valen, es vacío sin sentido, si no van del corazón”.

En resumen, el lado B de Tierra es a la vez una continuación precisa y un cierre magnífico de un disco inteligentemente diagramado. Los sonidos reverberantes y sugerentes, sumados a las letras que van de la añoranza a la relajación, demuestran no solo el gran momento de la banda y el valor de este disco, sino que tendremos que estar atentos a los trabajos venideros del quinteto.


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